1. Entendemos nuestra vida religiosa como una forma de vivir, más perfectamente, nuestra consagración bautismal.
Esta forma de vivir nuestra consagración en el seguimiento de Cristo, nos lleva a testimoniar la trascendencia del Reino mediante la continua búsqueda de Dios y la vivencia radical del Evangelio.
Esta vivencia radical del Evangelio la realizamos en una vida de pobreza, castidad y obediencia, para un servicio apostólico a la luz del carisma bethlemita mediante los votos simples aceptados por la Iglesia.
2. La experiencia evangélica de Pedro de San José Betancur se centra en el misterio de la Encarnación, misterio del Hijo de Dios que se hace hombre, se manifiesta en Belén y en su entrega hasta la muerte; revela así el amor del Padre en actitud de pobreza y humildad para llevar a todos los hombres a la filiación divina y a la comunión fraterna.
Esta contemplación del amor y anonadamiento del Verbo perpetuados en la Eucaristía, orienta la vida de Pedro hacia una actitud de humildad, pobreza, penitencia y servicio apostólico. Impulsado por su carisma y lleno de celo por la gloria de Dios se entrega con alegría a las obras de caridad y misericordia y sirve con abnegación a todos, especialmente a los pobres para conducirlos al amor de Jesucristo.
Belén es para Pedro la fuente que nutre su espiritualidad, razón del nombre que da a la Orden y misterio que señala a sus seguidores, como escuela de virtudes que han de vivir, principalmente la humildad. "Hermanos míos, por el amor del Niño pierdan el juicio llegando la Pascua, y por El les pido sean humildes y no apetezcan mandar".
3. La Madre Encarnación Rosal vive con fidelidad la espiritualidad bethlemita, y la trasmite al Instituto enriquecida con nueva vitalidad de su experiencia evangélica. Ella nos presenta el misterio de Belén como "Altar de los primeros sufrimientos de Cristo y cátedra de sus más grandes virtudes".
Por especial don del Espíritu, la Madre encuentra su dinamismo espiritual en el amor y el dolor del Corazón de Cristo de donde proviene el sentido eclesial y universal de reparación que vive y comunica.
Esta experiencia de Dios acrecienta su amor y su fe, su pobreza, humildad y fortaleza.
Sirve solícitamente al hermano necesitado e impulsa la educación de la niñez y juventud en colegios, escuelas y hogares para niñas pobres, y otras obras de promoción y asistencia social.
La fidelidad al carisma de Pedro la lleva a expresarlo en el contexto histórico, atenta a las indicaciones que le dan los legítimos pastores de la Iglesia. Toda su vida fue un testimonio de fidelidad a la voluntad de Dios
4. Estas líneas de espiritualidad y proyección apostólica dadas por nuestros Fundadores caracterizan el Instituto.
5. Nuestra espiritualidad bethlemita nos exige profundizar y vivir en actitud de humildad y pobreza el amor que el Padre nos revela en su Hijo hecho hombre, y ser por la fuerza del Espíritu testigos de ese amor en el pueblo de Dios.
El misterio de la Natividad en Belén ha de ser para nosotras fuente de fraternidad, sencillez, pobreza obediencia y servicio.
6. En la contemplación y amor del Verbo Encarnado se fundamenta el culto a su Corazón. Este es para nosotras el "culto del amor con que Dios nos amó por Jesús y al mismo tiempo es el ejercicio del amor nuestro por el que nos damos a Dios y a los demás hombres".
En esta forma realizamos la dimensión reparadora y descubrimos los "dolores" del Corazón de Cristo en su Iglesia y en todo hombre que sufre.
7. Iluminadas por la Encarnación, la Natividad y la muerte del Redentor, el veinticinco de cada mes es para nosotras día significativo de especial oración reparadora.
8. El Instituto profesa amor filial a Nuestra Señora de Belén. Es ella quien nos enseña a interiorizar la palabra y nos impulsa a comunicarla a los hermanos.
9. El Instituto tiene a San José como especial modelo de fidelidad a la misión que el Padre le señaló en la entrega a Jesús y a María.
10. Fiel a su carisma, el Instituto tiene como fin servir a la Iglesia en la evangelización, especialmente de los pobres: en el campo educativo, de promoción social y misionero, según las exigencias de los tiempos y necesidades del lugar.
11. Nuestra vocación nos compromete en una vida de fidelidad al Evangelio, a la Iglesia, al carisma del Instituto y a la realidad histórica. Por esta fidelidad somos en medio de los hombres, testigos del Señor y profetas de un Reino anticipado que se hace presente más por nuestro ser que por nuestro hacer.