Para
dar una respuesta a la tarea que sobre la Congregación recae en estos momentos
de proyectar la Espiritualidad y Carisma Bethlemita en los laicos, hemos
profundizado algunos aspectos doctrinales sobre el tema y dado una mirada
general a la vida de nuestros Fundadores.
Con
las luces recibidas y la formulación hecha como objetivo para la creación de la
Asociación de Laicos Bethlemitas, tratamos de llegar a puntos concretos en el
quehacer apostólico que se tiene en el proyecto.
Lo
que se pretende decir es apenas un esbozo de la gran riqueza espiritual que
fundamente nuestra Espiritualidad y dar algunas orientaciones que motiven la
acción apostólica de quienes desean compartir nuestro carisma.
Es
una tarea que se inicia y por consiguiente, habrá que recorrer amplios
senderos, sortear dificultades hasta llegar a la meta propuesta. Son los
primeros pasos que nos llevarán a realidades concretas y a actividades en el
orden espiritual de colaborar en la identificación de un grupo.
Confiamos
en la luz del Espíritu Santo que nos guiará siempre y en la protección maternal
de Nuestra Señora de Belén, quien es la Maestra en este caminar en seguimiento
de Jesús.
219.
Se entiende por espiritualidad, el
carisma-espíritu de los Fundadores, que constituye el conjunto de
rasgos y actitudes propios, o estilo de
vida específico e irrepetible por medio de los cuales se nos identifica en la
Iglesia
.
220.
La espiritualidad Bethlemita se fundamenta en el
Misterio del Verbo Encarnado manifestado en Belén y en la Cruz. Las
Constituciones nos dicen: “Nuestra espiritualidad Bethlemita nos exige
profundizar y vivir en actitud de humildad y pobreza el amor que el Padre nos
revela en su Hijo hecho hombre, y ser por la fuerza del Espíritu testigos de
ese amor en el pueblo de Dios”. Señala a continuación el mismo numeral las
actitudes de vida: “El Misterio de la Natividad en Belén ha de ser para
nosotras fuente de fraternidad, sencillez, pobreza, obediencia y Servicio”
(Const.5).
221.
Nuestros Fundadores descubren el Misterio de
Belén, “como una fuerza de atracción hacia su permanente conversión, y lo
contemplan como itinerario del anonadamiento del Verbo Encarnado, expresado en
pobreza-humildad de su naturaleza humana”
.
222. Ser Bethlemita es dar respuesta a la llamada a
Belén que Dios nos hizo un día, para empezar un camino que todos los días debe
ser ratificado y continuado.
Como
miembros de la Iglesia, el Misterio de Belén nos hace una llamada a vivir
nuestra consagración bautismal-religiosa que nos permita glorificar al Padre y
colaborar con Cristo en la obra de la salvación, mediante la entrega a nuestros
hermanos.
223. El Misterio de Belén es el Misterio del amor y
de la donación de Dios la hombre. Es la manifestación del “don total de Sí” que
Cristo realiza con el Padre por medio del Espíritu Santo. Belén, manifestación
de Dios y de su proyecto salvador con nosotros, en nuestra historia.
224. También el Misterio de Belén es una oferta
divina y un proyecto de paz en el amor que nos invita a promover un clima de
armonía, de gozo, de alegría, de buena voluntad y de acogida para todos.
Vivirlo
significa amar y darse, favorecer el diálogo entre Dios Padre y nosotros por
medio de su Hijo; y entre nosotros y nuestros hermanos, en unas relaciones
sinceras de amistad y donación generosa en bien de todos.
225. En Belén encontramos a Dios hecho Niño, que
quiere vivir nuestra vida, nuestra pobreza, nuestra debilidad. Como niño no
habla, no actúa, no puede hacer nada útil, pero la presencia de Dios en Él, es
ya la Palabra, es acción, luz y poder que salva.
226. Acoger en fe la presencia de Dios en Belén y
permanecer cerca de Él sin decir nada, ya es oración, es contemplación que
alimenta el espíritu. Frente a la pobreza de este Niño tomamos conciencia de
nuestra miseria humana.
227. El misterio de Belén nos enseña “el espíritu de
pobreza que significa quitar los disfraces, dejar caer las defensas y
seguridades personales, recibir lo que cada día se nos ofrece y beber en la
fuente de agua viva que están en Belén”. Este espíritu no es fácil lograrlo,
sino que es un don de Dios. Para
nosotras es un don vivencial que parte del carisma fundacional.
228. El Niño de Belén nos descubre que la vocación
Bethlemita es vocación a la pobreza de “nosotros mismos” como puerta del Reino
y como penitencia y estado permanente de “conversión” para llegar a ser
pequeños ante la grandeza de Dios.
Es
también una invitación a la solidaridad con los pobres, con los necesitados, lo
cual nos lleva al desprendimiento, al servicio, a la apertura a los demás y a
la aceptación de la realidad personal y comunitaria.
229.
Belén es el misterio de la
humildad. En él Dios se manifiesta como un Niño sin poder, sin
dominio, sin prestigio, desconocido de todos y hasta perseguido. Todo cuanto le
rodea es humilde: María la Madre de Jesús que se denomina la Esclava del Señor;
José el hombre sencillo, silencioso, siempre atento a cumplir la voluntad del
Padre; los pastores que custodiaban los rebaños, gentes despreciables y
humildes, que presurosos corrieron a rendir honores a Dios, hecho “Niño
envuelto en pobres pañales y recostado en un pesebre”
.
En Belén no hay apariencias ni ostentación de grandeza, es el prototipo de la
humildad y de la sencillez.
230. El Misterio de Belén, con la humildad nos enseña
la confianza en Dios. Esta virtud nos
conduce al olvido de nosotros mismos para abandonarnos únicamente en Dios,
nuestro Padre y dejar que Él haga en nosotros lo que Él quiere y en la forma
que le plazca. Dios puede invadir nuestro ser si lo acogemos con confianza y
esta disposición nade de la humildad.
231. En la espiritualidad Bethlemita, el misterio de
la Cruz está presente desde Belén. La Cruz es el símbolo del amor Redentor de
Cristo hecho carne. Manifestado a los hombres en Belén, entrega su vida al
Padre en una ofrenda total hasta darla por la redención del género humano. Es
el Crucifijo el libro en el cual Pedro Betancur leyó y aprendió el amor del
Señor. Y es el Corazón traspasado de Jesús, donde la Madre Encarnación descubre
el dolor de Cristo ante el desamor de los hombres.
232. La espiritualidad de la Pasión de Cristo,
encarna la exigencia de un querer completar en nosotros lo que falta a su
Pasión. De ahí surge el espíritu de oblación, donación, sacrificio y penitencia
que deben caracterizar nuestra vida.
233. Como seguidoras de Cristo, viviendo el misterio
de la Cruz, hemos de purificarnos continuamente mediante la penitencia y el
sacrificio voluntario, en expiación de las ofensas a Cristo Nuestro Salvador, y
al mismo tiempo compartir su sufrimiento en los miembros vivos de la Iglesia.
Otra
forma de vivir esta espiritualidad es el asociarse al sacrificio de Cristo
Redentor para corresponder a la misericordia de su Corazón, completando aún en
carne propia lo que falta a sus sufrimientos para la edificación de su Cuerpo
que es la Iglesia. Así nos lo recuerda S.S. Juan Pablo II: “Queremos
corresponder a su amor misericordioso, inclinado a compadecerse también de los
sufrimientos que padecen los miembros doloridos de su Cuerpo Místico”
.
234.
En la espiritualidad Bethlemita, Belén y Cruz
forman una sola realidad en la totalidad
del Misterio de Cristo Verbo Encarnado. Nuestra vida ha de estar iluminada por
el resplandor de la Estrella de Belén y el fascinante atardecer del Calvario
enrojecido con la Sangre Redentora de Jesús.
235.
Toda congregación religiosa tiene como finalidad
un servicio. “Nuestra Congregación Bethlemita, fiel a su carisma, tiene como
fin servir a la Iglesia en la Evangelización, especialmente de los pobres”. “Nuestra vocación nos compromete
en una vida de fidelidad al Evangelio, a la Iglesia, al carisma de la
Congregación y a la realidad histórica. Por esta fidelidad somos en medios de
los hombres testigos del Señor y profetas de un Reino anticipado que se hace
presente más por nuestro ser que por nuestro hacer
.
236.
Siguiendo las huellas de nuestros Fundadores
hemos de lanzarnos a un trabajo generoso, que ayude a otros a conocer y
participar del misterio salvador de Cristo. Esta misión debemos realizarla con
el espíritu con que ellos lo realizaron: “El Misterio de Belén –lo recuerda el
Decreto de aprobación de las Constituciones– ha de ser estímulo para vivir con
perseverante generosidad en actitud de humildad y pobreza nuestra específica
misión en la Iglesia”.
237.
Nuestra tarea específica como Bethlemitas es la
Evangelización. Evangelizar, es anunciar la Buena Nueva, es entregar el
Evangelio. En el anuncio de la Buena Nueva se deben tener presente los
elementos siguientes:
—
El amor a Dios que obra la salvación.
—
La Buena Nueva es el anuncio cumplido en Cristo
como manifestador y manifestación salvadora de Dios.
—
El Evangelio es Cristo mismo como promesa de
salvación, como realidad presente y como futuro al que estamos lanzados desde
El.
238.
Pedro de San José Betancur como evangelizador
sigue el camino trazado por Cristo: “busca a los pecadores, penetra en los
distintos ambientes con una presencia de amor, conoce su situación y partiendo
de ésta y de sus necesidades, emprende con ellos el camino hacia Cristo”
.
Esa
es la forma como debemos llegar a los demás, llevando el mensaje de amor con
actitudes de humildad y acogida.
239.
En cuanto al celo apostólico de la Madre
Encarnación, las Constituciones lo señalan así: “La fidelidad al carisma de
Pedro la lleva a expresar su servicio en el contexto histórico, atenta a las
indicaciones que le dan los legítimos pastores”
.
La
conciencia de su misión evangelizadora la manifiesta en una actitud permanente
de servicio, disponibilidad, apertura y amor universal al prójimo.
Toda
su proyección apostólica la realiza con el fundamento básico de su vida
espiritual.
240.
A ejemplo de nuestros Fundadores, “nuestra
vocación nos compromete en el anuncio de Cristo y en la comunicación de su
mensaje de salvación en la unidad de la fe y del amor para la realización del
hombre, con fidelidad al Espíritu, que nos habla a través de la historia y de
múltiples maneras”
.
241.
Toda espiritualidad como lo hemos dicho, tiene
sus manifestaciones externas que tienden a expresar la devoción o dedicación al
misterio particular de Cristo que la inspira.
Fundamentada
la espiritualidad Bethlemita en los misterios de belén y la Cruz, las
devociones que de ello se siguen, son las que practicaron nuestros Fundadores
en el contexto y momento histórico que les correspondió vivir.
242.
Para Pedro este misterio, es la inspiración de
la gran obra que realiza y la fuente de su contemplación permanente. Por tal
motivo la etapa litúrgica de la Navidad, con la preparación del adviento y su
prolongación hasta la Epifanía, ponía su alma en trance de arrobamiento y
ternura. Este amor profundo lo expresa con la preparación del pesebre en el que
no faltaban los detalles reveladores del gran don en él simbolizado.
Las
imágenes de Jesús, María y José, eran colocadas en sitio especial para
rendirles los debidos honores. No faltaba el grupo de pastores que habían de
visitar al Divino Niño, a su Madre y San José.
En
toda casa Bethlemita, debe estar el pesebre como expresión del amor profundo a
este Misterio; símbolo que debe hablar a cuantos visiten, del amor eterno de
Dios al hombre que le entrega a su Hijo. Igualmente la vivencia del tiempo
litúrgico del Adviento, ha de ser la preparación real del corazón para el
advenimiento del Reino de Cristo. La fiesta de Navidad, debe ser expresión
gozosa de la presencia del Señor entre nosotros. Hemos de alejarnos de todo
aquello que no sea expresión sencilla de amor de Dios que se da en servicio a
nuestros hermanos.
A
continuación nos referimos a Nuestra Señora de Belén y a San José, porque ellos
ocupan lugar privilegiado en el Misterio de Belén. Es ese contexto hablamos de
devoción a los dos.
243.
La herencia principal de nuestros Fundadores, es
el amor a Nuestra Señora, de manera particular a Nuestra Señora de Belén, bajo
cuya protección nació el Hospital de Belén, siendo ella por consiguiente, Madre
de la Orden Bethlemita.
Es
María la escogida por Dios Padre, para realizar el prodigio más grande de la
humanidad: “ser la Madre de Dios”. En Belén, María nos entrega al Salvador.
Ella es quien nos da a Jesús, nos enseña a escuchar su Palabra y a ponerla en
práctica. Es Ella la Esclava del Señor, vacía de sí misma, con una total
capacidad de recibir los dones del Señor, para ponerlos al servicio de nosotros
mismos y de nuestros hermanos.
El
servicio más grande de Nuestra Señora, la Madre de Belén es decisivo para la
humanidad: “Concebir y dar a luz al Salvador del mundo”.
La
devoción a nuestra Señor se ha de manifestar:
—
ante todo con la práctica de sus virtudes,
siendo nuestro modelo en la entrega al Señor,
— con el rezo del Ángelus de manera contemplativa,
recordando el instante en que Ella pronunció su FIAT eterno de nuestra
salvación; con el rezo del Rosario en el que contemplamos y meditamos los
misterios de la vida del Señor,
—
celebrando sus fiestas con espíritu mariano,
— haciéndola conocer y amar de las distintas
personas, particularmente bajo la advocación de Nuestra Señora de Belén.
244.
Las Constituciones al respecto nos dicen: “La
Congregación tiene a San José como especial modelo de fidelidad a la misión que
el Padre le señaló en la entrega a Jesús y a María”
.
En la
fidelidad de San José a la misión confiada por el Padre Celestial encontramos
estímulo para nuestra entrega personal al servicio de Cristo.
S.S.
Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Redemptoris Custos, resalta la
misión de San José, como partícipe en el Misterio de la Encarnación, al lado de
Nuestra Señora: “comprometido en la realidad del mismo hecho salvífico, siendo
depositario del amor, por cuyo poder el Padre Eterno, nos predestinó a la
adopción de hijos suyos”
.
245. San José es para las Bethlemitas modelo de vida
interior, de silencio, de profunda contemplación, de trabajo y de humildad.
Toda la existencia del Santo Patriarca la puso a disposición de los designios
divinos, sometiéndose en todo a la voluntad del Padre con sacrificio total de
sí mismo.
Fue
San José con María Santísima, en la noche de Belén, testigo privilegiado de la
venida del Hijo de Dios al mundo. Nadie mejor que él nos puede alcanzar las
gracias necesarias para comprender y vivir las exigencias que se desprenden del
Misterio del Verbo Encarnado y su presencia entre nosotras.
246.
Un aspecto muy importante en San José fue
también su vida de trabajo. En la Exhortación Redemptoris Custos, ya
mencionada, hacer ver cómo es expresión de amor en la vida de la familia de
Nazaret y precisa la clase de trabajo que San José desempeñó para asegurar el
mantenimiento de ella. La vida de trabajo abarca toda la existencia de José…
Esto nos muestra cómo el trabajo humano ha formado parte del Misterio de la
Encarnación.
Es
San José, el modelo de la vida cotidiana; para ser auténticos seguidores de
Cristo, no se necesitan “grandes cosas, sino las virtudes comunes, humanas,
sencillas”
.
247.
A ejemplo de nuestros Fundadores, fieles devotos
de San José, la Bethlemita encuentra en él, el modelo de humildad, pobreza,
silencio, vida de trabajo, sumisión a la voluntad de Dios, sacrificio de sí
mismo, vida interior, estímulo para la contemplación de los misterios de Cristo
como alma de oración y un amor acendrado a la Santísima Virgen.
248.
Este Misterio es la manifestación del amor de
Dios a nosotros. En un anhelo de compartir permanentemente la vida con el
hombre, Dios se ha quedado presente bajo las especies de pan y vino. Esa
donación, ese quedarse presente en el Sacramento de la Eucaristía, exige a toda
Bethlemita una correspondencia de amor.
Nos
dicen las Constituciones: “Cristo sacramentalmente presente en nuestra casa,
nos invita a visitarlo frecuentemente en actitud de alabanza, adoración, acción
de gracias, petición y reparación”
.
249.
Nuestra relación con la Eucaristía es relación
con la persona misma del Salvador. “El que como mi carne y bebe mi sangre,
permanece en mí y yo en él”
[13]. este misterio se contiene todo el bien
espiritual de la Iglesia, a saber el mismo Cristo, nuestra Pascua y pan vivo
por su carne, que da la vida a los hombres, vivificada y vivificantes por el
Espíritu Santo”
[14].
250.
El sacrificio de la Cruz se perpetúa
sacramentalmente en la Eucaristía. En ella Cristo mismo continúa ofreciéndose
al Padre para la vida del mundo. Y puesto que esta muerte suya es el acto
supremo de amor hacia los hombres, porque “nadie tiene mayor amor, que el que
da su vida por sus amigos”
[15],
la Eucaristía, es el acto supremo del amor de Cristo entre nosotros, ya que
perpetúa la muerte sacrificial de la Cruz. El Señor ha querido perpetuar
sacramentalmente esta muerte para que ese amor se nos hiciera continuamente
presente y manifiesta en la Iglesia.
251.
En cuanto a celebración Eucarística, hemos de
tener presente que también la Iglesia ofrece con El al Padre, el Corazón de
Cristo, como respuesta de amor y debida reparación. En esta celebración la
Iglesia unida plenamente, por amor, con Cristo, se ofrece toda ella con Cristo
al Padre para la gloria de Dios y la salvación de los hombres
.
Participar en la Eucaristía es esforzarnos en compartir lo que somos y lo que
tenemos con los demás.
252.
La expresión de amor y devoción eucarística de
la Bethlemita se ha de manifestar de diversos modos:
—
Como “medio, el más eficaz para una
participación plena en la vida de la Iglesia y el Misterio Pascual”
.
—
Participación diaria en la celebración como
sacrificio de acción de gracias, alabanza, alimento, fortaleza, vínculo de amor
y unidad entre los hombres.
—
Trato asiduo y familiar con la persona de Jesús
en la oración diaria como “nuestro encuentro con un Dios personal que nos ama,
nos habla, llena nuestra historia, comparte nuestra situación…”
.
—
Celebración de las fiestas litúrgicas con
devoción y sentido eclesial.
—
Proyección de la Eucaristía en la vida
cotidiana.
253.
Sabemos ya que esta devoción parte de la
experiencia particular que tuvo la Madre Encarnación del Misterio de Cristo.
“Por especial don del Espíritu, ella encuentra su dinamismo espiritual en el
amor y dolor de Cristo, de donde proviene el sentido eclesial y universal de
reparación que vive y comunica…”
254.
En nuestra espiritualidad Bethlemita está muy
ligado el culto al Corazón de Cristo al Misterio Eucarístico. El culto al
Misterio del Corazón de Cristo, herencia de la Madre Encarnación, nos indica en
sentido general, el amor del Salvador a la hombres hasta dar su vida por ellos.
Amor que perdona los pecados y concede la seguridad y confianza en su auxilio.
255.
Nuestro amor reparador al Corazón de Cristo, nos
permite que seamos como dice San Pablo: “Hostias vivas, santas, agradables a
Dios”
.
La reparación personal debe llevar al reconocimiento de las culpas personales
que contribuyen a la pasión y muerte de Jesús y por consiguiente queda el deber
de ofrecer satisfacción al Corazón Divino por tantas infidelidades en el amor.
256.
El espíritu de reparación se ha de expresar
también en una altísima contemplación del Misterio Redentor en la Eucaristía,
en diversas clases de sacrificios y penitencias, según las inspire el amor, y
una aceptación paciente y alegre de las cruces que Dios nos envíe: la
enfermedad, la incomprensión, etc.
257.
Toda la actividad espiritual y apostólica de la
Bethlemita, debe estar animada por el espíritu de reparación. Con esta
finalidad, todas las obras, por pequeñas que están sean, se han de realizar por
Jesús, y en unión al sacrificio de la Cruz, para que se integren en esa Hostia
que se inmola para la gloria del Padre, y como colaboración a la redención del
mundo.
258.
El amor a Cristo doliente que vivió la Madre
Encarnación, la llevó a una serie de prácticas de devoción con un marcado
sentido de reparación. En el ejercicio de las 10 lámparas se traduce el
profundo grado de contemplación que tuvo de la Pasión y cómo ese amor la
condujo a descubrir los dolores íntimos del Señor, no solamente en la persona
física de Jesús, sino en su Cuerpo Místico, la Iglesia. La experiencia de Dios
le hizo sentir dolor intenso de los pecados de la humanidad concretizados en el
quebrantamiento de los 10 Mandamientos. Por eso su vida fue una continua
inmolación de amor.
Es
para toda Bethlemita un deber constante el actualizar la devoción reparadora de
acuerdo a las necesidades de la Iglesia en el momento histórico que se vive.
259.
El seguimiento de Cristo en la vida Bethlemita
nos lleva a “testimoniar la trascendencia del Reino, mediante la continua
búsqueda de Dios, y la vivencia radical del Evangelio”
Esa
vivencia radical exige la práctica de una serie de virtudes que han de dar la
identidad Bethlemita. Entre estas virtudes se destacan la pobreza, la humildad y el servicio.
260.
Para entender la pobreza evangélica es preciso
profundizar en el Misterio del Verbo Encarnado nacido en Belén. Este Misterio
es la expresión más grande de pobreza a la que Dios se sometió. El Verbo oculta
su naturaleza divina sin perderla. Dios se anonada, se hace hombre
,
Es
Jesús el Señor, quien ha vivido personalmente la pobreza: nace en una familia
pobre, se somete a las leyes de nacimiento, de crecimiento, y de dependencia
como cualquier ser humano. Jesús nace y vive pobre. La respuesta que Jesús da
al Escriba: “las zorras tienen su guarida y las aves del cielo nidos; pero el
Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”
,
es expresión de que nada
posee y está
disponible para todos.
261.
El alma de la pobreza no es la carencia de bienes materiales sino el desapego de ellos. En la pobreza
material puede faltar a veces el espíritu de pobreza. Se puede ser muy pobre
materialmente y tener el afán de los ricos.
La
pobreza evangélica es pobreza espiritual,
pobreza interior. Es disponibilidad a
toda petición que nos venga de Dios. Es querer compartir con los demás de una manera generosa lo que poseemos.
262.
El espíritu de pobreza nos lleva a saber
utilizar las cosas, los bienes materiales, las bellezas de la naturaleza, pero
sin ser esclavos de ella. Es saber compartir y saberse privar de algo para los
demás.
263.
La pobreza evangélica lleva a la aceptación de
las propias limitaciones, flaquezas e insuficiencias. Es saber aceptar por
Cristo, el ser olvidado, relegado, no tenido en cuenta.
264.
El que posee alma de pobre no está añorando por
el pasado, cuando éste ha sido más confortable y alegre. Es no tener congojas o
preocupaciones por el futuro; es saber vivir confiadamente en manos de la
Providencia divina. Es saber dejar lugar a Dios, a que se haga responsable de
nuestro mañana.
265.
También la pobreza de espíritu nos invita a
tener una relación nueva con los pobres, con que no tienen bienes materiales,
los que carecen de trabajo, medios de subsistencia, y sobre todo con los que
carecen de fe, de consuelo y de paz. Con este espíritu, hemos de “realizar
nuestra misión desde la perspectiva del pobre, con sentido eclesial y
sensibilidad frente a las necesidades de los hombres”
.
266.
Para entender la humildad, característica de la
espiritualidad Bethlemita, hemos de partir, como se decía en la pobreza, de la contemplación del Verbo
Encarnado, manifestado en Belén, que siendo Dios “se despojó de sí mismo,
tomando la condición de esclavo y haciéndose semejante a los hombre”
En
este misterio del anonadamiento del Verbo, se destacan primordialmente las
actitudes de humildad y pobreza de Cristo, que con su humillación nos salva e
invita a entregarnos al servicio de los hermanos por amor y para que Dios se a
glorificado.
267.
La humildad sólo se aprende en la escuela de
Cristo: “maestro manso y humilde de corazón”
[26]; quien lejos de buscar su propia gloria
se anonadó desde Belén hasta morir en la Cruz para darnos salvación.
268.
Por la práctica de la humildad, la Bethlemita
dispone su corazón para abrirse a Dios; para dejar que el Espíritu Santo obre
con su gracia y realice la transformación de su ser que irá dando los frutos de
amor. “De ahí una humilde Virgen, que sólo quiso ser esclava, Dios la hace la
Madre de su Hijo, Cristo el Señor”
[27].
269.
Se requiere la humildad en la práctica del
mandamiento “nuevo” del amor. Con ella se facilitan las relaciones recíprocas
con los demás, llegando a anteponer los interese de los otros, olvidándose de
sí mismo en la búsqueda del bien de los hermanos.
270.
La práctica de la humildad conlleva el ejercicio
de otras virtudes que son un gran estímulo en la vida fraterna: sencillez,
sinceridad, mansedumbre, paciencia y como culmen de todas, la caridad.
271.
Para la Bethlemita humilde, los acontecimientos
desagradables o adversos son considerados como algo normal, permitido por Dios
y que son medio de purificación, oblación y penitencia, es decir, que tienen un
sentido redentor.
272.
La Bethlemita humilde conoce sus posibilidades y
sus limitaciones. Es realista consigo misma; vive en la verdad; sabe de qué es
capaz por sí misma; por tanto sabe decir que no y tiene también el valor de
decir que sí. Reconoce sus errores; no teme aceptar que se ha equivocado y con
la confianza puesta en Dios, todos los días emprende el camino de “vuelta al
Señor”; vive en continua conversión.
273.
Ser humilde es poner toda la confianza en Dios;
colocar la vida en sus manos; no rebelarse contra su voluntad ante las
vicisitudes de la vida y los contratiempos; es estar abierto a la Palabra, a su
Reino. Toda la riqueza del humilde radica en Jesús y en los valores del
Evangelio.
274.
La humildad es transparencia de la persona que
refleja y transmite el amor de Dios. Su vida toda es plenitud porque ha hecho un
vacío de sí para dejarse llenar de Dios. La persona humilde no solo sabe decir
la verdad sino que es coherente, recta y consecuente con la verdad.
275.
El humilde es sincero ante todo con Dios,
reconociendo miseria personal y al mismo tiempo agradecer las bondades que Dios
realiza en su ser, empeñándose en poner estos dones al servicio de los otros
como bienes que le han sido confiados para ayuda de los hermanos.
276.
La Bethlemita en su tarea evangelizadora ha de
llevar el mensaje de Cristo a los demás con actitud de dulzura, paz, amabilidad
y mansedumbre evangélica.
277.
La mansedumbre es la capacidad de poseerse a sí
mismo; es el dominio de las propias reacciones e impulsos, lo cual supone
posesión de paz interior. Es manifestar a los demás que estamos en “comunión
con Dios que vive dentro de nosotros”. La mansedumbre significa apertura a la
esperanza, a la confianza, al optimismo.
278.
La humildad es indispensable para vivir la
pobreza; en hay momentos en que las actitudes de humildad y pobreza son las
mismas. El humilde es manso, es pobre, confía en Dios, confía en los otros, no
se vanagloría de lo que hace, pues reconoce que es Dios quien obra en él, se
olvida de sí mismo para servir a los demás prestando este servicio con alegría.
279.
Para la Bethlemita toda la vida de Cristo desde
Belén hasta la Cruz es una perenne lección de humildad. Una mirada constante y
la contemplación y meditación de Cristo en su máximo anonadamiento han de
estimularla en la práctica de la humildad.
280.
Después de Cristo, Nuestra Señora, la Virgen
María, es el modelo más sublime de humildad. Siempre vivió en actitud de ser la
“esclava del Señor”. Es el título que Ella misma se da y que constituye el
programa de vida. Como esclava del Señor, está vacía de sí misma y por lo tanto
con una capacidad de recibir los dones divinos, para ponerlos al servicio de
los hermanos.
281.
En la espiritualidad Bethlemita, el servicio un lugar preeminente, teniendo
presente la consigna del Señor: “No he venido a ser servido, sino a servir”.
Toda la vida de Cristo, fue una entrega y donación hasta la máxima prueba de
amor, el dar la vida por nosotros.
“Desde
los comienzos de la Institución Bethlemita, la Comunidad se constituyó para el
servicio apostólico, su característica
fue la hospitalidad. También la Madre Encarnación consideró fundamental la vida
en comunidad para el servicio y la entendió como “unión en el espíritu y la
caridad”
.
282.
La actitud de servicio es una permanente
disposición de olvido de nosotros mismo para darnos a los demás, sin limitación
de tiempo y sin condiciones. Esto requiere constancia, abnegación y gran
capacidad de amor.
283.
En el servicio está incluida la obediencia,
virtud esencial en la vida religiosa. El servicio que se presta en la
comunidad, está regido por la voluntad de Dios y ha de ser expresión de nuestra
libertad que, consciente y generosamente se entrega a hacer aquello que Dios
quiere y los Superiores determinan.
284.
El servicio al prójimo, al necesitado, a las
enfermas o ancianas, a toda clase de personas que necesitan nuestra ayuda, debe
estar caracterizada por la bondad, la alegría, el amor. El servicio nos compromete
en una tarea constante de donación como la de Cristo, sin esperar otra
recompensa que la de haber cumplido a cabalidad el Plan de Salvación que su
Padre le confió en favor de la humanidad.
285.
La vivencia de la espiritualidad Bethlemita,
requiere la práctica de muchas virtudes que giran alrededor de la humildad, la
pobreza, el servicio. Cada una de ellas exige una respuesta a Dios, según las
circunstancias o situaciones que se viva, con una gama de actitudes positivas
que informen la vida y den testimonio al mundo, de que Cristo es el centro de
la vida, y que por El, se va entregando en generoso servicio a la Iglesia, a
favor de los hermanos según el Carisma de la Congregación.