lunes, 11 de noviembre de 2013

XXII CAPITULO GENERAL. FORO.

Qué significa ir a Belén…?

Ir a Belén es una peregrinación nada fácil. Quizás es el mayor desafío que tenemos, pues Belén significa “hacernos niños”.
Belén se vive desde un corazón de niño que ve a un Dios que, siendo rico se hizo pobre,  siendo fuerte se hizo débil,  siendo grande se hizo pequeño para que nosotros  podamos tener su grandeza,  experimentar su fortaleza,  y participar de su riqueza.
Tener la grandeza del compromiso de entrega al prójimo. La grandeza de optar por las actitudes de pobreza,  humildad, amor, servicio, alegría…….
Experimentar la fortaleza que nos de la entereza en el saber que es más fuerte el humilde que el orgulloso, el reconciliado que el rencoroso…
Participar de la riqueza que nos permita proyectar y vivir  en unidad, fecundas y evangelizadoras.
Esta grandeza, fortaleza y riqueza necesitan de nuestro Sí y  Belén es nuestro modelo. Para que Belén se hiciera realidad fueron necesarios, por lo menos  tres Sí: El Sí de María, el Sí de José y el Sí del Hijo de Dios.
No hay Belén sin tener actitudes de pobreza humildad y acogida de corazón al Dios que se hace hombre y viene  a nuestro encuentro.
Estamos siempre llamadas a renovar nuestro sí  al misterio del Dios que habla en el silencio y que se revela en el recogimiento y en las profundidades del espíritu. Para que Belén no sea una escena más del evangelio debemos encarnar su grandeza, su riqueza y su fortaleza.

sábado, 2 de noviembre de 2013

XXII CAPITULO GENERAL. FORO. TERCER TEMA: QUE ES LO QUE MAS ADMIRAS DEL CARISMA BETHLEMITA?

¿Qué es lo que más admiras del Carisma Bethlemita?
Dicen nuestras constituciones:
La experiencia evangélica de Pedro de San José Betancur se centra en el misterio de la Encarnación, misterio del Hijo de Dios que se hace hombre, se manifiesta en Belén y en su entrega hasta la muerte; revela así el amor del Padre en actitud de pobreza y humildad para llevar a todos los hombres a la filiación divina y a la comunión fraterna. (2a)
Nuestra espiritualidad Bethlemita nos exige profundizar y vivir en actitud de humildad y pobreza el amor que el Padre nos revela en su Hijo hecho hombre, y ser por la fuerza del Espíritu testigos de ese amor en el pueblo de Dios. (5a)
Yo comienzo por decir que no es lo que más admiro del Carisma Bethlemita, sino lo que más AMO.
Lo que más amo del Carisma Bethlemita es que está centrado en la contemplación del Misterio del Hijo de Dios que se hace hombre y se manifiesta en Belén… y en su entrega hasta la muerte y nos revela el Amor del Padre en actitud de POBREZA Y HUMILDAD.
Estas dos actitudes: POBREZA Y HUMILDAD son las que, a mi parecer, mejor definen la esencia, del ser humano…independiente de todo valor religioso o carismático. Es lo contrario de lo creado por el hombre, cuando de manera errónea busca su realización personal, entre otros, en el tener y el aparecer.
Hacer conciencia de la POBREZA es reconocer y proclamar que: “Dios es la única riqueza verdadera que tenemos”. Y hacer conciencia de la HUMILDAD, es reconocerse como un ser con una historia llena de experiencias positivas y negativas que contribuyen en la construcción de una personalidad única e irrepetible, con la certeza de que la mayor dignidad que tenemos como seres humanos es la de ser hijos de Dios y que como Jesús, somos en todo dóciles a la voluntad del Padre; una docilidad interior, libre y querida "de corazón".
Por lo tanto nuestro CARISMA BETHLEMITA es de una gran riqueza y exige un gran compromiso. Es un carisma que nos impele a tener un amor incluso preferencial – no exclusivo – por los pobres (VC 82, 90). De hecho, el pobre se convierte en el primero – no el único -, después de Aquél que es EL VERDADERO PRIMERO Y ÚNICO: DIOS. Y todo esto vivirlo con “sobreabundancia de gratitud y de amor, tanto más en un mundo que con frecuencia se ve asfixiado en la confusión de lo efímero” (Cf. VC 105a). Un carisma que exige ser vivido como Jesús lo vivió: en humildad, sencillez, solidaridad y hospitalidad, superando toda forma de explotación, aburguesamiento y consumismo.
Hoy en el capítulo General estamos llamadas a revisar y redescubrir esta base y a enraizarnos en ella. De lo contrario estaremos aún fuera del Evangelio; no hemos comprendido nada de nuestra vida (¡y sucede!, visto que en nuestra cultura tendemos a entender y juzgar las cosas desde su punto de vista externo, efectivo, material). Entonces, es desde aquí de donde brota el significado también exterior, apostólico, testimonial y profético de nuestro CARISMA: SER BETHLEMITA, POBRE Y HUMILDE ante una sociedad en la que hay: “un materialismo ávido de poseer, de aparecer, desinteresado de las exigencias y los sufrimientos de los más débiles, y carente de cualquier consideración por el mismo equilibrio de los recursos de la naturaleza.
Nuestra espiritualidad de vivir las actitudes de pobreza y humildad nos presentan un carisma de sencillez, desapego, solidaridad y fraternidad con todos, comenzando por los más necesitados, “la predilección por los pobres y la promoción de la justicia” (VC 82). Con su anonadamiento, Cristo nos ha dado un ejemplo que imitar. Sólo el Hijo es capaz de revelar el verdadero rostro del Padre; la revelación del Padre se abre a los pequeños y se cierra a los sabios. Todos los que están cansados y oprimidos pueden encontrar en Cristo el alivio. Y este plan no puede ser aceptado más que por aquéllos que se presentan ante Dios conscientes de su vaciedad y pequeñez, con la pobreza sustantiva que caracteriza al ser humano, con la actitud humilde y la "desesperada" búsqueda de algo o Alguien que sea capaz de llenar la propia vida. Dios no admite que el hombre entre en petulante competencia con Él. La autosuficiencia será el obstáculo mayor para que el misterio de Dios se abra a nosotros.

XXII CAPITULO GENERAL. FORO. SEGUNDO TEMA: QUÉ VEN LOS PASTORES?

2,. ¿Qué ven los Pastores?
Los pastores encontraron a María y a José y al RECIÉN NACIDO acostado en el pesebre. Es lo que vieron y contemplaron, tal como se les había anunciado.
Luego el evangelista nos dice que, lo que vieron y oyeron ellos mismos lo proclamaron, alabando y glorificando a Dios. Y luego… en quienes escuchaban el testimonio de los pastores, surgía la admiración.
Primero lo acogieron, y se admiraron, lo gustaron, enseguida guardaron lo valorado en su corazón, y luego lo compartieron.
Para quienes poseen los ojos de la fe, la debilidad de aquel FRÁGIL NIÑO ENVUELTO EN PAÑALES encierra un misterio que, una vez desvelado, constituye una alegría para todo el pueblo: es El, el Esperado, el Señor de la vida y de la historia.
Compartirlo es la dinámica de la misma fe, vinculada esencialmente a lo comunitario. Si no lo hubieran anunciado, los pastores habrían dejado de esperar vigilantes y de caminar en su itinerario hacia el Salvador. Del asombro y la alegría brotan la alabanza y glorificación a Dios.
Los pastores son modelo para nosotros de esa fe/esperanza cristiana que primero escucha y luego contempla (mira) y se maravilla (goza) y enseguida comparte evangelizando y misionando.

XXII CAPITULO GENERAL. FORO. PRIMER TEMA: HILO CONDUCTOR.

1. ¿Qué relación encuentra entre el hilo conductor del capítulo: “Vamos a Belén a ver lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado” y el compromiso que el mundo espera de la vida Bethlemita?
Los pastores son LOS HUMILDES QUE VAN A BELÉN. Llegaron los humildes a Belén y en aquella pobreza vieron a Dios hecho niño. Llegaron los pobres de la tierra y al ver a Jesús, tan como ellos, les salió por los ojos el asombro.
Para nosotras Bethlemitas hoy: ¿Hacia dónde se encaminan nuestros pasos? ¿Nos dejaremos enseñar por la capacidad de asombro de los pastores?
Desde el capítulo que hoy se inicia se nos invita a rastrear caminos humildes y escondidos. Sólo ellos pueden transformar el mundo, porque desde abajo es desde donde se intuye lo esencial. Es el corazón de los pobres el que mejor refleja el rostro de Dios.
QUE EL ESPÍRITU SANTO ACOMPAÑE A CADA HERMANA CAPITULAR PARA QUE NUESTRO INSTITUTO PUEDA DAR RESPUESTAS A LA IGLESIA DE HOY.

miércoles, 6 de febrero de 2013

CARISMA Y ESPIRITUALIDAD. A.L.O. PROYECCIÓN DE LA ESPIRITUALIDAD BETHLEMITA


                                                                             PROYECCION DE LA ESPIRITUALIDAD BETHLEMITA.

INTRODUCCION

Para dar una respuesta a la tarea que sobre la Congregación recae en estos momentos de proyectar la Espiritualidad y Carisma Bethlemita en los laicos, hemos profundizado algunos aspectos doctrinales sobre el tema y dado una mirada general a la vida de nuestros Fundadores.
Con las luces recibidas y la formulación hecha como objetivo para la creación de la Asociación de Laicos Bethlemitas, tratamos de llegar a puntos concretos en el quehacer apostólico que se tiene en el proyecto.
Lo que se pretende decir es apenas un esbozo de la gran riqueza espiritual que fundamente nuestra Espiritualidad y dar algunas orientaciones que motiven la acción apostólica de quienes desean compartir nuestro carisma.
Es una tarea que se inicia y por consiguiente, habrá que recorrer amplios senderos, sortear dificultades hasta llegar a la meta propuesta. Son los primeros pasos que nos llevarán a realidades concretas y a actividades en el orden espiritual de colaborar en la identificación de un grupo.
Confiamos en la luz del Espíritu Santo que nos guiará siempre y en la protección maternal de Nuestra Señora de Belén, quien es la Maestra en este caminar en seguimiento de Jesús.

Espiritualidad Bethlemita

219.            Se entiende por espiritualidad, el carisma-espíritu de los Fundadores, que constituye el conjunto de rasgos y actitudes propios, o estilo de vida específico e irrepetible por medio de los cuales se nos identifica en la Iglesia[1].
220.             La espiritualidad Bethlemita se fundamenta en el Misterio del Verbo Encarnado manifestado en Belén y en la Cruz. Las Constituciones nos dicen: “Nuestra espiritualidad Bethlemita nos exige profundizar y vivir en actitud de humildad y pobreza el amor que el Padre nos revela en su Hijo hecho hombre, y ser por la fuerza del Espíritu testigos de ese amor en el pueblo de Dios”. Señala a continuación el mismo numeral las actitudes de vida: “El Misterio de la Natividad en Belén ha de ser para nosotras fuente de fraternidad, sencillez, pobreza, obediencia y Servicio” (Const.5).

Misterio de Belén

221.            Nuestros Fundadores descubren el Misterio de Belén, “como una fuerza de atracción hacia su permanente conversión, y lo contemplan como itinerario del anonadamiento del Verbo Encarnado, expresado en pobreza-humildad de su naturaleza humana”[2].
222.            Ser Bethlemita es dar respuesta a la llamada a Belén que Dios nos hizo un día, para empezar un camino que todos los días debe ser ratificado y continuado.
       Como miembros de la Iglesia, el Misterio de Belén nos hace una llamada a vivir nuestra consagración bautismal-religiosa que nos permita glorificar al Padre y colaborar con Cristo en la obra de la salvación, mediante la entrega a nuestros hermanos.
223.        El Misterio de Belén es el Misterio del amor y de la donación de Dios la hombre. Es la manifestación del “don total de Sí” que Cristo realiza con el Padre por medio del Espíritu Santo. Belén, manifestación de Dios y de su proyecto salvador con nosotros, en nuestra historia.
224.         También el Misterio de Belén es una oferta divina y un proyecto de paz en el amor que nos invita a promover un clima de armonía, de gozo, de alegría, de buena voluntad y de acogida para todos.
       Vivirlo significa amar y darse, favorecer el diálogo entre Dios Padre y nosotros por medio de su Hijo; y entre nosotros y nuestros hermanos, en unas relaciones sinceras de amistad y donación generosa en bien de todos.
225.       En Belén encontramos a Dios hecho Niño, que quiere vivir nuestra vida, nuestra pobreza, nuestra debilidad. Como niño no habla, no actúa, no puede hacer nada útil, pero la presencia de Dios en Él, es ya la Palabra, es acción, luz y poder que salva.
226.      Acoger en fe la presencia de Dios en Belén y permanecer cerca de Él sin decir nada, ya es oración, es contemplación que alimenta el espíritu. Frente a la pobreza de este Niño tomamos conciencia de nuestra miseria humana.
227.        El misterio de Belén nos enseña “el espíritu de pobreza que significa quitar los disfraces, dejar caer las defensas y seguridades personales, recibir lo que cada día se nos ofrece y beber en la fuente de agua viva que están en Belén”. Este espíritu no es fácil lograrlo, sino que es un don de Dios.  Para nosotras es un don vivencial que parte del carisma fundacional.
228.           El Niño de Belén nos descubre que la vocación Bethlemita es vocación a la pobreza de “nosotros mismos” como puerta del Reino y como penitencia y estado permanente de “conversión” para llegar a ser pequeños ante la grandeza de Dios.
        Es también una invitación a la solidaridad con los pobres, con los necesitados, lo cual nos lleva al desprendimiento, al servicio, a la apertura a los demás y a la aceptación de la realidad personal y comunitaria.
229.           Belén es el misterio de la humildad. En él Dios se manifiesta como un Niño sin poder, sin dominio, sin prestigio, desconocido de todos y hasta perseguido. Todo cuanto le rodea es humilde: María la Madre de Jesús que se denomina la Esclava del Señor; José el hombre sencillo, silencioso, siempre atento a cumplir la voluntad del Padre; los pastores que custodiaban los rebaños, gentes despreciables y humildes, que presurosos corrieron a rendir honores a Dios, hecho “Niño envuelto en pobres pañales y recostado en un pesebre”[3]. En Belén no hay apariencias ni ostentación de grandeza, es el prototipo de la humildad y de la sencillez.
230.              El Misterio de Belén, con la humildad nos enseña la confianza en Dios. Esta virtud nos conduce al olvido de nosotros mismos para abandonarnos únicamente en Dios, nuestro Padre y dejar que Él haga en nosotros lo que Él quiere y en la forma que le plazca. Dios puede invadir nuestro ser si lo acogemos con confianza y esta disposición nade de la humildad.

Misterio de la Cruz

231.           En la espiritualidad Bethlemita, el misterio de la Cruz está presente desde Belén. La Cruz es el símbolo del amor Redentor de Cristo hecho carne. Manifestado a los hombres en Belén, entrega su vida al Padre en una ofrenda total hasta darla por la redención del género humano. Es el Crucifijo el libro en el cual Pedro Betancur leyó y aprendió el amor del Señor. Y es el Corazón traspasado de Jesús, donde la Madre Encarnación descubre el dolor de Cristo ante el desamor de los hombres.
232.          La espiritualidad de la Pasión de Cristo, encarna la exigencia de un querer completar en nosotros lo que falta a su Pasión. De ahí surge el espíritu de oblación, donación, sacrificio y penitencia que deben caracterizar nuestra vida.
233.        Como seguidoras de Cristo, viviendo el misterio de la Cruz, hemos de purificarnos continuamente mediante la penitencia y el sacrificio voluntario, en expiación de las ofensas a Cristo Nuestro Salvador, y al mismo tiempo compartir su sufrimiento en los miembros vivos de la Iglesia.
        Otra forma de vivir esta espiritualidad es el asociarse al sacrificio de Cristo Redentor para corresponder a la misericordia de su Corazón, completando aún en carne propia lo que falta a sus sufrimientos para la edificación de su Cuerpo que es la Iglesia. Así nos lo recuerda S.S. Juan Pablo II: “Queremos corresponder a su amor misericordioso, inclinado a compadecerse también de los sufrimientos que padecen los miembros doloridos de su Cuerpo Místico”[4].
234.             En la espiritualidad Bethlemita, Belén y Cruz forman una sola realidad  en la totalidad del Misterio de Cristo Verbo Encarnado. Nuestra vida ha de estar iluminada por el resplandor de la Estrella de Belén y el fascinante atardecer del Calvario enrojecido con la Sangre Redentora de Jesús.

Acción apostólica

235.         Toda congregación religiosa tiene como finalidad un servicio. “Nuestra Congregación Bethlemita, fiel a su carisma, tiene como fin servir a la Iglesia en la Evangelización, especialmente de  los pobres”. “Nuestra vocación nos compromete en una vida de fidelidad al Evangelio, a la Iglesia, al carisma de la Congregación y a la realidad histórica. Por esta fidelidad somos en medios de los hombres testigos del Señor y profetas de un Reino anticipado que se hace presente más por nuestro ser que por nuestro hacer[5].
236.         Siguiendo las huellas de nuestros Fundadores hemos de lanzarnos a un trabajo generoso, que ayude a otros a conocer y participar del misterio salvador de Cristo. Esta misión debemos realizarla con el espíritu con que ellos lo realizaron: “El Misterio de Belén –lo recuerda el Decreto de aprobación de las Constituciones– ha de ser estímulo para vivir con perseverante generosidad en actitud de humildad y pobreza nuestra específica misión en la Iglesia”.
237.         Nuestra tarea específica como Bethlemitas es la Evangelización. Evangelizar, es anunciar la Buena Nueva, es entregar el Evangelio. En el anuncio de la Buena Nueva se deben tener presente los elementos siguientes:
     El amor a Dios que obra la salvación.
     La Buena Nueva es el anuncio cumplido en Cristo como manifestador y manifestación salvadora de Dios.
     El Evangelio es Cristo mismo como promesa de salvación, como realidad presente y como futuro al que estamos lanzados desde El.
238.            Pedro de San José Betancur como evangelizador sigue el camino trazado por Cristo: “busca a los pecadores, penetra en los distintos ambientes con una presencia de amor, conoce su situación y partiendo de ésta y de sus necesidades, emprende con ellos el camino hacia Cristo”[6].
        Esa es la forma como debemos llegar a los demás, llevando el mensaje de amor con actitudes de humildad y acogida.
239.        En cuanto al celo apostólico de la Madre Encarnación, las Constituciones lo señalan así: “La fidelidad al carisma de Pedro la lleva a expresar su servicio en el contexto histórico, atenta a las indicaciones que le dan los legítimos pastores”[7].
      La conciencia de su misión evangelizadora la manifiesta en una actitud permanente de servicio, disponibilidad, apertura y amor universal al prójimo.
    Toda su proyección apostólica la realiza con el fundamento básico de su vida espiritual.
240.           A ejemplo de nuestros Fundadores, “nuestra vocación nos compromete en el anuncio de Cristo y en la comunicación de su mensaje de salvación en la unidad de la fe y del amor para la realización del hombre, con fidelidad al Espíritu, que nos habla a través de la historia y de múltiples maneras”[8].

DEVOCIONES SEGÚN LA ESPIRITUALIDAD BETHLEMITA

241.         Toda espiritualidad como lo hemos dicho, tiene sus manifestaciones externas que tienden a expresar la devoción o dedicación al misterio particular de Cristo que la inspira.
Fundamentada la espiritualidad Bethlemita en los misterios de belén y la Cruz, las devociones que de ello se siguen, son las que practicaron nuestros Fundadores en el contexto y momento histórico que les correspondió vivir.

Devoción al misterio de la Natividad del Señor

242.         Para Pedro este misterio, es la inspiración de la gran obra que realiza y la fuente de su contemplación permanente. Por tal motivo la etapa litúrgica de la Navidad, con la preparación del adviento y su prolongación hasta la Epifanía, ponía su alma en trance de arrobamiento y ternura. Este amor profundo lo expresa con la preparación del pesebre en el que no faltaban los detalles reveladores del gran don en él simbolizado.
    Las imágenes de Jesús, María y José, eran colocadas en sitio especial para rendirles los debidos honores. No faltaba el grupo de pastores que habían de visitar al Divino Niño, a su Madre y San José.
    En toda casa Bethlemita, debe estar el pesebre como expresión del amor profundo a este Misterio; símbolo que debe hablar a cuantos visiten, del amor eterno de Dios al hombre que le entrega a su Hijo. Igualmente la vivencia del tiempo litúrgico del Adviento, ha de ser la preparación real del corazón para el advenimiento del Reino de Cristo. La fiesta de Navidad, debe ser expresión gozosa de la presencia del Señor entre nosotros. Hemos de alejarnos de todo aquello que no sea expresión sencilla de amor de Dios que se da en servicio a nuestros hermanos.
    A continuación nos referimos a Nuestra Señora de Belén y a San José, porque ellos ocupan lugar privilegiado en el Misterio de Belén. Es ese contexto hablamos de devoción a los dos.
243.         La herencia principal de nuestros Fundadores, es el amor a Nuestra Señora, de manera particular a Nuestra Señora de Belén, bajo cuya protección nació el Hospital de Belén, siendo ella por consiguiente, Madre de la Orden Bethlemita.
Es María la escogida por Dios Padre, para realizar el prodigio más grande de la humanidad: “ser la Madre de Dios”. En Belén, María nos entrega al Salvador. Ella es quien nos da a Jesús, nos enseña a escuchar su Palabra y a ponerla en práctica. Es Ella la Esclava del Señor, vacía de sí misma, con una total capacidad de recibir los dones del Señor, para ponerlos al servicio de nosotros mismos y de nuestros hermanos.
    El servicio más grande de Nuestra Señora, la Madre de Belén es decisivo para la humanidad: “Concebir y dar a luz al Salvador del mundo”.
La devoción a nuestra Señor se ha de manifestar:
     ante todo con la práctica de sus virtudes, siendo nuestro modelo en la entrega al Señor,
  con el rezo del Ángelus de manera contemplativa, recordando el instante en que Ella pronunció su FIAT eterno de nuestra salvación; con el rezo del Rosario en el que contemplamos y meditamos los misterios de la vida del Señor,
     celebrando sus fiestas con espíritu mariano,
   haciéndola conocer y amar de las distintas personas, particularmente bajo la advocación de Nuestra Señora de Belén.

Devoción a San José

244.         Las Constituciones al respecto nos dicen: “La Congregación tiene a San José como especial modelo de fidelidad a la misión que el Padre le señaló en la entrega a Jesús y a María”[9].
En la fidelidad de San José a la misión confiada por el Padre Celestial encontramos estímulo para nuestra entrega personal al servicio de Cristo.
S.S. Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Redemptoris Custos, resalta la misión de San José, como partícipe en el Misterio de la Encarnación, al lado de Nuestra Señora: “comprometido en la realidad del mismo hecho salvífico, siendo depositario del amor, por cuyo poder el Padre Eterno, nos predestinó a la adopción de hijos suyos”[10].
245.      San José es para las Bethlemitas modelo de vida interior, de silencio, de profunda contemplación, de trabajo y de humildad. Toda la existencia del Santo Patriarca la puso a disposición de los designios divinos, sometiéndose en todo a la voluntad del Padre con sacrificio total de sí mismo.
Fue San José con María Santísima, en la noche de Belén, testigo privilegiado de la venida del Hijo de Dios al mundo. Nadie mejor que él nos puede alcanzar las gracias necesarias para comprender y vivir las exigencias que se desprenden del Misterio del Verbo Encarnado y su presencia entre nosotras.
246.         Un aspecto muy importante en San José fue también su vida de trabajo. En la Exhortación Redemptoris Custos, ya mencionada, hacer ver cómo es expresión de amor en la vida de la familia de Nazaret y precisa la clase de trabajo que San José desempeñó para asegurar el mantenimiento de ella. La vida de trabajo abarca toda la existencia de José… Esto nos muestra cómo el trabajo humano ha formado parte del Misterio de la Encarnación.
Es San José, el modelo de la vida cotidiana; para ser auténticos seguidores de Cristo, no se necesitan “grandes cosas, sino las virtudes comunes, humanas, sencillas”[11].
247.         A ejemplo de nuestros Fundadores, fieles devotos de San José, la Bethlemita encuentra en él, el modelo de humildad, pobreza, silencio, vida de trabajo, sumisión a la voluntad de Dios, sacrificio de sí mismo, vida interior, estímulo para la contemplación de los misterios de Cristo como alma de oración y un amor acendrado a la Santísima Virgen.

Devoción al Misterio de la Eucaristía

248.         Este Misterio es la manifestación del amor de Dios a nosotros. En un anhelo de compartir permanentemente la vida con el hombre, Dios se ha quedado presente bajo las especies de pan y vino. Esa donación, ese quedarse presente en el Sacramento de la Eucaristía, exige a toda Bethlemita una correspondencia de amor.
Nos dicen las Constituciones: “Cristo sacramentalmente presente en nuestra casa, nos invita a visitarlo frecuentemente en actitud de alabanza, adoración, acción de gracias, petición y reparación”[12].
249.         Nuestra relación con la Eucaristía es relación con la persona misma del Salvador. “El que como mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él”[13].  este misterio se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber el mismo Cristo, nuestra Pascua y pan vivo por su carne, que da la vida a los hombres, vivificada y vivificantes por el Espíritu Santo”[14].
250.         El sacrificio de la Cruz se perpetúa sacramentalmente en la Eucaristía. En ella Cristo mismo continúa ofreciéndose al Padre para la vida del mundo. Y puesto que esta muerte suya es el acto supremo de amor hacia los hombres, porque “nadie tiene mayor amor, que el que da su vida por sus amigos”[15], la Eucaristía, es el acto supremo del amor de Cristo entre nosotros, ya que perpetúa la muerte sacrificial de la Cruz. El Señor ha querido perpetuar sacramentalmente esta muerte para que ese amor se nos hiciera continuamente presente y manifiesta en la Iglesia.
251.         En cuanto a celebración Eucarística, hemos de tener presente que también la Iglesia ofrece con El al Padre, el Corazón de Cristo, como respuesta de amor y debida reparación. En esta celebración la Iglesia unida plenamente, por amor, con Cristo, se ofrece toda ella con Cristo al Padre para la gloria de Dios y la salvación de los hombres[16]. Participar en la Eucaristía es esforzarnos en compartir lo que somos y lo que tenemos con los demás.
252.         La expresión de amor y devoción eucarística de la Bethlemita se ha de manifestar de diversos modos:
     Como “medio, el más eficaz para una participación plena en la vida de la Iglesia y el Misterio Pascual”[17].
     Participación diaria en la celebración como sacrificio de acción de gracias, alabanza, alimento, fortaleza, vínculo de amor y unidad entre los hombres.
     Trato asiduo y familiar con la persona de Jesús en la oración diaria como “nuestro encuentro con un Dios personal que nos ama, nos habla, llena nuestra historia, comparte nuestra situación…”[18].
     Celebración de las fiestas litúrgicas con devoción y sentido eclesial.
     Proyección de la Eucaristía en la vida cotidiana.

Devoción al Corazón dolorido de Jesús

253.              Sabemos ya que esta devoción parte de la experiencia particular que tuvo la Madre Encarnación del Misterio de Cristo. “Por especial don del Espíritu, ella encuentra su dinamismo espiritual en el amor y dolor de Cristo, de donde proviene el sentido eclesial y universal de reparación que vive y comunica…”[19]
254.              En nuestra espiritualidad Bethlemita está muy ligado el culto al Corazón de Cristo al Misterio Eucarístico. El culto al Misterio del Corazón de Cristo, herencia de la Madre Encarnación, nos indica en sentido general, el amor del Salvador a la hombres hasta dar su vida por ellos. Amor que perdona los pecados y concede la seguridad y confianza en su auxilio.
255.         Nuestro amor reparador al Corazón de Cristo, nos permite que seamos como dice San Pablo: “Hostias vivas, santas, agradables a Dios”[20]. La reparación personal debe llevar al reconocimiento de las culpas personales que contribuyen a la pasión y muerte de Jesús y por consiguiente queda el deber de ofrecer satisfacción al Corazón Divino por tantas infidelidades en el amor.
256.         El espíritu de reparación se ha de expresar también en una altísima contemplación del Misterio Redentor en la Eucaristía, en diversas clases de sacrificios y penitencias, según las inspire el amor, y una aceptación paciente y alegre de las cruces que Dios nos envíe: la enfermedad, la incomprensión, etc.
257.         Toda la actividad espiritual y apostólica de la Bethlemita, debe estar animada por el espíritu de reparación. Con esta finalidad, todas las obras, por pequeñas que están sean, se han de realizar por Jesús, y en unión al sacrificio de la Cruz, para que se integren en esa Hostia que se inmola para la gloria del Padre, y como colaboración a la redención del mundo.
258.         El amor a Cristo doliente que vivió la Madre Encarnación, la llevó a una serie de prácticas de devoción con un marcado sentido de reparación. En el ejercicio de las 10 lámparas se traduce el profundo grado de contemplación que tuvo de la Pasión y cómo ese amor la condujo a descubrir los dolores íntimos del Señor, no solamente en la persona física de Jesús, sino en su Cuerpo Místico, la Iglesia. La experiencia de Dios le hizo sentir dolor intenso de los pecados de la humanidad concretizados en el quebrantamiento de los 10 Mandamientos. Por eso su vida fue una continua inmolación de amor.
Es para toda Bethlemita un deber constante el actualizar la devoción reparadora de acuerdo a las necesidades de la Iglesia en el momento histórico que se vive.

VIRTUDES SEGÚN LA ESPIRITUALIDAD BETHLEMITA

259.         El seguimiento de Cristo en la vida Bethlemita nos lleva a “testimoniar la trascendencia del Reino, mediante la continua búsqueda de Dios, y la vivencia radical del Evangelio”[21]
Esa vivencia radical exige la práctica de una serie de virtudes que han de dar la identidad Bethlemita. Entre estas virtudes se destacan la pobreza, la humildad y el servicio.

Pobreza

260.         Para entender la pobreza evangélica es preciso profundizar en el Misterio del Verbo Encarnado nacido en Belén. Este Misterio es la expresión más grande de pobreza a la que Dios se sometió. El Verbo oculta su naturaleza divina sin perderla. Dios se anonada, se hace hombre[22],
Es Jesús el Señor, quien ha vivido personalmente la pobreza: nace en una familia pobre, se somete a las leyes de nacimiento, de crecimiento, y de dependencia como cualquier ser humano. Jesús nace y vive pobre. La respuesta que Jesús da al Escriba: “las zorras tienen su guarida y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”[23], es expresión de que nada posee y está disponible para todos.
261.         El alma de la pobreza no es la carencia de bienes materiales sino el desapego de ellos. En la pobreza material puede faltar a veces el espíritu de pobreza. Se puede ser muy pobre materialmente y tener el afán de los ricos.
La pobreza evangélica es pobreza espiritual, pobreza interior. Es disponibilidad a toda petición que nos venga de Dios. Es querer compartir con los demás de una manera generosa lo que poseemos.
262.         El espíritu de pobreza nos lleva a saber utilizar las cosas, los bienes materiales, las bellezas de la naturaleza, pero sin ser esclavos de ella. Es saber compartir y saberse privar de algo para los demás.
263.         La pobreza evangélica lleva a la aceptación de las propias limitaciones, flaquezas e insuficiencias. Es saber aceptar por Cristo, el ser olvidado, relegado, no tenido en cuenta.
264.         El que posee alma de pobre no está añorando por el pasado, cuando éste ha sido más confortable y alegre. Es no tener congojas o preocupaciones por el futuro; es saber vivir confiadamente en manos de la Providencia divina. Es saber dejar lugar a Dios, a que se haga responsable de nuestro mañana.
265.         También la pobreza de espíritu nos invita a tener una relación nueva con los pobres, con que no tienen bienes materiales, los que carecen de trabajo, medios de subsistencia, y sobre todo con los que carecen de fe, de consuelo y de paz. Con este espíritu, hemos de “realizar nuestra misión desde la perspectiva del pobre, con sentido eclesial y sensibilidad frente a las necesidades de los hombres”[24].

Humildad

266.         Para entender la humildad, característica de la espiritualidad Bethlemita, hemos de partir, como se decía en la  pobreza, de la contemplación del Verbo Encarnado, manifestado en Belén, que siendo Dios “se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo y haciéndose semejante a los hombre”[25]
En este misterio del anonadamiento del Verbo, se destacan primordialmente las actitudes de humildad y pobreza de Cristo, que con su humillación nos salva e invita a entregarnos al servicio de los hermanos por amor y para que Dios se a glorificado.
267.         La humildad sólo se aprende en la escuela de Cristo: “maestro manso y humilde de corazón”[26]; quien lejos de buscar su propia gloria se anonadó desde Belén hasta morir en la Cruz para darnos salvación.
268.         Por la práctica de la humildad, la Bethlemita dispone su corazón para abrirse a Dios; para dejar que el Espíritu Santo obre con su gracia y realice la transformación de su ser que irá dando los frutos de amor. “De ahí una humilde Virgen, que sólo quiso ser esclava, Dios la hace la Madre de su Hijo, Cristo el Señor”[27].
269.         Se requiere la humildad en la práctica del mandamiento “nuevo” del amor. Con ella se facilitan las relaciones recíprocas con los demás, llegando a anteponer los interese de los otros, olvidándose de sí mismo en la búsqueda del bien de los hermanos.
270.         La práctica de la humildad conlleva el ejercicio de otras virtudes que son un gran estímulo en la vida fraterna: sencillez, sinceridad, mansedumbre, paciencia y como culmen de todas, la caridad.
271.         Para la Bethlemita humilde, los acontecimientos desagradables o adversos son considerados como algo normal, permitido por Dios y que son medio de purificación, oblación y penitencia, es decir, que tienen un sentido redentor.
272.         La Bethlemita humilde conoce sus posibilidades y sus limitaciones. Es realista consigo misma; vive en la verdad; sabe de qué es capaz por sí misma; por tanto sabe decir que no y tiene también el valor de decir que sí. Reconoce sus errores; no teme aceptar que se ha equivocado y con la confianza puesta en Dios, todos los días emprende el camino de “vuelta al Señor”; vive en continua conversión.
273.         Ser humilde es poner toda la confianza en Dios; colocar la vida en sus manos; no rebelarse contra su voluntad ante las vicisitudes de la vida y los contratiempos; es estar abierto a la Palabra, a su Reino. Toda la riqueza del humilde radica en Jesús y en los valores del Evangelio.
274.         La humildad es transparencia de la persona que refleja y transmite el amor de Dios. Su vida toda es plenitud porque ha hecho un vacío de sí para dejarse llenar de Dios. La persona humilde no solo sabe decir la verdad sino que es coherente, recta y consecuente con la verdad.
275.         El humilde es sincero ante todo con Dios, reconociendo miseria personal y al mismo tiempo agradecer las bondades que Dios realiza en su ser, empeñándose en poner estos dones al servicio de los otros como bienes que le han sido confiados para ayuda de los hermanos.
276.         La Bethlemita en su tarea evangelizadora ha de llevar el mensaje de Cristo a los demás con actitud de dulzura, paz, amabilidad y mansedumbre evangélica.
277.         La mansedumbre es la capacidad de poseerse a sí mismo; es el dominio de las propias reacciones e impulsos, lo cual supone posesión de paz interior. Es manifestar a los demás que estamos en “comunión con Dios que vive dentro de nosotros”. La mansedumbre significa apertura a la esperanza, a la confianza, al optimismo.
278.         La humildad es indispensable para vivir la pobreza; en hay momentos en que las actitudes de humildad y pobreza son las mismas. El humilde es manso, es pobre, confía en Dios, confía en los otros, no se vanagloría de lo que hace, pues reconoce que es Dios quien obra en él, se olvida de sí mismo para servir a los demás prestando este servicio con alegría.
279.         Para la Bethlemita toda la vida de Cristo desde Belén hasta la Cruz es una perenne lección de humildad. Una mirada constante y la contemplación y meditación de Cristo en su máximo anonadamiento han de estimularla en la práctica de la humildad.
280.         Después de Cristo, Nuestra Señora, la Virgen María, es el modelo más sublime de humildad. Siempre vivió en actitud de ser la “esclava del Señor”. Es el título que Ella misma se da y que constituye el programa de vida. Como esclava del Señor, está vacía de sí misma y por lo tanto con una capacidad de recibir los dones divinos, para ponerlos al servicio de los hermanos.

Servicio

281.         En la espiritualidad Bethlemita, el servicio un lugar preeminente, teniendo presente la consigna del Señor: “No he venido a ser servido, sino a servir”. Toda la vida de Cristo, fue una entrega y donación hasta la máxima prueba de amor, el dar la vida por nosotros.
“Desde los comienzos de la Institución Bethlemita, la Comunidad se constituyó para el servicio apostólico, su característica fue la hospitalidad. También la Madre Encarnación consideró fundamental la vida en comunidad para el servicio y la entendió como “unión en el espíritu y la caridad”[28].
282.         La actitud de servicio es una permanente disposición de olvido de nosotros mismo para darnos a los demás, sin limitación de tiempo y sin condiciones. Esto requiere constancia, abnegación y gran capacidad de amor.
283.         En el servicio está incluida la obediencia, virtud esencial en la vida religiosa. El servicio que se presta en la comunidad, está regido por la voluntad de Dios y ha de ser expresión de nuestra libertad que, consciente y generosamente se entrega a hacer aquello que Dios quiere y los Superiores determinan.
284.         El servicio al prójimo, al necesitado, a las enfermas o ancianas, a toda clase de personas que necesitan nuestra ayuda, debe estar caracterizada por la bondad, la alegría, el amor. El servicio nos compromete en una tarea constante de donación como la de Cristo, sin esperar otra recompensa que la de haber cumplido a cabalidad el Plan de Salvación que su Padre le confió en favor de la humanidad.
285.         La vivencia de la espiritualidad Bethlemita, requiere la práctica de muchas virtudes que giran alrededor de la humildad, la pobreza, el servicio. Cada una de ellas exige una respuesta a Dios, según las circunstancias o situaciones que se viva, con una gama de actitudes positivas que informen la vida y den testimonio al mundo, de que Cristo es el centro de la vida, y que por El, se va entregando en generoso servicio a la Iglesia, a favor de los hermanos según el Carisma de la Congregación.



[1] Cf. S.M. ALONSO, “Utopía de la vida religiosa”, pág. 87
[2] Cf. SABINO MATTERA, “Conversione, cosagrazione, missione nella espiritualitá Bethlemitica”, pág. 21
[3] L.G. 2,12
[4] Dives in misericorde 13,8
[5] Constituciones 10-11
[6] “Hacia una Renovación” pág. 150
[7] Constituciones 3
[8] Constituciones 81
[9] Constituciones 91
[10] Cf. Efesios 1,5; Redemptoris Custos 22-24
[11] Cf. Redemptoris Custos 22-24
[12] Constituciones 39
[13] Jn. 6,56
[14] P.O 5
[15] Jn. 15,13
[16] S.C. 7
[17] Constituciones 28
[18] Constituciones 25
[19] Constituciones 3
[20] Rm.12,1
[21] Constituciones 1
[22] Constituciones 45
[23] Lc. 9,58
[24] Cf. Directorio 40-44
[25] Cf. Fil. 2,6-11
[26] Mt. 11,29
[27] E. ANCILLI, “Diccionario de espiritualidad II” Pág. 269
[28] Constituciones 14