FIDELIDAD
DE LA MADRE ENCARNACIÓN
AL
CARISMA DE PEDRO DE SAN JOSE BETANCUR
Pedro de Betancur
|
Encarnación Rosal
|
—
Pedro vive un momento especial de la historia en
pleno siglo XVII. El Espíritu de Dios se adueña de él, cuenta con su libertad,
lo purifica, lo ilumina y lo vigoriza para llevar a cabo una obra en la
Iglesia a favor de los necesitados.
|
—
La Madre Encarnación dos siglos más tarde, iluminada
y guiada por empeña en llevar a su
comunidad a su primitivo espíritu. Para esta tarea pone al servicio de Dios,
su persona, su libertad, su propia experiencia espiritual que la une a Belén.
|
—
El Espíritu de Dios le hace vivir a Pedro una
experiencia humana, espiritual y apostólica; descubre la necesidad concreta y
de urgencia en la Iglesia y en la sociedad de su tiempo. Dios le da medios
eficaces para responder al Evangelio.[1]
|
—
Después de superar dificultades de todo género, se
propone la Madre ante todo, afirmar la propia vocación a Belén y orientar
luego su vida a favor de la comunidad para llevarla por los caminos de la
fidelidad y la observancia, de acuerdo al espíritu Bethlemita. Siente la
fuerza del Espíritu que la guía, mirando al pasado, Carisma de Pedro, y al
presente con las situaciones del momento que vive. Su único anhelo es revivir
el espíritu primitivo de observancia y fervor.[2]
|
—
La contemplación del Misterio de Belén, lleva a
Pedro a la radicalidad de su entrega, a la audacia en sus compromisos, al
valor con que asume los riesgos; a la relación íntima y prolongada con el
Señor en la oración.[3] Al
espíritu de penitencia y de identificación con el Cristo sufriente en el
hermano. Al amor de la Iglesia, en la obediencia a sus representantes y a la
caridad y misericordia a favor de los que sufren.
|
—
Fiel hija de Pedro, la Madre asimila las actitudes
de vida de Belén que la mostraron en todo momento: humilde, pobre, fraternal,
austera, sacrificada, abierta a las necesidades de los demás y comprometida
con todos en un servicio eclesial.[4]
No obra por sí misma, sino en
comunión con los Pastores. Consulta humildemente a los representantes de la
Iglesia y se guía por su dirección y filial obediencia en todo cuanto
contribuye al bien de su Congregación y la salvación de los hombres.[5]
|
—
En la escuela de Belén, Pedro aprende la humildad,
la pobreza y el servicio. Esto lo encamina a la acción misericordiosa con
todos, especialmente con los más pobres y abandonados.[6]
|
—
Para la Madre Encarnación, el Misterio de Belén es
el “altar de los primeros sufrimientos de Cristo y la cátedra de las más
grandes virtudes” que ella traduce en el servicio apostólico de acogida y
ayuda fraternal.[7]
|
—
La contemplación del Verbo en Belén, Pedro la
perpetúa en su ferviente amor a la Eucaristía. Comulga con la frecuencia
permitida por la Iglesia en ese tiempo, y es ingenioso en celebrar las
fiestas en honor del Santísimo Sacramento con gran esplendor y alegría,
además de sus largas vigilias de oración delante del Santísimo Sacramento.[8]
|
—
También en Belén, la Madre descubre el amor del
Corazón de Jesús, amor que quiere honrar en formas diversas. Su entrega
incondicional a este amor, la convierte en confidente y depositaria de una
misión que parte de la queja de Cristo: “No celebran los Dolores de mi
Corazón”, que la Madre acoge y vive con fidelidad. Su amor a Cristo presente
en la Eucaristía lo expresa en una oración asidua y en actos diversos de
culto en honor a este Sacramento.[9]
|
—
Para responder al amor Redentor de Cristo, Pedro se
entrega a las más ruda penitencia, porque él debe completar en su cuerpo, lo
que falta a la Pasión del Señor. Ese sentimiento de dolor con Cristo
doloroso, le lleva a sentir en lo más profundo de su ser la gravedad del
pecado, no sólo en los demás, sino en sí mismo y por eso se reconoce como
“gran pecador”. Ora y hace penitencia, invitando a todos a la conversión del
Corazón.
|
—
Como Pedro, la Madre Encarnación entiende el sentido
de la reparación como salvación, lucha contra el mal, contra el pecado. Ella
comprende que la conversión personal, depende de la acción de Dios y la
respuesta propia, lo cual implica una continua conversión, una renuncia a
cuanto no es evangélico, ni adhesión a Cristo.
Se empeña también en orar y reparar, sacrificándose por los
pecados de los demás, reconociendo en primer lugar su propia “miseria”.
|
—
Pedro transmite a la ORDEN Bethlemita su vida
calcada en el Evangelio. Se abandona plenamente en la Providencia y busca en
todo, seguir su Voluntad. Dios que tiene designios sobre él, le lleva a
través de diversas experiencias a encontrar ese ideal bajo la inspiración del
misterio de su amor. En el encuentra la fuente y distintivo de su vida y su
obra. Amor de Dios quien consagra todo su ser y amor universal a los
hermanos, sin distinción de razas. A todos reparte el pan de la hospitalidad,
servicio incondicional y misericordia en un clima de sencillez, humildad y
pobreza, especialmente a los más abandonados, tristes, pobres y enfermos.[10]
|
—
Toda la vida de la Madre fue una respuesta al
Evangelio. Por su gran fe y caridad ardiente se mantuvo fiel a Dios en todo
su proceder. Vivió profundamente la confianza en el Señor, y en sus mayores
dificultades encuentra fortaleza en su gran recurso a la oración ante el
Santísimo Sacramente. En sus obras buscaba solamente la gloria de Dios y el
hacer su voluntad. El amor de Dios le condujo a la práctica de las virtudes
cristiana en general y, a una entrega desinteresada a sus hermanas de
comunidad y a la misión apostólica.[11]
|
—
Pedro gozó del amor de Dios y por eso vivió con
sencillez y se entregó voluntariamente a la pobreza en todos sus aspectos: su
vida fue una donación de sí; su casa estaba abierta a todos. “Su casa de Belén no atrae por el lujo, comodidades o
grandeza, sino por su sencillez, humildad, bondad, sacrificio y abnegación”.
Vivió el amor en sus dos vertientes: amor a Dios y el amor al prójimo.
|
—
En la Madre Encarnación el anhelo de cumplir con su
misión, acrecienta en ella el deseo de servir con generosidad y apretura,
dispuesta a entregarse a los planes de Dios. Todas las obras que lleva a cabo
tienen el sello de la fraternidad y la sencillez. Su deseo de servir le anima
a dirigir sus pasos a regiones lejanas de su patria en donde ella pueda
encender la llama del amor a Cristo y organizar en diversos ambientes el
servicio caritativo a favor de los demás.
|
CONCLUSION
La vida
de nuestros Fundadores, la Historia de la Congregación, la aprobación de la
Iglesia y nuestra experiencia de vida nos llevan a la siguiente conclusión:
La
congragación inspirados por Dios a nuestros Fundadores, es un acontecimiento
eclesial y forma parte de la Historia de Salvación. El Misterio de Cristo en
Belén y en la Cruz, y la dimensión reparadora, constituye el núcleo esencial de
su Carisma, don que la Congregación recibe para vivir según él, para
profundizarlo y desarrollarlo constantemente, junto con el Cuerpo de Cristo
siempre en crecimiento, colaborando así en la salvación del hombre.[1]
A la luz
del Carisma, le corresponde hoy a la Congregación Bethlemita, vivir el
seguimiento de Cristo, con claridad espiritual y valentía como lo vivieron los
Fundadores en el momento histórico que les correspondió, para ayudar a la
instauración del Reino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario