miércoles, 6 de febrero de 2013

CARISMA Y ESPIRITUALIDAD. A.L.O. FIDELIDAD DE LA MADRE ENCARNACIÓN AL CARISMA DE PEDRO DE SAN JOSÉ BETANCUR

FIDELIDAD DE LA MADRE ENCARNACIÓN

AL CARISMA DE PEDRO DE SAN JOSE BETANCUR

Pedro de Betancur
Encarnación Rosal
     Pedro vive un momento especial de la historia en pleno siglo XVII. El Espíritu de Dios se adueña de él, cuenta con su libertad, lo purifica, lo ilumina y lo vigoriza para llevar a cabo una obra en la Iglesia a favor de los necesitados.
    La Madre Encarnación dos siglos más tarde, iluminada y guiada por   empeña en llevar a su comunidad a su primitivo espíritu. Para esta tarea pone al servicio de Dios, su persona, su libertad, su propia experiencia espiritual que la une a Belén.
     El Espíritu de Dios le hace vivir a Pedro una experiencia humana, espiritual y apostólica; descubre la necesidad concreta y de urgencia en la Iglesia y en la sociedad de su tiempo. Dios le da medios eficaces para responder al Evangelio.[1]

    Después de superar dificultades de todo género, se propone la Madre ante todo, afirmar la propia vocación a Belén y orientar luego su vida a favor de la comunidad para llevarla por los caminos de la fidelidad y la observancia, de acuerdo al espíritu Bethlemita. Siente la fuerza del Espíritu que la guía, mirando al pasado, Carisma de Pedro, y al presente con las situaciones del momento que vive. Su único anhelo es revivir el espíritu primitivo de observancia y fervor.[2]
     La contemplación del Misterio de Belén, lleva a Pedro a la radicalidad de su entrega, a la audacia en sus compromisos, al valor con que asume los riesgos; a la relación íntima y prolongada con el Señor en la oración.[3] Al espíritu de penitencia y de identificación con el Cristo sufriente en el hermano. Al amor de la Iglesia, en la obediencia a sus representantes y a la caridad y misericordia a favor de los que sufren.
    Fiel hija de Pedro, la Madre asimila las actitudes de vida de Belén que la mostraron en todo momento: humilde, pobre, fraternal, austera, sacrificada, abierta a las necesidades de los demás y comprometida con todos en un servicio eclesial.[4]
No obra por sí misma, sino en comunión con los Pastores. Consulta humildemente a los representantes de la Iglesia y se guía por su dirección y filial obediencia en todo cuanto contribuye al bien de su Congregación y la salvación de los hombres.[5]
     En la escuela de Belén, Pedro aprende la humildad, la pobreza y el servicio. Esto lo encamina a la acción misericordiosa con todos, especialmente con los más pobres y abandonados.[6]
    Para la Madre Encarnación, el Misterio de Belén es el “altar de los primeros sufrimientos de Cristo y la cátedra de las más grandes virtudes” que ella traduce en el servicio apostólico de acogida y ayuda fraternal.[7]
     La contemplación del Verbo en Belén, Pedro la perpetúa en su ferviente amor a la Eucaristía. Comulga con la frecuencia permitida por la Iglesia en ese tiempo, y es ingenioso en celebrar las fiestas en honor del Santísimo Sacramento con gran esplendor y alegría, además de sus largas vigilias de oración delante del Santísimo Sacramento.[8]
    También en Belén, la Madre descubre el amor del Corazón de Jesús, amor que quiere honrar en formas diversas. Su entrega incondicional a este amor, la convierte en confidente y depositaria de una misión que parte de la queja de Cristo: “No celebran los Dolores de mi Corazón”, que la Madre acoge y vive con fidelidad. Su amor a Cristo presente en la Eucaristía lo expresa en una oración asidua y en actos diversos de culto en honor a este Sacramento.[9]
     Para responder al amor Redentor de Cristo, Pedro se entrega a las más ruda penitencia, porque él debe completar en su cuerpo, lo que falta a la Pasión del Señor. Ese sentimiento de dolor con Cristo doloroso, le lleva a sentir en lo más profundo de su ser la gravedad del pecado, no sólo en los demás, sino en sí mismo y por eso se reconoce como “gran pecador”. Ora y hace penitencia, invitando a todos a la conversión del Corazón.
    Como Pedro, la Madre Encarnación entiende el sentido de la reparación como salvación, lucha contra el mal, contra el pecado. Ella comprende que la conversión personal, depende de la acción de Dios y la respuesta propia, lo cual implica una continua conversión, una renuncia a cuanto no es evangélico, ni adhesión a Cristo.
Se empeña también en orar y reparar, sacrificándose por los pecados de los demás, reconociendo en primer lugar su propia “miseria”.
     Pedro transmite a la ORDEN Bethlemita su vida calcada en el Evangelio. Se abandona plenamente en la Providencia y busca en todo, seguir su Voluntad. Dios que tiene designios sobre él, le lleva a través de diversas experiencias a encontrar ese ideal bajo la inspiración del misterio de su amor. En el encuentra la fuente y distintivo de su vida y su obra. Amor de Dios quien consagra todo su ser y amor universal a los hermanos, sin distinción de razas. A todos reparte el pan de la hospitalidad, servicio incondicional y misericordia en un clima de sencillez, humildad y pobreza, especialmente a los más abandonados, tristes, pobres y enfermos.[10]
    Toda la vida de la Madre fue una respuesta al Evangelio. Por su gran fe y caridad ardiente se mantuvo fiel a Dios en todo su proceder. Vivió profundamente la confianza en el Señor, y en sus mayores dificultades encuentra fortaleza en su gran recurso a la oración ante el Santísimo Sacramente. En sus obras buscaba solamente la gloria de Dios y el hacer su voluntad. El amor de Dios le condujo a la práctica de las virtudes cristiana en general y, a una entrega desinteresada a sus hermanas de comunidad y a la misión apostólica.[11]
     Pedro gozó del amor de Dios y por eso vivió con sencillez y se entregó voluntariamente a la pobreza en todos sus aspectos: su vida fue una donación de sí; su casa estaba abierta a todos. “Su casa de  Belén no atrae por el lujo, comodidades o grandeza, sino por su sencillez, humildad, bondad, sacrificio y abnegación”. Vivió el amor en sus dos vertientes: amor a Dios y el amor al prójimo.
    En la Madre Encarnación el anhelo de cumplir con su misión, acrecienta en ella el deseo de servir con generosidad y apretura, dispuesta a entregarse a los planes de Dios. Todas las obras que lleva a cabo tienen el sello de la fraternidad y la sencillez. Su deseo de servir le anima a dirigir sus pasos a regiones lejanas de su patria en donde ella pueda encender la llama del amor a Cristo y organizar en diversos ambientes el servicio caritativo a favor de los demás.


CONCLUSION

La vida de nuestros Fundadores, la Historia de la Congregación, la aprobación de la Iglesia y nuestra experiencia de vida nos llevan a la siguiente conclusión:
La congragación inspirados por Dios a nuestros Fundadores, es un acontecimiento eclesial y forma parte de la Historia de Salvación. El Misterio de Cristo en Belén y en la Cruz, y la dimensión reparadora, constituye el núcleo esencial de su Carisma, don que la Congregación recibe para vivir según él, para profundizarlo y desarrollarlo constantemente, junto con el Cuerpo de Cristo siempre en crecimiento, colaborando así en la salvación del hombre.[1]
A la luz del Carisma, le corresponde hoy a la Congregación Bethlemita, vivir el seguimiento de Cristo, con claridad espiritual y valentía como lo vivieron los Fundadores en el momento histórico que les correspondió, para ayudar a la instauración del Reino.


[1] Cf. M.R. 11



[1] Cf. Const.2
[2] Cf. Const. 3b
[3] Cf. Const. 2b
[4] Cf. Const. 2
[5] Cf. Const. 2b
[6] Cf. Const. 2b.
[7] Cf. Const. 3ª.
[8] Cf. Const. 2b.
[9] Cf. Const. 3b.
[10] Cf. Const. 2c.
[11] Cf. Const. 3

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