miércoles, 6 de febrero de 2013

CARISMA Y ESPIRITUALIDAD. A.L.O. CARACTERÍSTICA DE NUESTRO FUNDADORES


                                                                                         I.       CARACTERISTICAS DE NUESTOS FUNDADORES

     BEATO DE SAN JOSÉ BETANCUR.
     MADRE MARIA ENCARNACIÓN ROSAL.

INTRODUCCIÓN

A partir del sentido general de CARISMA y ESPIRITUALIDAD profundizado en la primera parte de esta reflexión, queremos adentrarnos en algo muy particular y por demás importante, como son las características propias de nuestros Fundadores.
Se pretende llegar con sumo respeto y cariño a la hondura de cada una de sus vidas y penetrar hasta donde sea posible, en la riqueza espiritual de cada uno de ellos, para reconocer los variados caminos por donde Dios los llevó hasta la culminación de una obra, que hoy sigue reviviendo su carisma y enriqueciéndolo con una vivencia profunda y radical, para colaborar en la extensión del Reino de Cristo en el mundo de hoy.
Este analizar las características de nuestros Fundadores no es otra cosa que profundizar en el carisma y señalar las actitudes de vida que constituyen nuestra espiritualidad Bethlemita, para dar a nivel personal y comunitario la respuesta que Dios nos exige hoy, en bien de nuestros hermanos, los hombres, dentro de la Iglesia.
Analizaremos por separado su vida tratando de descubrir lo específico de su personalidad y aquellos elementos comunes que fundamentan la espiritualidad y la enriquecen.
Los elementos comunes, darán unidad a nuestro trabajo y constituirán  la riqueza profunda, fundamental y necesaria que nos ayudará a comprender mucho mejor la herencia del carisma fundacional, que nosotras por fidelidad hemos de asimilar profundamente, para dar una respuesta adecuada según el momento histórico que nos ha correspondido vivir.
Como ayuda particular en la reflexión, tendremos en cuenta trabajos ya muy elaborados por varias hermanas Bethlemitas y algún sacerdote amigo de la Congregación, quienes han investigado nuestra historia y cuyos aportes son muy válidos y enriquecedores.
Estos aportes nos orientan en muchos aspectos y darán claridad para llegar a conclusiones prácticas que nos llevan a vivir mejor la espiritualidad y el carisma como don de Dios para la Congregación Bethlemita.

A.    BEATO PEDRO DE SAN JOSÉ BETANCUR

Dios lo llama a la vida

114.             En el año de 1626, el hogar formado por Amador Betancur y Ana García, es alegrado con la presencia de su primer hijo, que es regenerado por las aguas del Bautismo, el mismo día de su nacimiento, 21 de Marzo. Desde ese momento, empieza este nuevo hijo de Dios, a crecer en las virtudes teologales que le hacen sentirse hijo de Dios Padre, hermano de Cristo y templo vivo del Espíritu Santo.
115.             Chasna o Vilaflor, pueblecito de Tenerife, Isla de la Gran Canaria, es la patria de este gigante del amor de Dios y bienhechor de la humanidad. Su niñez la pasó en la pequeña aldea apartada y silenciosa, sometido a un duro trabajo, para colaborar con su padre en el sostenimiento del hogar. “De natural manso, de índole sencilla, tiene en estas circunstancias, el material adecuado para el puente que ha de franquearle el paso fácil a la senda de privaciones, sacrificios y aniquilamiento que constituyen su vida[1].
116.             Desde su infancia, Pedro dio pruebas de las más nobles y santas inclinaciones. En él se descubría el gran amor a misterios de Dios, mostrando gran respeto y fervor en templo al participar en las ceremonias sagradas. Se cuenta que en sus entretenimientos de niño, empleaba el tiempo libre en fabricar pequeñas cruces; hecho que era un preludio de cuanto por amor a Cristo Redentor haría más tarde, y su devoción al llevar sobre sus hombros una gran cruz de madera, para asemejarse a Cristo y como expiación de los pecados del mundo.
117.             Los sentimiento de piedad y devoción de Pedro, eran sin duda alguna, producto del ambiente religioso del hogar paterno, pues cuenta la historia que su padre era un hombre muy dado a la oración y a la penitencia; muy devoto de la Pasión de Cristo y generoso servidor de los pobres. También su madre poseía una sensibilidad exquisita, gran ternura de corazón y muy consagrada a los quehaceres domésticos sin descuidar la ayuda caritativa a los necesitados. Estos ejemplos los heredó Pedro y los puso en práctica durante su vida, especialmente cuando ya adulto, se dedicó a las obras de fe y de caridad.

Llamado por Dios para una misión

118.             En aquellos tiempos, las leyendas sobre América entusiasmaban a los europeos y les animaban a realizar viajes allende el mar, para descubrir y conquistar nuevas tierras.
Pedro escuchaba embelesado las narraciones que se hacían y su corazón empezaba a sentir el deseo de salir de su tierra natal, conocer nuevos lugares y gentes y llevarles el mensaje cristiano.
No era el oro, ni el poder, ni las riquezas en todas sus formas lo que ambicionaba su noble corazón; lo que le atraía era poder realizar lo que los misioneros narraba: una misión evangelizadora y ganar las almas para Cristo.
119.             Su alma exquisita y su corazón inclinado a la bondad, se sumían en inmenso dolor, al escuchar el relato de los trabajos agobiantes a que eran sometidos los indios, de las injusticias que con ellos se cometían, del abandono y miseria en que se encontraban reducidos, ellos, que eran los verdaderos dueños de aquellas tierras.
120.             También se llenaba de gran angustia al saber que los negros esclavos, que llegaban de las Indias, traídos de África, “hacinados en inmundas bodegas eran tratados con menos consideración que los mismos animales, y que al llegar a Tierra Firme, sólo les esperaba la autoridad inmisericorde, el látigo implacable y la cárcel tenebrosa[2].
Estos cuadros impresionaban hondamente su alma y la estremecían en su exquisita sensibilidad. Afectado por el dolor de aquellos prójimos, se iba incubando en su mente, la idea de viajar al Nuevo Mundo, para dedicar su vida entera al alivio y consuelo de cuantos, al otro lado del océano, en esas tierras ricas de oro, ellos pobres dolientes, no encontraban quien enjugara sus lágrimas, curara sus heridas y les dijera una palabra de consuelo en sus amargas penas.
121.             Su alma ardiente y soñadora, rumiaba estas noticias mientras los rebaños pacían en la campiña, bajo el cielo azul intenso de su querido archipiélago. Las horas, al cuidado de los rebaños de su padre, pasaban rápidamente mientras que su corazón lo orientaba a Dios pensando qué podría hacer a favor de sus hermanos.
122.             Sus padres, aunque ocupaban una buena posición social, habían caído en reveses de fortuna y sobrellevaban una situación económica estrecha, que obligaba tanto a ellos como a sus hijos pasar privaciones y penurias[3].
Razón por la cual, Pedro tuvo que prestar sus servicios a un acreedor de su padre durante algún tiempo, para rescatar el pedazo de tierra que constituía el patrimonio familiar.
123.         Estando al servicio de un comerciante, tuvo ocasión de visitar la corte y ciudad de Madrid. Durante su permanencia allí, se mantuvo firme en sus sanas costumbres sin que en nada alterase su natural sencillo, siguiendo la vida de trabajo honrado y piedad ardiente. En este tiempo se enriquece su mente, con el conocimiento sobre lejanas tierras de América y las amplias narraciones sobre sus gentes y costumbres.
124.         De regreso a su pueblo natal, continúa el pastoreo de los rebaños de su padre. En esta ocupación propicia para la reflexión y meditación, pudo ahondar mucho más en aquello que alimentaba su mente e inquietaba su corazón. Allí alaba a Dios en la hermosa naturaleza que rodeaba, pensaba en los dolores de los indios y esclavos en tierras lejanas, e iba madurando la idea de hacer algo por todos ellos en el suelo de la Indias. En esa soledad del campo, sin más compañía que sus pacientes rebaños, la piedad cristiana y el amor al prójimo crecían “en aquel temperamento esencialmente místico[4].
125.         Su madre le miraba complacida y ponía todo su empeño para que organizara un hogar, en el que el cariño y la fortuna le hiciesen el centro de una nueva familia. Ante tales insinuaciones, salidas de corazón maternal de su madre, Pedro se mantuvo firme y expresó que no era él para la vida matrimonial porque Dios lo llamaba a otras tierras para servir a quienes amargados y dolientes carecían de hogar y de amor.

Cultivando su vocación

126.         En medio de sus preocupaciones, en el corazón de Pedro sigue madurando la idea de tomar estado pero al servicio de la Iglesia. Expone a su madre el deseo de hacerse sacerdote, aunque reconoce su escasa preparación intelectual, pero él cree que podrá servir a Dios en la Iglesia, en diversos ministerios de caridad.
Para obrar con más precisión, propone a su madre, visitar una tía suya para hacerle la consulta sobre el tema de tanta importancia como es su vocación.
127.         Realiza un corto viaje y se entrevista con su tía, mujer de Dios y de gran vida espiritual, quien iluminada por el Espíritu Santo, interviene ante la madre de Pedro, convenciéndola de que lo deje marchar a América.
Su tía le anima con estas palabras: “El servicio de Dios te espera en las Indias. Tu camino, Pedro, no es el de la carne, ni la sangre. Debes salir al encuentro con Dios, como Pedro sobre las aguas. De este viaje a las Indias, se seguirá mayor gloria de Dios, gran provecho a los prójimos y no poco interés para tu misma persona[5].
128.         Confortado y animado Pedro con las palabras de su tía y habiendo consultado con su confesor quien también le anima, toma la determinación de embarcarse para América. Se dispone a partir sin decir adiós a su madre, para evitarle la pena de la despedida y le comunica su proyecto en una cariñosa carta que le deja a bordo, embarcándose en un buque que salía para la Habana. Había cumplido 24 años.
Su decisión es rápida; lucha y sufre, pero ante la insistente llamada de Dios, no duda, es valiente, dejándolo todo aunque su corazón se desgarre de dolor.
Atrás queda su querido hogar, su linda tierra natal con cuanto podría traerle gloria y felicidad; se sumerge en la aventura de un viaje que el final le dejará en el lugar donde Dios le espera para una misión.

Su vocación se va esclareciendo

129.         Durante el viaje, va manifestando una serie de cualidades que le hacen ver alegre, jovial, trabajador, sincero. Se gana la simpatía de todos y los jefes de la embarcación le prometen halagüeñas recompensas si continúa la travesía con ellos.
No son suficientes las razones que expone Pedro a la tripulación para defender su intención de quedarse en el puerto más cercano. Después de inútiles resistencias, accede a las pretensiones de todos y continúa el viaje, hasta que a los pocos días se resiente su salud, poniendo en peligro su vida. Ante esta situación, temeroso el capitán de que le mal perjudique a los demás viajeros, ordena que se deje al enfermo en la playa más cercana, con el fin de que tenga un desenlace feliz y pueda morir tranquilo.
130.         Ya en la playa, Pedro se siente aliviado. Animado por una fuerza interior, aunque sin dinero, ni equipaje, emprende el camino largo y penoso que le conducirá a la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala. Siente que la mano providente de Dios le va guiando; sus fuerzas se hay recuperado y después de una extenuante jornada llega al lugar donde ha intuido que Dios le llama.
Este lugar lo conoció de manera singular. Habiendo llegado la embarcación al puerto de Trujillo en Honduras, oyó por vez primera el nombre de Guatemala. Le llamó la atención este nombre y exclamó: “A esa ciudad quiero ir, porque con interior júbilo y superior fuerza me siento animado a encaminarme hacia ella, luego que he oído su nombre”[6].
Los biógrafos están de acuerdo en afirmar que estas palabras pronunciadas por Pedro, tienen un carácter de verdadera “inspiración” de Dios.
131.         Llevado de la mano de Dios, después de vencer muchas dificultades, pero con ánimo resuelto, llegó a Guatemala el 18 de Febrero de 1651. Coincidió su llegada con un fuerte temblor de tierra que redujo la ciudad a escombros, sembrando en los habitantes el pavor y la angustia.
Inmediatamente empieza su trabajo caritativo. Llevado de su temperamento, sin preocuparse de sí mismo, ni de los peligros que le amenazaban, atento sólo a dolor de sus semejantes, en ferviente plegaria, pedía piedad y misericordia a Dios, para las afligidas gentes. Recorría la ciudad en busca de las víctimas de la tragedia, prestando con abnegación cuantos servicios estaban a su alcance.

Dificultades que surgen

132.         A los pocos días de su llegada, tal vez por las grandes privaciones del viaje, las consecuencias de la enfermedad padecida en la travesía, y seguramente el intenso trabajo agoraron su organismo debilitado, se sintió nuevamente enfermo y se vio obligado a pedir asilo en un hospital.
Durante la enfermedad, gozó de los cuidados de personas generosas y Dios le proporcionó además un buen amigo, que resultó ser familiar suyo, aunque en grado remoto, quien le acompañó y le ofreció hospitalidad en su casa.
133.         “Pedro amaba el trabajo, la pobreza y la virtud”. Para no convertirse en carga pesada para los bienhechores que le atendían con tanto esmero, buscó trabajo remunerable en la fábrica de Pedro de Almengol. Mientras trabajaba con asiduidad, se iba captando el afecto de su patrón y de sus compañeros de labor, debido a su disciplina, responsabilidad y constante bondad. Pero un pensamiento martillaba su mente: quería seguir la carrera eclesiástica, para dedicarse a las misiones evangelizadoras y sobre todo, como medio fácil de poner en “acción la fiebre de su caridad que le abrasaba”[7].
134.         Humilde como era, en asunto de tanta importancia, no quiso gobernarse por sí solo. Consultó con el Padre Manuel Lobo, quien fuera su director espiritual. El sabio Jesuita, después de serias reflexiones, le aconsejó que probara a “llevar a la práctica sus deseos, pero ante todo, estudiara con atención y perseverancia sus verdaderas inclinaciones, a fin de optar por la que más conviniera, para mejor servicio a Dios”. Estas sabias razones, le animaron a iniciar la vida de estudiante, en las que tantas amarguras y desilusiones le esperaban.
135.         Para alcanzar el ideal propuesto, asume las tareas de obrero y de estudiante a la vez. Organiza el tiempo, se entrega después de cumplir con el horario en el taller de su profesor, al estudio, particularmente del latín, que se convirtió en el mayor tormento de su carrera de estudiante. Pasaba las noches estudiando las declinaciones latinas, repitiendo las lecciones que olvida con facilidad, sin obtener resultados satisfactorios. No se detenía en su empeño; a mayor dificultad en el aprendizaje, más horas de estudio y dedicación. El idea que pretendía, bien merecía este esfuerzo constante.
136.         Los compañeros de estudio, muchachos traviesos y alborotados, muchos años menores que él, le ofendían y molestaban, sacándole en rostro su incapacidad para aprender. Se burlaban llamándole unas veces “bestia, animal, ignorante, jumento” y otras con tono sarcástico le apellidaban: sabio, erudito, maestro, teólogo”.
Con su habitual mansedumbre, escuchaba las burlas y ultrajes que recompensaba con bondadosa sonrisa. Eso y mucho más, merecía él, según su profunda humildad. Esta penosa situación le afectaba, no tanto por los sinsabores que le atraían y las burlas de que era objeto, sino porque se alejaba cada vez del acariciado sueño de ser sacerdote, y poder ir a la tierra de los infieles a conquistar almas, llevando la Buena Nueva de Dios y ofreciendo su ayuda espiritual.
137.         Después de inútiles intentos durante dos años, las pruebas y ensayos de toda clase, se vio precisado a renunciar a la carrera del sacerdocio, pues no había logrado hacer progresos en el estudio del latín. Esta prueba la soportó con ecuanimidad de espíritu y con gran generosidad. Dios le mostrará otros caminos.
138.         A pesar de este aparente fracaso en el estudio del latín, Pedro tenía un entendimiento especial en materias teológicas, Corroboraban tal juicio, las ingeniosas respuestas que daba, sus parábolas, anécdotas y habilidad para enseñar la doctrina cristiana a los niños, como también al tratar de convencer y llevar al cambio de vida a personas alejadas de Dios. Además, la manera como realizó los planes de Dios es la obra apostólica que inició, manifiestan la fuerte voluntad y tesonera constancia, guiadas por un superior claridad intelectual.
139.         Los caminos de Dios, le llevan a cambiar de rumbo. Ante los resultados negativos del estudio, resolvió apartar de sí el ideal del sacerdocio y emprender el camino lejos de la ciudad, para buscar en tierras no conquistadas, gentes infieles a quienes evangelizar. Se despidió de su nuevo protector, Diego Vilches, y viajó hacia Petapa, lugar célebre por la ermita en donde se daba culto a una imagen de la Virgen del Socorro.
Ante la imagen de Nuestra Señora se detiene en una fervorosa oración Descarga su atribulado corazón en la Madre de Dios, le expone sus congojas y le pide luces para ver cuál es la voluntad de Dios. Lleno de perplejidad, rumiando aún los sinsabores de su fracaso como estudiante que le aleja de su ideal sacerdotal, suplica a la Madre bondadosa que no le abandone en momento tan difícil. Su larga y confiada oración va serenando poco a poco su espíritu, hasta que “sintió un extraño impulso, casi irresistible que le obligaba a desandar lo andado y volver a Guatemala”.
Las palabras que pronunció al escuchar el mimbre de Guatemala, le venían a la mente como un mandato supremo: “A esa ciudad quiero ir, porque con júbilo y superior fuerza me siento animado a encaminarme a ella, luego que he oído nombrarla”. Le parecía oír una queja dolorosa, un clamor de misericordia de los indios, los negros, los enfermos, que le tendían las manos suplicantes pidiéndole ayuda[8].
140.         Dócil a la voz del Espíritu y confiando en la protección de Nuestra Señora, regresó a Guatemala, para continuar la batalla espiritual en búsqueda de la voluntad de Dios.
Su corazón sólo ambicionaba dar respuesta su ardiente caridad, consagrándose al servicio de los desgraciados, menesterosos, enfermos, tristes y atribulados.

Organiza su jornada de caridad.

141.         Iluminada su mente por la luz del Espíritu, y con la certeza de hacer lo que Dios quería de él, visitaba a diario los hospitales, prodigando cuidados a los enfermos, consolándolos con su palabra cariñosa y dándoles lo poco que poseía.
En esas visitas, tiene la oportunidad de ver y apreciar más de cerca la horrible situación de tantos enfermos, que, débiles e incapaces para ganarse la vida, medio aliviados de sus enfermedades, eran despedidos de los hospitales y abandonados en las calles, “donde la mayoría, faltos de amparo y cuidados, encontraban la muerte, no habiendo logrado con la hospitalización otra cosa que prolongar por más días sus sufrimientos”.
142.         El corazón de Pedro, todo generosidad, se sentía destrozado en presencia de tanta miseria y abandono; y era mayor su congoja, al comprobar que en su pobreza no tenía medios para aliviar tanto mal. Concibió la idea de organizar un hospital para convalecientes, un lugar piados y amable que albergara aquellos enfermos, donde pudieran prepararse a morir tranquilos y quizá recuperar su salud y volver a la vida corriente, con fuerzas físicas y morales para sobrellevarla con valor.
143.         Pedro era consciente de sus limitaciones; no bastaba su buena fe, sus sentimientos nobles de querer remediar tantas necesidades; comprendía que se necesitaban ayudas económicas que respaldaran, y proporcionaran de alguna manera, el servicio que quería prestar. El, en su haber tenía muy poca cosa: “un hábito raído y una vivienda prestada”. Eso sí, en cambio poseía “la fe, la esperanza, amor sincero y la renuncia de sí mismo”[9] para poner todas las energías y voluntad al servicio de la causa de Dios, única cosa a que aspiraba. Confiando plenamente en Aquel que le había llamado seguía trabajando hasta realizar el ideal propuesto.

Miembro de la Orden Tercera de San Francisco

144.         Dios se valió de diversos medios para llevar a Pedro a la realización de un servicio en el cual se buscaba el bien de los necesitados.
Llevado de su prudencia, buscó ayuda en Dios y en sus representantes. Habiendo seguido los consejos del misterioso personaje que le insinuó buscara como morada la ermita del Calvario y vistiera el hábito de la Tercera Orden, hizo la solicitud al padre guardián del convento de San Francisco, manifestando estar dispuesto a cumplir todas las pruebas necesarias para lograr este beneficio.
145.         Admitido sin dilaciones en la Orden Tercera, ciñó el hábito que usaban los miembros de ella y se dispuso a organizarse en el sitio indicado, para consagrarse con mayor recogimiento a sus oraciones y dar comienzo a la obra de caridad que le obsesionaba. Se retiró entonces a la ermita del Calvario y se constituyó en el sacristán del Templo. Se ocupaba del aseo y ornato del mismo, desplegando su capacidad de trabajo, cultivando hermosas flores para el altar y convirtiendo en breve tiempo el lugar, en uno de los más frecuentados por los fieles que deseaban honrar a Cristo, secundando las insinuaciones del celoso guardián y sacristán.

Inspiración fundamental de la obra

146.         Hemos visto cómo Pedro, ansioso de dar respuesta a Dios, se conmueve hondamente por las miserias de los pobres enfermos y está resuelto a poner en ejecución la inspiración divina.
Instalado en la ermita del Calvario, después de cumplir con el aseo del Templo, distribuye el tiempo en actividades diversas que tienden únicamente al servicio del prójimo: visitas a los hospitales, a las cáceles, llegando hasta las minas donde trabajan los negros esclavos; da el catecismo a los niños del barrio; también visita la casa de los ricos pidiéndoles ayuda en dinero y alimentos para aquellos que no los tienen.
Emplea el tiempo en ir y venir de un lado a otro, proporcionando alivio donde encuentra el dolor; completando el horario de su trabajo con interminables horas de oración estimuladas con terrible penitencia.
En las noches, poco descansa porque se ha propuesto recordar a todos, al compás de la campanilla que “un alma tenemos y si la perdemos no la recobramos”.
147.         Estableció dos obras muy particulares para ayudar al necesitado: el Hospital de Convalecientes y la escuela para niños y niñas. Aunque en su corazón e ingenio cabían muchas otras cosas que practicaba en orden a las diversas obras de misericordia.
148.         Seguramente el recuerdo de su niñez transcurrida en la ignorancia, las penalidades sufridas como estudiante y principalmente la sed de hacer el bien, en todas las formas posibles, le indujeron a establecer la escuela de párvulos junto a la ermita del Calvario. La organizó con dos jornadas: en la mañana las niñas, en la tarde los niños. Unos y otras fueron confiados a un buen maestro que él pagaba con las limosnas que recogía, pero él se reservó la cátedra de la Doctrina Cristiana, aprovechando los recursos que le dictaba su ingenio pedagógico para llegar a todos con cantos, danzas, juegos, parábolas y leyendas, con el fin de ilustrarlos en la fe de Cristo..
149.         La muerte de una piadosa mujer, María Esquivel, quien frecuentaba el Calvario, fue la oportunidad para dar comienzo al funcionamiento del hospital. Esta buena mujer había dispuesto que sus funerales se hiciesen con la venta de su casita. Al saber esto, el Hermano Pedro, buscó los medios necesarios para comprar la propiedad, para que este lugar fuera el punto de partida de su obra. Fácilmente encontró dos benefactores quienes entusiasmados al oírlo explicar con elocuencia y entusiasmo el proyecto del servicio que tenía en mente, le facilitaron los 40 pesos que valía la casita. Con esto se daba el primer paso[10].
150.         Con todos estos hechos se ve cómo el hermano Pedro seguía dócilmente el impulso del Espíritu Santo que lo fiaba en cada caso. La acción de Cristo, mediante su Espíritu, ponía en él, el “deseo” y luego “los medios” para realizarlos.
La misma noche de la compra de la casita, al recorrer la ciudad, llamando a las gentes a la penitencia y exhortándolas a la conversión, tuvo noticia de una mujer que necesitaba inmediata protección. Era una pobre esclava, maltratada y abandonada por sus amos; el Hermano Pedro, la cargó sobre sus hombros llevándola al rancho pajizo que él denominó “Hospital de Bethlem”. Iniciando con esta mujer, su labor caritativa asistencial.
151.         Cumplidor celoso de su deber y sumiso a las leyes, quiso responder con los requisitos tanto en el orden civil como eclesiástico al iniciar su benéfica fundación. Obtenidas las licencias necesarias se entregó con ahínco a la tarea propuesta. Ante la duda del funcionamiento público y el éxito feliz de su obra, al preguntarle el Señor Obispo con qué medios contaba para llevarla a cabo, el Hermano Pedro, sin inmutarse y con bondadosa sonrisa contestó: “Eso Padre, yo no lo sé: mas Dios que todo lo puede, me ayudará”. Palabras que revelan su gran confianza en Dios y la certeza de que en su nombre saldría adelante, aunque las apariencias humanas fuesen otras.

EL HOSPITAL DE BETHLEM

152.         El pequeño hospital lo llamó “Bethlem” en honor al nacimiento de Jesús, misterio que Pedro amaba y celebraba con gran júbilo y regocijo espiritual. La contemplación del misterio del amor de Dios al hombre, que hace que el Hijo se encarne y tome la naturaleza humana, sumerge el alma de Pedro en arrobamientos de gozo, de amor, de humildad y generosa entrega.
Contemplar a Dios hecho Niño indefenso, vacilante, débil, necesitado de todo, lo saca de sí y lo convierte en un pregonero que recorre las calles buscando a quién decirle que Dios le ama, que Dios está cerca, que la salvación está en Belén.
De su amor al Misterio de la Natividad, nace también en Pedro, su gran veneración a Nuestra Señora, la Madre de Belén, quien nos da al Salvador del mundo y bajo su protección coloca el servicio hospitalario que inicia, y a San José, fiel custodio, representante del Padre, constituido en fidelísimo guardián de María y Jesús.
153.         Sus biógrafos relatan ampliamente cómo, con gran esplendor, júbilo y devoción, celebraba la “Noche de Navidad”, invitando a todos a vivir con fervor la festividad. Después de la imponente procesión, de la celebración de los oficios litúrgicos y solemne Eucaristía, regalaba a los pobres con especial generosidad.
Saludaba a todos con gran alegría, pero en primer lugar la felicitación era para la Emperatriz de los cielos, visitándola en los santuarios de la ciudad y prolongando hasta la Epifanía las alegres manifestaciones, en honor al gran Misterio de la inefable ternura de Dios hacia la pobre humanidad[11].
Su amor al misterio de Belén le hacía salir de sí, sin poder ocultar aquella llama de amor que quemaba su corazón ante la suprema donación de Dios al hombre, invitándole a la entrega de servicio sin reserva a los hermanos[12].
154.         En poco tiempo la obra fue desarrollándose de manera prodigiosa. Los que  en un comienzo dudaban del éxito de ella y le negaban su ayuda, fueron más adelante sus benefactores más insignes. Le llegaban limosnas de muchas personas que en sus manos se multiplicaban, llegando en diversas ocasiones a verdaderos milagros. Las gentes se asombraban por el adelanto de la construcción, hasta pensar que los ángeles venías también a prestarle ayuda. Lo que sucedía era muy sencillo: obreros, albañiles, carpinteros y muchos más de escasa fortuna que no tenían dinero ni materiales para ofrecerle, acudían en las noches, robando horas de su descanso para trabajar en tan benéfica construcción[13].

Celoso misionero, buscador de almas

155.         El hermano Pedro consagraba sus delicadas atenciones, no sólo a los males físicos; también las enfermedades morales del prójimo le preocupaban de igual manera y le merecían análogo interés. Para ello, aprovechaba las altas horas de la noche para recorrer las calles de la ciudad, más que en busca de enfermos del cuerpo, de doloridos del alma. “Aquel hombre sin letras, sabía encontrar, no en las luces de la inteligencia, sino en la bondad de su corazón, la palabra adecuada que curaba la herida”. Sus frases sencillas salidas de su corazón ardiente, penetraban en las almas de sus oyentes e iban transformando poco a poco hasta lograrse verdaderas conversiones, teniendo el poder de modificar el curso de toda una vida. Ejemplar digno de este cambio radical es la conversión de Don Rodrigo Arias Maldonado, más tarde Fray Rodrigo de la Cruz.
156.         Su permanente comunicación con Dios y la capacidad de entrega y servicio, dieron como fruto, múltiples milagros que brotaban de sus manos, sin que él se envaneciera por ello; al contrario, todo lo atribuía a la bondad de Dios y a la liberalidad de algunas personas caritativas.
Los necesitados, tanto en el orden material como espiritual, acudías a él en demanda de auxilio, saliendo de su presencia confortados y aliviados, bien fuera por su palabra bondadosa o por la donación material que solucionaba su problema.

Fundador de la ORDEN BETHLEMITA

157.         Basándonos en la manera de ser del Hermano Pedro, podemos afirmar, que seguramente él no había pensado ni remotamente, en la posibilidad de establecer una nueva Orden religiosa. “Su timidez, pero mucho más su humildad”, no le permitían semejante aspiración. Sencillamente él era un instrumento en las manos de Dios[14].
Su pensamiento era el de constituir una vida santa y caritativa de hospitalidad y servicio, donde se viviese con ejercicios de oración, penitencia, testimonio y virtud para servicio de los pobres.
Por ley de la Orden Tercera, los miembros de ella no podían agruparse para vivir como religiosos en comunidad. Pero el Hermano Pedro consideraba que no era posible que el hospital de convalecientes llenase en debida forma sus funciones, si[h1]  las personas que lo integraran y sostuvieran con sus servicios, no viviesen unidos bajo el mismo techo y sometidos a una regla invariable y fija.
158.         Poco a poco, se van agrupando varios Hermanos Terceros alrededor del caritativo en el hospital. Ellos, sus hermanos, se sienten atraídos, no por la fascinación de sus palabras, sino por las actitudes y costumbres de un hombre generoso, apasionado de Cristo y dadivoso con los enfermos y necesitados. Ven en él, el Evangelio traducido en vida. Estos hermanos, son los primeros compañeros o Cofundadores que el bautizó con el nombre de “Bethlemitas”.
El Hermano Pedro, les exigió una vida tan regular, que más “parecía vida de religiosos, que de ocupados seglares”[15]. Lo que Pedro vivía, también lo vivían sus hermanos. Y así fue cristalizando un modo de vivir en común, un espíritu y una práctica de orar, trabajar, servir y santificarse en comunidad.
159.         El Hermano Pedro, llevó al descubrimiento de Cristo en Belén, a este pequeño grupo, sencillo, y de alto espíritu de servicio. Con estos hermanos, amantes de la oración, de la penitencia y generosos servidores de los enfermos, estableció las primeras normas y observancias que fueron dando una forma de vida que nacía de la misma vida. Todos se sentían llamados por Cristo a ser sus seguidores y a colaborar en el servicio de los convalecientes de ese pequeño Hospital de Bethlem.
160.         Anhelaba el Hermano, que la comunidad naciente no sólo cumpliese los fines hospitalarios, sino que fuera un testimonio de virtud y ejemplo de Cristo, como un rechazo a la vida un tanto superficial que predominaba en el ambiente. Quiso ofrecer a la Iglesia un servicio de carácter benéfico, sin pretensiones de grandeza, en oposición a la poca austeridad y pobreza que se llevaba en algunos conventos de la época. Su deseo era el que, tanto sus compañeros, como él mismo, se comportaran como verdaderos discípulos de Cristo.
Por tal motivo organizó el pequeño grupo, señalándole los ejercicios de piedad y prácticas de penitencia, que en momentos determinados debían realizarse como motivación y estímulo para el quehacer apostólico.
Su casa de Belén, es la casa del pan material y espiritual del que se alimentaban sus hermanos y en donde debían encontrar la fuerza para la donación a Cristo en el servicio al prójimo.

Carisma particular 

161.         El carisma del Hermano Pedro es ese don que Dios le dio a contemplar con especial intensidad y vibración espiritual, el misterio del Verbo Encarnado en dos momentos particulares de su vida: Belén y la Cruz.
Estos dos misterios constituyeron el gozne de su vida. Fue Pedro, el enamorado de Belén y el compañero de Cristo doliente. La contemplación profunda de estos misterios del Señor le llevaron a expresiones concretas en su vida de pobreza, humildad y servicio a los hermanos, particularmente a los más necesitados y pobres.
Es pues el carisma de Pedro: la contemplación del anonadamiento de Cristo manifiesto en Belén y la Cruz.
162.         Toda la vida de Pedro, fue guiada por la fuerza del Espíritu Santo que le fue preparando para la donación total. Su entrega al servicio y obras que realizaba, nacían de una actitud de contemplación del Misterio de Dios hecho hombre, en la que Pedro iba descubriendo el amor profundo de Dios y la necesidad de una respuesta de amor.
163.         Belén es la cátedra de Pedro. La experiencia religiosa de este misterio va transformando poco a poco su vida en búsqueda de la identificación con Cristo. En esa cátedra descubre la humildad de un Dios que se hace hombre; la pobreza del que siendo rico y poderoso se anonada; de un Dios que se despoja del brillo de su divinidad hasta ocultarse en la carne humana de un Niño que nace del seno de María y que se nos entrega sin condición alguna. Pedro aprende de esta donación generosa de Dios, la forma incondicional del servicio que como su seguidor debe prestar al débil, al pecador, al menesteroso, al más despreciado de la humanidad.
164.         Pedro contempla también el dolor de Cristo en la Pasión. Es esta contemplación encuentra la fuerza para ir dando cada día su vida, en una inmolación continua como la de Cristo. De ahí la razón de tantas horas de prologada oración ante el Crucifijo y el estímulo para realizar acerbas penitencias, inconcebibles hoy, pero que él practicaba en prueba de su amor. Esa inmolación a semejanza de Cristo, lleva a Pedro a descubrir el dolor de los hermanos ya fueran indios, negros, esclavos o pobres vagabundos que circulaban en la ciudad, sin amparo ni consuelo[16].
El amor a la Pasión de Cristo y el anonadamiento del Verbo en Belén llevaron a este hombre de Dios a la entrega y servicio de los necesitados sin medida, hasta agotar su vida en pocos años.
165.         El gran amor a la Pasión del Redentor le hizo convertirse en el Profeta de Dios. Anunciaba a Cristo y denunciaba el pecado, particularmente con el testimonio de su vida. Sentía el aislamiento de Dios del hombre pecador, al mismo tiempo que se reconocía también pecador; buscaba afanosamente a quienes veía alejados de Dios y empleaba todos los medios posibles para volverlos al redil de la Iglesia. ¡Cuántas conversiones se realizaron movidas solamente por la fuerza de su testimonio y con la oración!
166.         Dios regaló al Hermano Pedro dones místicos encaminados a descubrir en él las llamadas particulares para ser mensajero o heraldo de Dios y el bienhechor de los hombres. Dones a los que Pedro respondió con fidelidad. Estas gracias particulares que fortalecen su corazón e iluminan su mente le impulsaron a la organización de un servicio apostólico que respondía a las necesidades del pueblo y de la Iglesia en su momento histórico.
La respuesta en fidelidad a los dones concedidos por Dios, hicieron de él un testimonio de vida para quienes llamados por el Señor, siguieran su Carisma en la familia Bethlemita.
167.         Para prolongar el Carisma y trasmitirlo a generaciones futuras, Dios se valió de un instrumento válido que supo acoger el mensaje y dar debidamente su respuesta. Tal es la persona de Fray Rodrigo de la Cruz, hombre de dotes naturales y gran caballero, convertido a Cristo por mediación del Hermano Pedro. Fray Rodrigo, dócil discípulo de la escuela de Pedro, es nombrado por éste como Hermano Mayor de la Orden y quién más tarde, logra la institucionalización de la familia de Belén.
168.         Fray Rodrigo de la Cruz, organizó jurídicamente la Orden Bethlemita. Es él el hijo predilecto y sucesor del Hermano Pedro. En fidelidad a su padre y maestro trasmitió a la Orden las normas y vida espiritual que su Santo Fundador le infundió. En el testamento que hizo el Hermano Pedro antes de morir está la organización dada a la Institución y las costumbres establecidas. Basándose en este manuscrito, Fray Rodrigo y sus compañeros, formaron después los primeros estatutos para la nueva fraternidad de Bethlem. En este testamento aparece una síntesis del orden de vida que se llevaba en el hospital.

Espiritualidad de Pedro Betancur

169.         La espiritualidad no es otra cosa que el conjunto de actitudes que Pedro manifestó en su vida. Actitudes que fueron conformando su fisonomía espiritual y estilo propio. Esta espiritualidad es la consecuencia de su contemplación del Misterio de Belén y de la Cruz[h2] . Por eso su vida se distinguió por la práctica de muchas virtudes cristianas que hoy son estímulo para quienes quieren vivir su carisma:
Destacamos los siguientes:
     Humildad sincera que lo mantiene en una íntima relación de confianza en Dios, sintiéndose al mismo tiempo gran pecador y miserable.
     Pobreza radical que lo lleva a un total desprendimiento de los bienes terrenos y al correcto uso de ellos.
     Generosidad sin límites al servicio del prójimo.
     Penitencia extrema, rayada[h3]  en heroísmo.
     Dulzura, bondad y comprensión con sus hermanos.
     Mansedumbre con los demás; violento[h4]  consigo mismo.
     Compasivo y misericordioso ante el dolor ajeno.
     Alegre, sencillo, jovial.
     Abierto y atento a la acción del Espíritu Santo en él.
170.         La obra del Hermano Pedro, llevó su acción consoladora y fortificante por medio de sus seguidores a muchos campos invadidos por la miseria, el dolor y la desgracia. Los Bethlemitas estimulados por su ejemplo, guiados por su consejo, seducidos por su vida, establecieron hospitales y escuelas en lugares apartados de América, en los que se empeñaron en llevar la palabra alentadora en nombre de Cristo y ser profetas de Dios, haciendo el bien como lo hiciera su Fundador.
171.         El Hermano Pedro fue Beatificado por S.S. Juan Pablo II en Roma el 22 de Junio de 1980 y Canonizado el 30 de Julio de 2002 en Guatemala.

B.     MADRE MARIA ENCARNACIÓN ROSAL

INTRODUCCION

Vamos a considerar ahora la vida de la Madre Encarnación Rosal, a quien la Congregación Bethlemita honra y venera como a su Madre y Fundadora, seguidora fiel del Carisma y Espiritualidad de Pedro de S.an José Betancur.
En aras de la fidelidad histórica, hemos de remontarnos a la época en que se organizó la Orden Bethlemita, para encontrar la fuente en donde[h5]  ella bebió la espiritualidad que valientemente vivió y trasmitió a la Congregación enriquecida a su vez con su carisma personal.
La Madre Encarnación, adornada con muchos dones y virtudes llevó adelante una obra para el servicio evangelizador de la Iglesia.
Una de las notas características de su vida fue la de ser fiel a la espiritualidad de Belén y defender su espiritualidad a costa de múltiples sacrificios y sinsabores. Dios la llevó por el camino de la contradicción, las incertidumbres y hasta la expatriación; todo lo superó con gran fortaleza para salvar a su Belén y ponerlo en camino de crecimiento espiritual en servicio del Señor.

Iniciación de la rama femenina

172.         El 25 de abril de 1667, muere el Hermano Pedro de San José, dejando a la Iglesia el inicio de una obra hospitalaria al servicio de los pobres, cuyos miembros aspiraban a ser discípulos de Cristo y servidores de los más necesitados y enfermos.
El beneficio de la hospitalidad sólo se proporcionaba a los hombres, aunque el Hermano Pedro “llegó a pensar en la construcción de un pabellón para mujeres, pero aún no se veía quiénes pudieran encargarse de las enfermas”.
173.         Contiguo al hospital de Belén, vivían dos matronas de noble alcurnia, muy piadosas y bastante ricas; eran ellas Doña Agustina Delgado de Mesa y su hija Mariana Mesa de Teba y Moratalla, quienes también vestían el hábito de la Orden Tercera y se dedicaban en su viudez a las obras de beneficencia.
Estimuladas por el trabajo apostólico, testimonio de oración y penitencia de los Hermanos Bethlemitas, quisieron seguir su ejemplo y entregase al servicio de los enfermos, como ellos lo hacían.
Inspiradas por Dios, acuden a Fray Rodrigo de la Cruz, Prior del Hospital de Belén y le comunican el deseo de sumarse a la obra benéfica que él dirigía y por consiguiente, estaban dispuestas a someterse en todo al reglamento de vida que los Hermanos Bethlemitas practicaban.
174.         Fray Rodrigo de la Cruz, guiado por el Señor, consideró el asunto como algo providencial y de acuerdo a sus deseos de extender también los servicios hospitalarios a las mujeres. Este ofrecimiento le daba luces para solucionar lo que en mente tenía. Aceptó la propuesta y se dispuso a llevarla a cabo. Alquiló cerca del Hospital, una pequeña casa, a donde se pasaron a vivir Doña Agustina y su hija. Ellas donaron sus posesiones y se comprometieron con un reglamento de vida, similar al de los Hermanos, dedicándose generosamente al cuidado de las enfermas. Es así como se dio comienzo a la rama femenina.
Hay algunas reseñas históricas que dan a entender que estas señoras conocieron al Hermano Pedro y sus obras caritativas.
175.         Esta primera obra se conoció con el nombre de “Portal de Belén”. Su progreso fue rápido tanto en el orden material como espiritual. Pronto varias jóvenes de la ciudad, estimuladas con el ejemplo de las dos piadosas viudas, pidieron la admisión, vistieron el hábito y formaron comunidad.
Su piedad, abnegación, espíritu de penitencia y entrega a los pobres y enfermas eran ejemplares. Su organización era semejante a la de los Hermanos Bethlemitas y dependían de ellos tanto en lo espiritual como en lo disciplinario.
176.         Esta situación de dependencia duró hasta la extinción de la Orden en 1820, fecha de los Decretos provenientes de las Cortes Españolas. Al suprimirse la Orden, el Beaterio de Belén logró subsistir con aprobación diocesana. Desde 1795, además del trabajo hospitalario, también ejercían el ministerio de la enseñanza de las niñas.
177.         La rama femenina no se extendió a otros lugares de América, como la Orden masculina. Se redujo a un único convento existente en Guatemala y que se le conocía con el nombre de “Beaterio de Belén”. Sus miembros llevaban una vida piadosa, ejerciendo la hospitalidad y la enseñanza, dentro de su vida de clausura. Disfrutó de vida espiritual y penitente, ya que vivían según la espiritualidad de la Orden Bethlemita; aunque también sufrió los vaivenes de una vida lánguida y mediocre debido a las circunstancias de la época.

En el Beaterio de Belén

178.         El primero de enero de 1838, llega al Beaterio de Belén, existente en Guatemala, una joven procedente de Quezaltenango, llamada Vicenta Rosal, quien guiada por Dios, manifiesta su anhelo de formar parte de la familia Bethlemita.

Vicenta Rosal. Primeros años en su hogar.

179.         Vicenta Rosal nació el 26 de Octubre de 1820 en Quezaltenango, ciudad de Guatemala. Coincide su nacimiento con la fecha de supresión de la Orden de Belén. Dios Regalaba a la Iglesia con una hija que con el tiempo prolongaría el espíritu de la Orden, revitalizando la Congregación Bethlemita y orientándola para un servicio evangelizador.
180.         Su familia fue su primer hogar y escuela; Vicenta recibió de sus padres y hermanos una educación integral. De una naturaleza rica en dones y gracia; tenía facilidad para las letras, números, música y poesía. Progresaba en todos estos aspectos de la formación femenina de aquella época y en todo lo relacionado con las labores hogareñas.
181.         En el aspecto religiosa aprendió de sus padres y hermanos mayores “la fe como vivencia, es decir, la piedad filial con Dios, la orientación amorosa a Cristo en el misterio de la Eucaristía”, una profunda devoción a Nuestra Señora y gran caridad para con los pobres y menesterosos a quienes ayudaba con generosidad[17].
Dios le había favorecido con una familia que disfrutaba de bienes materiales; en su casa se vivía con holgura. Vicenta aprendió de sus padres a compartir los bienes con los demás y muy gozosa ayudaba en la distribución de productos de la hacienda y de la despensa entre los pobres.
182.         Gozaba de un temperamento alegre, jovial, un trato muy agradable que encantaba a cuantos la conocían. También como toda joven de su edad, gozaba de “galas y vanidad”, razón por la cual de vez en cuando recibía amonestaciones de su hermana mayor, quien le recordaba que las promesas del Bautismo, debía cumplirlas lo mejor posible. Observación que Vicenta aceptaba con modales corteses pero manifestaba con cierta gracia que sí cambiaría su proceder pero después de los 20 años.
No obstante, la joven ya sentía en su corazón, una voz interior que la invitaba a entregarse de alguna manera a Dios, por eso hablaba con frecuencia de vestir algún día “el hábito de una orden Tercera”[18].

Vocación a Belén

183.         En la vocación de Vicenta influyeron varios factores: en primer lugar, el ambiente cristiano de su hogar, en donde su espíritu inclinado a la piedad, a la caridad con los demás y el deseo de hacer el bien, fue creciendo en esa escuela en donde sus padres y hermanos colaboraron en su formación religiosa.
También vino a sumarse a esta favorable circunstancia la oportunidad de entablar amistad con una joven hondureña, Manuela Arbizú, quien movida sobrenaturalmente habló a Vicenta con gran entusiasmo, sobre el ideal de servir a Dios en la vida consagrada, y de manera inesperada hizo alusión a las monjas de Belén.
184.         El nombre de Belén, llamó mucho la atención a la joven, en cuya mente y corazón florecían anhelos de servir a Dios de una manera total. La amistad que se inicia, es la ocasión propicia para recibir información sobre la vida que llevaban las monjas, y las características de su quehacer espiritual y apostólico.
Recibidas las respuestas a sus interrogantes y después de la consulta a sus padres y Director espiritual, vencidas varias dificultades, realiza el viaje a Guatemala con el fin de dar cumplimiento a sus deseos de consagrarse a Dios.
185.         Al llegar al convento, la joven inicia su entrega y donación a Dios. Pero desafortunadamente a los pocos días de su ingreso, se va dando cuenta de que el ambiente no era propicio para sus ideales: vida de oración intensa, silencio, penitencias y austeridad, lo cual llenó su alma de tristeza y desilusión, hasta llegar a pensar que se había equivocado de camino.
186.         Animada por la Superiora y Director Espiritual, se mantiene en la vida de oración entrega a Dios, recibiendo el hábito de la comunidad, ceremonia que se realizó el 16 de Julio de 1838. Con la particularidad de este hábito fue impuesto por el último Bethlemita que allí vivía, Fray Martin de San José. Hecho muy significativo para la Congregación: el último Bethlemita, entregando el hábito a quien por designios de Dios, más tarde daría nuevo[h6]  vigor y vida a la Institución que trataba de mantenerse y vivir la espiritualidad de Belén. En el día de la toma de hábito, Vicenta cambió su nombre[h7]  por el de Encarnación, con el cual se le denominará en todo el curso de su vida[19].

Los caminos de Dios son difíciles

187.         Con una generosidad llevada hasta el heroísmo, Sor Encarnación se entrega fácilmente al cumplimiento del Reglamento del Noviciado, pero el ambiente se le hace pesado, por algunas de sus compañeras poco dadas a la oración, a la vida de silencio y austeridad y particularmente por la situación personal de sentirse ella misma muy a disgusto en la vida que había escogido.
Sin embargo, fiel a Dios en todo momento y siempre obediente a los Superiores, cumple el tiempo exigido por el Reglamento y realiza todo el plan de formación hasta que, no obstante la repugnancia interior que experimenta, hace sus Votos en Belén en la fecha escogida, día de la Maternidad Divina, 26 de enero de 1840 y en que la Orden por concesión de la Sagrada Congregación de Ritos celebraba a Nuestra Señora de Belén.
188.         El camino de Belén, se va haciendo para la joven profesa bastante difícil; hay en su interior una desazón intensa causada por la incoherencia de la vida que ella observaba en algunas beatas y lo que su corazón anhelaba. A pesar de esta circunstancia, es ostensible a todas sus hermanas su vida de fe y humildad, dejándose guiar en todo por los representantes de Dios. Cumplía con exactitud sus deberes y a sus hermanas llegaba con amor, compresión y respeto. Su situación interior la obligaba a guardar silencio en espera de que Dios iluminara su corazón y le ayudara a salir de la angustia que le oprimía. Su único refugio era la oración continua y permanente comunicación con Dios.
189.         “Profesa ya -dice la misma Madre Encarnación- veía mejor las cosas del convento y conocía la dificultad que había de seguir mi llamamiento, porque por el transcurso de los tiempos había decaído de su primitivo espíritu, aunque así había almas grandes, y éstas me contaban el silencio y fervor de los tiempos pasados, cuando estaba en la primitiva observancia de este convento”.
La Madre Encarnación, al oír las narraciones de esos mejores tiempos de observancia regular, soñaba mucho más en poder lograr que esos cambios se realizaran en el presente para gloria de Dios.
190.         Dios que la lleva por los caminos de lucha interior, permite que se le conceda la autorización para pasarse al Convento de las Catalinas, donde disfrutará de paz, silencio y la austeridad anhelada por su espíritu. En sus prolongadas horas de oración, compara la vida de las Catalinas fervorosas y observantes y la que se vive en Belén.
Surgen nuevas perplejidades, pues Dios le hace ver que esa misma vida que llevan en el convento a donde acaba de llegar, podrían tenerla en Belén y llevar la comunidad por ella abandonada, a las alturas de una gran unión con Dios y servicio apostólico[20][h8] .
191.         La vida de la Madre en el convento de las Catalinas es de una relativa tranquilidad, encontrándose en ambiente que había soñado y que ella necesitaba; las religiosas estaban dedicadas a la vida de trabajo y contemplación de manera ejemplar.
Pero Dios no la tenía para esto solamente; de pronto recae su alma, dice la misma Madre: “un peso insoportable, una oscuridad comparable al purgatorio, una desolación espantosa, como si jamás hubiera querido lo que actualmente poseía…” “Y al mismo tiempo, me sobrevino un gran amor a Belén, como jamás lo había sentido…”[21]
Continúa pues, en su alma una lucha quizá más intensa que la de épocas anteriores.
192.         Humildemente expone de nuevo sus congojas, dudas y perplejidades. Las superioras con el consejo de los Directores Espirituales, le proporcionan medios de reflexión, oración y discernimiento que le llevan a solucionar por sí misma la dificultad de seguir el camino que crea es la voluntad del Señor.
Después de unos fervorosos ejercicios espirituales, toma la decisión de volverse a Belén; es en la oración donde Dios le hace ver con claridad que perfectamente podría unir la vida monástica que  se llevaba en Santa Catalina, con la apostólica de Belén, en donde se practicaba las obras de misericordia.
Halló en el encuentro especial con Dios, la posición de unir contemplación y acción,  tener obras educativas y ejercitar la piedad y misericordia, al mismo tiempo que permanecer con el alma muy unida a Dios.
Animada y fortalecida por la luz del Señor, logra nuevamente su deseo de volver a Belén en donde quiere vivir para siempre.

La luz sobre el celemín

193.         Superada esta terrible crisis y nuevamente en el Beaterio, la Madre Encarnación, encuentra la paz interior que la estimula a darse cada día en donación a Dios. Sus hermanas le han recibido con gran cariño y le hacen demostraciones de afecto y acogida. Ella s u vez, se entrega con verdadera fidelidad  a servir a Dios allí donde la llamaba para realizar una misión.
Se le confía inmediatamente la obra del Colegio. U es allí donde inicia su labor de cambiar, plantar y fortificar. Había mucho que reformar en lo tocante a la disciplina y horarios de clase. Ella, movida de gran celo por la gloria de Dios, empieza la poda que más adelante proporcionará sazonados frutos a favor de la sociedad guatemalteca y aún dentro de la misma comunidad.
194.         Como educador, se entregó a su tarea con gran entusiasmo y generosidad. Su conversación era animada, viva y cordial; corregía con amabilidad y exhortaba a la práctica de la virtud con exigencia y estímulo.
Rápidamente fueron logrando frutos visibles en la obra educativa; reforma que se daba no sólo externamente sino a nivel interior, inculcando el amor de Dios y la práctica de las virtudes cristianas. Entre los medios eficaces que empleó estaban la frecuencia de los sacramentos y la devoción a nuestra Señora.
195.         Las cosas marchaban muy bien; las gentes que disfrutaban del servicio apostólico del Beaterio manifestaban alegría y las mismas hermanas de comunidad veían la transformación que en todos los aspectos se iba logrando.
La Madre en su interior, aunque era muy consciente de su dedicación al trabajo educativo, no sentía plena satisfacción espiritual ya que según ella misma lo confiesa, “no estaba satisfecha de su vida interior en la que ella era muy delicada y exigente”. En su labor concreta, “estaba experimentando las dificultades para poder realizar esa alianza contemplación y acción y guardar el equilibrio”[22]
Soportaba pacientemente esta realidad y con ello manifestaba su empeño de permanecer fiel a Dios. “A medida que se progresa en la vida interior, se perciben con más claridad los defectos personales…”
No obstante estas deficiencias, su alma sólo tiene como referencia a Dios, buscando en todo, solamente su gloria. La comunidad no veía en ella nada negativo, apreciaba su trabajo y poco a poco le iban confiando cargos de importancia en el gobierno de la misma.
196.         Aunque le comunidad valora la labor apostólica de la Madre Encarnación, no todas las hermanas comparten sus criterios, por respetan su dedicación y organización, comprendiendo que es conveniente aprovechar las dotes y cualidades de que está adornada para beneficio de todas.
197.         Siendo elegida Vicaria de la comunidad, su tarea no está centrada solamente en lo tocante al colegio y pedagogía del mismo, sino que su misión se concreta ante todo en la comunidad, en donde había mucho que mejorar.
La Superiora del Convento era la Madre Mercedes Dardón, de edad muy avanzada y que por razones especiales no podía desempeñar ya a cabalidad su cargo; desafortunadamente había tolerado muchas costumbres que lesionaban el espíritu de observancia y tenía que sufrir desobediencias de algunas hermanas que quebrantaban el reglamento con gran facilidad.
La Madre Encarnación gozaba del afecto de la Madre Superiora; le tenía gran confianza y estando en el cargo de vicaria podía ofrecerle una ayuda eficaz en la dirección de la comunidad. Tarea que cumplió con empeño y dedicación.
198.         En su cargo de Vicaria, “se propone fijar la atención de su programa en dos puntos importantes y decisivos: La Oración y el trabajo y como ambiente indispensable, el silencio. No compartía la ociosidad. Hizo una estudiada distribución de oficios, marcó horarios y exigió que cada hermana cumpliera con sus propias obligaciones…”
La transformación interna del convento se iba realizando poco a poco, hasta tener su proyección fuera de él. Especialmente en los ámbitos de la Curia Eclesiástica se hacían comentarios favorables sobre el cambio en el Beaterio, pensando que el ascenso al priorato de la Madre Encarnación sería providencial para la restauración de la observancia y fervor en él.  Había muchos detalles conocidos por todos que manifestaban cierto estado de decadencia espiritual del Convento, por eso la Madre Encarnación constituía para un ellos una esperanza de renovación en el Beaterio.
199.         Otro cargo que la Madre desempeñó con magníficos frutos, fue el de Maestra de Novicias; fue así como pudo ir formando el pequeño grupo de hermanas que fueron más tarde la base para la Reforma de la Congregación.[23]

Elegida Priora del Convento

200.         El año de 1855 hay elecciones para cargos de gobierno en el Beaterio. Son 16 las profesas reunidas en Capítulo; bajo la presidencia de su Obispo eligen a quien desean dirija la comunidad. Es nombrada la Madre Encarnación para este cargo con 10 votos a su favor.
Por su oficio de Vicaria, desempeñado durante seis años, ya tenía experiencia de lo que su nombramiento implicaba. Con gran humildad acepta lo que ella considera voluntad de Dios y conocedora de sus limitaciones y de las dificultades que encontrará en su camino, deposita toda su confianza en la protección de Nuestra Señora la Virgen María, entregándole la Comunidad.
Inicia el trabajo espiritual de animadora y orientadora de ese grupo de hermanas, llamadas por el Señor a convivir con ella en Belén.
201.         Consciente de la misión que Dios le confía, se entregó más de lleno a la oración para pedir la sabiduría y prudencia necesarias para su desempeño.
Muchas cosas había que cambiar en el ritmo de la vida conventual y veía con claridad que la reforma debía iniciarse aunque era tarea costosa. Especialmente las infracciones contra la vida común, la falta de recogimiento interior y silencia, el trato demasiado familiar con las personas de fuera y las faltas de pobreza, le causaban gran aflicción. Comprendía que era urgente y necesario cortar de raíz cuanto estaba impidiendo el crecimiento espiritual.
202.         Como hija fiel de la Iglesia, sus relaciones con la Jerarquía son especiales y aprovecha esta coyuntura para pedir al mismo Prelado le ayude en la tarea de corregir abusos y llevar a la comunidad a la observancia regular.
Dócil a las indicaciones del Prelado, no ahorra esfuerzos para cumplir las órdenes recibidas. Algunas hermanas le colaboran; otras en cambio se manifiestan remisas y un tanto rebeldes.
Vienen para la Madre momentos de aflicción, pues no es fácil arrancar de raíz costumbres ya tan avanzadas y mucho más impedir o poner obstáculos a una vida fácil y cómoda que se iba imponiendo como costumbre.
Dios le guiaba en su trabajo espiritual y sólo en él encontraba la Madre la fuerza para no desmayar en su intento de reforma y continuar avanzando por el sendero que la Providencia le iba señalando.

Cualidades que posee como Superiora

203.         Según las declaraciones de quienes convivieron con la Madre la encontramos:
     Amabilísima en el trato.
     Respetuosa con todos.
     Firme en sus decisiones.
     Siempre dulce y de suaves modales.
     Velaba porque a ninguna le faltara nada.
     Solícita con las enfermas y ancianas.
     Igual en el trato con todas; imparcial, sin preferencias.
     Corregía con dulzura y caridad.
     Observante de las prácticas comunes.
     Fiel en el cumplimiento de los deberes.

Redacta las Constituciones para el Instituto

204.         En los comienzos del Beaterio, sabemos que las Hermanas se regían por un resumen de las Reglas de los Hermanos Bethlemitas. Dadas las circunstancias, se colige  que, si aún esta síntesis de leyes se cumplían a cabalidad en la época en que Encarnación Rosal vive en el Beaterio. Se imponía la necesidad de unas prescripciones que dieran unidad y estabilidad a la vida espiritual y apostólica.
Fue providencial el hecho de la llegada de dos jóvenes a solicitar admisión en el convento, quienes por orden de su Confesor pidieron el testo de las Constituciones para saber a qué se iban a comprometer.
La Madre Encarnación les dio a conocer lo que las Hermanas tenían como “Regla y Constituciones de la Sagrada Religión Bethlemita”, o sea, un resumen de reglamentaciones bastante minuciosas pero carentes de sólida y densa espiritualidad.
205.         El diálogo tenido en esta ocasión por la Madre con el Padre Orbegozo, confesor de las aspirantes, fue la oportunidad para comprender mejor lo que tanto tiempo sentía en su interior como una necesidad apremiante para que la Comunidad avanzara por los caminos de la perfección: unas leyes estables o normas que las librara de alternativas, según el parecer o capricho de las distintas personas.
Emprende pues la Madre, estimulada y apoyada por algunos sacerdotes, la tarea de elaborar las Constituciones que debían regir su Convento.
206.         La tarea encomendada no es fácil; el redactar las Constituciones según el mandato del Prelado debe hacerse por “quien ha tenido la inspiración, aconsejada y apoyada por sus religiosas”.
La Madre comprende que quienes podrán ayudarle no lo harían, porque no están de acuerdo en los cambios que ella pretendía hacer; estas eran las más antiguas; y las que estaban de su parte, las jóvenes no podían hacerlo… “Yo me aconsejé de Dios, se dijo, Él sabe mejor las necesidades” y en su nombre comenzó a escribirlas.
En esta tarea pasaba buena parte de las noches; en la oración asidua imploraba las luces necesarias, logrando en pocas semanas tener la redacción del texto.[24]
207.         Las Constituciones elaboradas por la Madre en base a su experiencia de Dios y fundamentadas en la espiritualidad de la Orden Bethlemita, el sacrificio y la oración, fueron revisadas por el Padre Superior de la Compañía de Jesús, quien después de leerlas las consideró bien hechas, dignas de ser presentadas en la Curia Eclesiástica para su debida aprobación.

Dificultades

208.         Revisadas las Constituciones por el Prelado y hechas las convenientes observaciones, son puestas en consideración a la Comunidad. Una lucha se desata entonces; varia hermanas se oponen abiertamente y llegan hasta el punto de manifestar que no están dispuestas a cumplirlas.
La Madre insiste y poco a poco varias de las simpatizantes con la reforma empiezan a ponerlas en práctica. Pero la historia nos dice que fue tarea demasiado difícil; sólo en la fundación de Quezaltenango en el año 1861, logó la Madre una comunidad integrada y renovada que las llevó a la práctica con gran fidelidad.

Confidente del Corazón de Jesús

209.         En medio de las grandes dificultades y luchas de todo género, la Madre Encarnación supo mantenerse fiel al Señor en la práctica de la oración; en ella encontraba luces para su mente, fortaleza para su corazón y crecimiento para su fe. Multiplicaba intensamente las penitencias, uniéndose a los sufrimientos de Cristo en su Pasión, y ofreciendo sus dolores y penas por la salvación del mundo.
Escogida por Dios para realizar una misión en la Iglesia, El mismo la prepara en el crisol del sufrimiento moral que va purificando su corazón, haciéndola merecedora de una gracia de predilección del mismo Corazón de Jesús.
El Señor, pródigo en bondad, responde generosamente a la fidelidad de su sierva, manifestándosele de manera confidencial. “Un día, la vigilia del jueves santo de 1857, próxima ya la hora del amanecer, fue al coro de la Iglesia y comenzó a meditar sobre la traición de Judas y el dolor que Cristo experimentó en la agonía de Getsemaní”. Estando en oración –narra la misma Madre- “oí una voz interior que me decía: ´No celebran los Dolores de mi Corazón´”[25]
Palabras que fueron para la Madre, una llamada, una invitación particular a honrar y desagraviar el Corazón de Cristo por la maldad, ingratitud y pecados de los hombres. No había duda alguna: el mismo Señor premiaba a su  fiel sierva con una confidencia que la convirtió en depositaria de una misión especial en la Iglesia: Honrar el Corazón de Jesús en sus Dolores. Misión que la Madre cumplió con todo el ardor de su corazón.

Carisma Personal

210.         El don particular que Dios ha concedido a la Madre Encarnación, podemos describirlo como la gracia especial para “Revitalizar la Congregación Bethlemita y extender en el mundo la devoción a los Dolores del Corazón de Cristo”. Para ello, le otorgó la gracia de predilección y medios para hacerlo aún en medio de trabajos, sinsabores y preocupaciones.
211.         En cuanto darle nueva vitalidad a la Congregación, es manifiesta su gran fidelidad al espíritu primitivo de la Orden, espíritu que se empeña en revivir llevando a la práctica actitudes de vida que se fundamentan en el Misterio de Belén. En esa “cátedra” de Belén, aprende la Madre, el amor, la humildad, la pobreza, la entrega generosa, la austeridad que fueron características en su vida.
212.         La experiencia de Dios que tiene la Madre en su caminar hacia la consolidación del Instituto, en medio de penalidades, contratiempos y problemas, halla su fundamento en la íntima comunicación con el Señor. Es la Madre una persona de oración profunda, de meditación constante hasta llegar a tener el privilegio de ser confidente de Cristo.
Fiel hija de Pedro Betancur, ha heredado su intenso amor a Cristo doliente, de ahí la razón de sus constantes meditaciones sobre la Pasión del Señor que la señalan como verdadera contemplativa.
Su experiencia de amor, de entrega al Señor, de inmolación permanente, le hacen escuchar la queja del mismo Corazón de Cristo pidiéndole la “celebración de los Dolores”.
213.     El carisma personal que enriquece la espiritualidad heredada de Pedro, es el amor al Corazón de Jesús, manifestados en los diez dardos que traspasan su Corazón. La Madre comprende el sentido de esta alegoría y se empeña en dar una respuesta como verdadera reparación y manifestación del amor.

Devoción reparadora

214.     Dios en sus designios, escogió a la Madre Encarnación para que trasmitiera a la Congregación en la Iglesia la Devoción al Corazón Dolorido de Jesús.
Lo específico de esta devoción que la Madre quiere difundir sol los “diez aspectos particulares de la Pasión del Señor en la Iglesia, Cuerpo Místico, asociándolos a los diez momentos de la Pasión de Cristo”.
Esto simboliza la Madre en los 10 dardos que traspasan el Corazón de Cristo; o sea los diez Mandamientos de la Ley de dios, quebrantados por los hombres.
Iluminada la Madre, con una luz interior, llegó a explicitar ampliamente el fin particular de la devoción reparadora, al comprender “el significado y las repercusiones morales de cado uno de estos dardos en el Corazón de Cristo”.
El Señor la iluminó para entender el afecto que en su Corazón podían producir las distintas actitudes negativas y pecados de los hombres en relación con el mandamiento de la Ley Divina, sobre todo por parte de aquellos que se llaman sus amigos. Esa visión universal del pecado, proyectada en el Corazón del Redentor, la Madre la puntualiza en 10 causas principales que comprendían diversas situaciones de pecado que predominaban es su época y que continúan siempre presentes en la historia.
215.     Llevada de su amor y con deseo de propagar la devoción pedida por el Corazón de Jesús, organizó celebraciones especiales en homenaje de la Eucaristía, los días 25 de cada mes.
Escribió también un ejercicio piadoso en grupos de 10 personas empeñadas en reparar y consolar al Corazón Divino y en brillar como “lámparas” ardiente de amor. La dinámica de este ejercicio tiene como finalidad:
     Repara por las ofensas que se hacen a Dios.
     Rogar por la conversión de los pecadores.
     Orar por las necesidades de la Iglesia.
     Ejercitarse en obras de misericordia a favor de los que sufren.
La devoción reparadora es una devoción profunda que hace parte de la Espiritualidad Bethlemita y que invita también a practicarla a aquellos cristianos comprometidos en la misión de Cristo en la salvación del mundo, mediante el amor y la reparación.[26]

Características comunes con Pedro de San José Betancur

216.     La Madre Encarnación hereda del Hermano Pedro su devoción al Misterio de Belén y a la Pasión
Para ella Belén es:
     La fuerza de atracción que la impulsa a llamar a las puertas del
Beaterio, para vivir con generosidad y firmeza su compromiso con Dios.
     Es el Espíritu que la invita a la contemplación del Verbo Encarnado en su humildad y pobreza.
     Es el ideal de vida que logra con su respuesta personal y con el cual quiere orientar a su comunidad para revivir el espíritu primitivo Bethlemita.
     Es el misterio en cuya contemplación asimila la sencillez, la pobreza, la humildad, el servicio universal. Este misterio es el “altar de los primeros sufrimientos de Cristo y cátedra de sus más grandes virtudes”.[27]
217.     El amor a la pasión de Cristo, lleva a la Madre a comprender el sentido verdadero de la reparación y a buscar la manera de consolar y desagraviar al Corazón de Jesús por los hombres que quebrantan la ley del Señor. Ese amor reparador, le hace encontrar prácticas de reparación que expían el pecado no sólo personal, sino el pecado universal de la Iglesia.
En la Madre su gran sentido Eclesial, la visión del mundo que vive, su deseo de colaborar en la salvación de los hombres, la mueven a contemplar los Dolores de Cristo en relación con los Mandamientos quebrantados, como sufrimientos morales de la Iglesia.
El anhelo de cumplir con la misión reparadora la comprometió en “prácticas de devoción como las Lámparas, la celebración de los 25 de cada mes y a las obras de misericordia corporales y espirituales hacia el prójimo, ya patrimonio Bethlemita.
218.     El Santo Hermano Pedro Betancur y la Beata Madre Encarnación Rosal, supieron responder a la misión que Dios les dio y que tradujeron cada uno en su tiempo con características especiales.
Ambos contemplaron el Misterio de Cristo manifestado particularmente en Belén y en la Cruz, su amor Redentor y Salvador. Esta contemplación les llevó a una vida sencilla, pobre, humilde y austera, de entrega y servicio, siempre en actitud reparadora y explicitada en obras que cada uno realizó según las necesidades del momento, desarrolladas en beneficio de los demás.



[1] Cf. M. SOTO HALL, “El Francisco de Asís americano”, pág. 15
[2] Cf. M.SOTO HALL, “El Francisco de Asís americano”, pág. 45
[3] Ibíd. Pág. 43
[4] Ibíd. Pág. 5
[5] C.E.MESA, “El hombre que fue caridad” Pág. 27
[6] M. SOTO HALL, “El Francisco de Asís americano”, pág. 53
[7] M. SOTO HALL, “El Francisco de Asís americano”, pág. 60
[8] M. SOTO HALL, “El Francisco de Asís americano”, pág. 72-76
[9] Ibíd., Pág. 85
[10] Ibíd., pág. 103
[11] Ibíd., pág. 104
[12] Ibíd., pág. 104
[13] Cf. Ibíd., pág. 61
[14] C.E.MESA, “El hombre que fue caridad”, pág. 121
[15] Ibíd., pág. 122
[16] Ibíd., pág. 234-236
[17] Cf. C.E. MESA, “Encarnación Rosal, una vida un compromiso”, pág. 24ss
[18] Cf. Ibíd., pág. 24-25
[19] Cf. Ibíd., pág. 60
[20] Cf. Ibíd., pág. 74
[21] Autobiografía Madre Encarnación (apuntes)
[22] Cf. C.E. MESA, “Encarnación Rosal, una vida…” pág. 83
[23] Cf. Ibíd.
[24] Cf. Ibíd. Pág. 181
[25] Cf. BIANCA MARIA SIMONI, Bethl., “Del manantial florece la vida”, pág. 72
[26] Cf. Ibid. Pág. 51 ss
[27] Const. 3



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