I.
CARACTERISTICAS DE NUESTOS FUNDADORES
—
BEATO DE SAN JOSÉ BETANCUR.
—
MADRE MARIA ENCARNACIÓN ROSAL.
INTRODUCCIÓN
A
partir del sentido general de CARISMA y ESPIRITUALIDAD profundizado en la
primera parte de esta reflexión, queremos adentrarnos en algo muy particular y
por demás importante, como son las características propias de nuestros
Fundadores.
Se
pretende llegar con sumo respeto y cariño a la hondura de cada una de sus vidas
y penetrar hasta donde sea posible, en la riqueza espiritual de cada uno de ellos,
para reconocer los variados caminos por donde Dios los llevó hasta la
culminación de una obra, que hoy sigue reviviendo su carisma y enriqueciéndolo
con una vivencia profunda y radical, para colaborar en la extensión del Reino
de Cristo en el mundo de hoy.
Este
analizar las características de nuestros Fundadores no es otra cosa que
profundizar en el carisma y señalar las actitudes de vida que constituyen
nuestra espiritualidad Bethlemita, para dar a nivel personal y comunitario la
respuesta que Dios nos exige hoy, en bien de nuestros hermanos, los hombres,
dentro de la Iglesia.
Analizaremos
por separado su vida tratando de descubrir lo específico de su personalidad y
aquellos elementos comunes que fundamentan la espiritualidad y la enriquecen.
Los
elementos comunes, darán unidad a nuestro trabajo y constituirán la riqueza profunda, fundamental y necesaria
que nos ayudará a comprender mucho mejor la herencia del carisma fundacional,
que nosotras por fidelidad hemos de asimilar profundamente, para dar una
respuesta adecuada según el momento histórico que nos ha correspondido vivir.
Como
ayuda particular en la reflexión, tendremos en cuenta trabajos ya muy
elaborados por varias hermanas Bethlemitas y algún sacerdote amigo de la
Congregación, quienes han investigado nuestra historia y cuyos aportes son muy
válidos y enriquecedores.
Estos
aportes nos orientan en muchos aspectos y darán claridad para llegar a
conclusiones prácticas que nos llevan a vivir mejor la espiritualidad y el
carisma como don de Dios para la Congregación Bethlemita.
A.
BEATO PEDRO DE SAN JOSÉ BETANCUR
Dios lo llama a la vida
114.
En el año de 1626, el hogar formado por Amador
Betancur y Ana García, es alegrado con la presencia de su primer hijo, que es
regenerado por las aguas del Bautismo, el mismo día de su nacimiento, 21 de
Marzo. Desde ese momento, empieza este nuevo hijo de Dios, a crecer en las
virtudes teologales que le hacen sentirse hijo de Dios Padre, hermano de Cristo
y templo vivo del Espíritu Santo.
115.
Chasna o Vilaflor, pueblecito de Tenerife, Isla
de la Gran Canaria, es la patria de este gigante del amor de Dios y bienhechor
de la humanidad. Su niñez la pasó en la pequeña aldea apartada y silenciosa,
sometido a un duro trabajo, para colaborar con su padre en el sostenimiento del
hogar. “De natural manso, de índole sencilla, tiene en estas circunstancias, el
material adecuado para el puente que ha de franquearle el paso fácil a la senda
de privaciones, sacrificios y aniquilamiento que constituyen su vida[1].
116.
Desde su infancia, Pedro dio pruebas de las más
nobles y santas inclinaciones. En él se descubría el gran amor a misterios de
Dios, mostrando gran respeto y fervor en templo al participar en las ceremonias
sagradas. Se cuenta que en sus entretenimientos de niño, empleaba el tiempo
libre en fabricar pequeñas cruces; hecho que era un preludio de cuanto por amor
a Cristo Redentor haría más tarde, y su devoción al llevar sobre sus hombros
una gran cruz de madera, para asemejarse a Cristo y como expiación de los
pecados del mundo.
117.
Los sentimiento de piedad y devoción de Pedro,
eran sin duda alguna, producto del ambiente religioso del hogar paterno, pues
cuenta la historia que su padre era un hombre muy dado a la oración y a la
penitencia; muy devoto de la Pasión de Cristo y generoso servidor de los
pobres. También su madre poseía una sensibilidad exquisita, gran ternura de
corazón y muy consagrada a los quehaceres domésticos sin descuidar la ayuda
caritativa a los necesitados. Estos ejemplos los heredó Pedro y los puso en
práctica durante su vida, especialmente cuando ya adulto, se dedicó a las obras
de fe y de caridad.
Llamado por Dios para una misión
118.
En aquellos tiempos, las leyendas sobre América
entusiasmaban a los europeos y les animaban a realizar viajes allende el mar,
para descubrir y conquistar nuevas tierras.
Pedro
escuchaba embelesado las narraciones que se hacían y su corazón empezaba a
sentir el deseo de salir de su tierra natal, conocer nuevos lugares y gentes y
llevarles el mensaje cristiano.
No
era el oro, ni el poder, ni las riquezas en todas sus formas lo que ambicionaba
su noble corazón; lo que le atraía era poder realizar lo que los misioneros
narraba: una misión evangelizadora y ganar las almas para Cristo.
119.
Su alma exquisita y su corazón inclinado a la
bondad, se sumían en inmenso dolor, al escuchar el relato de los trabajos
agobiantes a que eran sometidos los indios, de las injusticias que con ellos se
cometían, del abandono y miseria en que se encontraban reducidos, ellos, que
eran los verdaderos dueños de aquellas tierras.
120.
También se llenaba de gran angustia al saber que
los negros esclavos, que llegaban de las Indias, traídos de África, “hacinados
en inmundas bodegas eran tratados con menos consideración que los mismos
animales, y que al llegar a Tierra Firme, sólo les esperaba la autoridad
inmisericorde, el látigo implacable y la cárcel tenebrosa[2].
Estos
cuadros impresionaban hondamente su alma y la estremecían en su exquisita
sensibilidad. Afectado por el dolor de aquellos prójimos, se iba incubando en
su mente, la idea de viajar al Nuevo Mundo, para dedicar su vida entera al
alivio y consuelo de cuantos, al otro lado del océano, en esas tierras ricas de
oro, ellos pobres dolientes, no encontraban quien enjugara sus lágrimas, curara
sus heridas y les dijera una palabra de consuelo en sus amargas penas.
121.
Su alma ardiente y soñadora, rumiaba estas
noticias mientras los rebaños pacían en la campiña, bajo el cielo azul intenso
de su querido archipiélago. Las horas, al cuidado de los rebaños de su padre,
pasaban rápidamente mientras que su corazón lo orientaba a Dios pensando qué
podría hacer a favor de sus hermanos.
122.
Sus padres, aunque ocupaban una buena posición social,
habían caído en reveses de fortuna y sobrellevaban una situación económica
estrecha, que obligaba tanto a ellos como a sus hijos pasar privaciones y
penurias[3].
Razón
por la cual, Pedro tuvo que prestar sus servicios a un acreedor de su padre
durante algún tiempo, para rescatar el pedazo de tierra que constituía el
patrimonio familiar.
123.
Estando al servicio de un comerciante, tuvo
ocasión de visitar la corte y ciudad de Madrid. Durante su permanencia allí, se
mantuvo firme en sus sanas costumbres sin que en nada alterase su natural
sencillo, siguiendo la vida de trabajo honrado y piedad ardiente. En este
tiempo se enriquece su mente, con el conocimiento sobre lejanas tierras de
América y las amplias narraciones sobre sus gentes y costumbres.
124.
De regreso a su pueblo natal, continúa el
pastoreo de los rebaños de su padre. En esta ocupación propicia para la
reflexión y meditación, pudo ahondar mucho más en aquello que alimentaba su
mente e inquietaba su corazón. Allí alaba a Dios en la hermosa naturaleza que rodeaba,
pensaba en los dolores de los indios y esclavos en tierras lejanas, e iba
madurando la idea de hacer algo por todos ellos en el suelo de la Indias. En
esa soledad del campo, sin más compañía que sus pacientes rebaños, la piedad
cristiana y el amor al prójimo crecían “en aquel temperamento esencialmente
místico[4].
125.
Su madre le miraba complacida y ponía todo su
empeño para que organizara un hogar, en el que el cariño y la fortuna le
hiciesen el centro de una nueva familia. Ante tales insinuaciones, salidas de
corazón maternal de su madre, Pedro se mantuvo firme y expresó que no era él
para la vida matrimonial porque Dios lo llamaba a otras tierras para servir a
quienes amargados y dolientes carecían de hogar y de amor.
Cultivando su vocación
126.
En medio de sus preocupaciones, en el corazón de
Pedro sigue madurando la idea de tomar estado pero al servicio de la Iglesia.
Expone a su madre el deseo de hacerse sacerdote, aunque reconoce su escasa
preparación intelectual, pero él cree que podrá servir a Dios en la Iglesia, en
diversos ministerios de caridad.
Para
obrar con más precisión, propone a su madre, visitar una tía suya para hacerle
la consulta sobre el tema de tanta importancia como es su vocación.
127.
Realiza un corto viaje y se entrevista con su
tía, mujer de Dios y de gran vida espiritual, quien iluminada por el Espíritu
Santo, interviene ante la madre de Pedro, convenciéndola de que lo deje marchar
a América.
Su
tía le anima con estas palabras: “El servicio de Dios te espera en las Indias.
Tu camino, Pedro, no es el de la carne, ni la sangre. Debes salir al encuentro
con Dios, como Pedro sobre las aguas. De este viaje a las Indias, se seguirá
mayor gloria de Dios, gran provecho a los prójimos y no poco interés para tu
misma persona[5].
128.
Confortado y animado Pedro con las palabras de
su tía y habiendo consultado con su confesor quien también le anima, toma la
determinación de embarcarse para América. Se dispone a partir sin decir adiós a
su madre, para evitarle la pena de la despedida y le comunica su proyecto en
una cariñosa carta que le deja a bordo, embarcándose en un buque que salía para
la Habana. Había cumplido 24 años.
Su
decisión es rápida; lucha y sufre, pero ante la insistente llamada de Dios, no
duda, es valiente, dejándolo todo aunque su corazón se desgarre de dolor.
Atrás
queda su querido hogar, su linda tierra natal con cuanto podría traerle gloria
y felicidad; se sumerge en la aventura de un viaje que el final le dejará en el
lugar donde Dios le espera para una misión.
Su vocación se va esclareciendo
129.
Durante el viaje, va manifestando una serie de
cualidades que le hacen ver alegre, jovial, trabajador, sincero. Se gana la
simpatía de todos y los jefes de la embarcación le prometen halagüeñas
recompensas si continúa la travesía con ellos.
No
son suficientes las razones que expone Pedro a la tripulación para defender su
intención de quedarse en el puerto más cercano. Después de inútiles
resistencias, accede a las pretensiones de todos y continúa el viaje, hasta que
a los pocos días se resiente su salud, poniendo en peligro su vida. Ante esta
situación, temeroso el capitán de que le mal perjudique a los demás viajeros,
ordena que se deje al enfermo en la playa más cercana, con el fin de que tenga
un desenlace feliz y pueda morir tranquilo.
130.
Ya en la playa, Pedro se siente aliviado.
Animado por una fuerza interior, aunque sin dinero, ni equipaje, emprende el
camino largo y penoso que le conducirá a la ciudad de Santiago de los
Caballeros de Guatemala. Siente que la mano providente de Dios le va guiando;
sus fuerzas se hay recuperado y después de una extenuante jornada llega al
lugar donde ha intuido que Dios le llama.
Este
lugar lo conoció de manera singular. Habiendo llegado la embarcación al puerto
de Trujillo en Honduras, oyó por vez primera el nombre de Guatemala. Le llamó
la atención este nombre y exclamó: “A esa ciudad quiero ir, porque con interior
júbilo y superior fuerza me siento animado a encaminarme hacia ella, luego que
he oído su nombre”[6].
Los
biógrafos están de acuerdo en afirmar que estas palabras pronunciadas por
Pedro, tienen un carácter de verdadera “inspiración” de Dios.
131.
Llevado de la mano de Dios, después de vencer
muchas dificultades, pero con ánimo resuelto, llegó a Guatemala el 18 de
Febrero de 1651. Coincidió su llegada con un fuerte temblor de tierra que
redujo la ciudad a escombros, sembrando en los habitantes el pavor y la
angustia.
Inmediatamente
empieza su trabajo caritativo. Llevado de su temperamento, sin preocuparse de
sí mismo, ni de los peligros que le amenazaban, atento sólo a dolor de sus
semejantes, en ferviente plegaria, pedía piedad y misericordia a Dios, para las
afligidas gentes. Recorría la ciudad en busca de las víctimas de la tragedia,
prestando con abnegación cuantos servicios estaban a su alcance.
Dificultades que surgen
132.
A los pocos días de su llegada, tal vez por las
grandes privaciones del viaje, las consecuencias de la enfermedad padecida en
la travesía, y seguramente el intenso trabajo agoraron su organismo debilitado,
se sintió nuevamente enfermo y se vio obligado a pedir asilo en un hospital.
Durante
la enfermedad, gozó de los cuidados de personas generosas y Dios le proporcionó
además un buen amigo, que resultó ser familiar suyo, aunque en grado remoto,
quien le acompañó y le ofreció hospitalidad en su casa.
133.
“Pedro amaba el trabajo, la pobreza y la
virtud”. Para no convertirse en carga pesada para los bienhechores que le
atendían con tanto esmero, buscó trabajo remunerable en la fábrica de Pedro de
Almengol. Mientras trabajaba con asiduidad, se iba captando el afecto de su
patrón y de sus compañeros de labor, debido a su disciplina, responsabilidad y
constante bondad. Pero un pensamiento martillaba su mente: quería seguir la
carrera eclesiástica, para dedicarse a las misiones evangelizadoras y sobre
todo, como medio fácil de poner en “acción la fiebre de su caridad que le
abrasaba”[7].
134.
Humilde como era, en asunto de tanta
importancia, no quiso gobernarse por sí solo. Consultó con el Padre Manuel
Lobo, quien fuera su director espiritual. El sabio Jesuita, después de serias
reflexiones, le aconsejó que probara a “llevar a la práctica sus deseos, pero
ante todo, estudiara con atención y perseverancia sus verdaderas inclinaciones,
a fin de optar por la que más conviniera, para mejor servicio a Dios”. Estas
sabias razones, le animaron a iniciar la vida de estudiante, en las que tantas
amarguras y desilusiones le esperaban.
135.
Para alcanzar el ideal propuesto, asume las
tareas de obrero y de estudiante a la vez. Organiza el tiempo, se entrega
después de cumplir con el horario en el taller de su profesor, al estudio,
particularmente del latín, que se convirtió en el mayor tormento de su carrera
de estudiante. Pasaba las noches estudiando las declinaciones latinas,
repitiendo las lecciones que olvida con facilidad, sin obtener resultados
satisfactorios. No se detenía en su empeño; a mayor dificultad en el
aprendizaje, más horas de estudio y dedicación. El idea que pretendía, bien
merecía este esfuerzo constante.
136.
Los compañeros de estudio, muchachos traviesos y
alborotados, muchos años menores que él, le ofendían y molestaban, sacándole en
rostro su incapacidad para aprender. Se burlaban llamándole unas veces “bestia,
animal, ignorante, jumento” y otras con tono sarcástico le apellidaban: sabio,
erudito, maestro, teólogo”.
Con
su habitual mansedumbre, escuchaba las burlas y ultrajes que recompensaba con
bondadosa sonrisa. Eso y mucho más, merecía él, según su profunda humildad.
Esta penosa situación le afectaba, no tanto por los sinsabores que le atraían y
las burlas de que era objeto, sino porque se alejaba cada vez del acariciado
sueño de ser sacerdote, y poder ir a la tierra de los infieles a conquistar almas,
llevando la Buena Nueva de Dios y ofreciendo su ayuda espiritual.
137.
Después de inútiles intentos durante dos años,
las pruebas y ensayos de toda clase, se vio precisado a renunciar a la carrera
del sacerdocio, pues no había logrado hacer progresos en el estudio del latín.
Esta prueba la soportó con ecuanimidad de espíritu y con gran generosidad. Dios
le mostrará otros caminos.
138.
A pesar de este aparente fracaso en el estudio
del latín, Pedro tenía un entendimiento especial en materias teológicas,
Corroboraban tal juicio, las ingeniosas respuestas que daba, sus parábolas,
anécdotas y habilidad para enseñar la doctrina cristiana a los niños, como
también al tratar de convencer y llevar al cambio de vida a personas alejadas
de Dios. Además, la manera como realizó los planes de Dios es la obra
apostólica que inició, manifiestan la fuerte voluntad y tesonera constancia,
guiadas por un superior claridad intelectual.
139.
Los caminos de Dios, le llevan a cambiar de
rumbo. Ante los resultados negativos del estudio, resolvió apartar de sí el
ideal del sacerdocio y emprender el camino lejos de la ciudad, para buscar en
tierras no conquistadas, gentes infieles a quienes evangelizar. Se despidió de
su nuevo protector, Diego Vilches, y viajó hacia Petapa, lugar célebre por la
ermita en donde se daba culto a una imagen de la Virgen del Socorro.
Ante
la imagen de Nuestra Señora se detiene en una fervorosa oración Descarga su
atribulado corazón en la Madre de Dios, le expone sus congojas y le pide luces
para ver cuál es la voluntad de Dios. Lleno de perplejidad, rumiando aún los
sinsabores de su fracaso como estudiante que le aleja de su ideal sacerdotal,
suplica a la Madre bondadosa que no le abandone en momento tan difícil. Su
larga y confiada oración va serenando poco a poco su espíritu, hasta que
“sintió un extraño impulso, casi irresistible que le obligaba a desandar lo
andado y volver a Guatemala”.
Las
palabras que pronunció al escuchar el mimbre de Guatemala, le venían a la mente
como un mandato supremo: “A esa ciudad quiero ir, porque con júbilo y superior
fuerza me siento animado a encaminarme a ella, luego que he oído nombrarla”. Le
parecía oír una queja dolorosa, un clamor de misericordia de los indios, los
negros, los enfermos, que le tendían las manos suplicantes pidiéndole ayuda[8].
140.
Dócil a la voz del Espíritu y confiando en la
protección de Nuestra Señora, regresó a Guatemala, para continuar la batalla
espiritual en búsqueda de la voluntad de Dios.
Su
corazón sólo ambicionaba dar respuesta su ardiente caridad, consagrándose al
servicio de los desgraciados, menesterosos, enfermos, tristes y atribulados.
Organiza su jornada de caridad.
141.
Iluminada su mente por la luz del Espíritu, y
con la certeza de hacer lo que Dios quería de él, visitaba a diario los
hospitales, prodigando cuidados a los enfermos, consolándolos con su palabra
cariñosa y dándoles lo poco que poseía.
En
esas visitas, tiene la oportunidad de ver y apreciar más de cerca la horrible
situación de tantos enfermos, que, débiles e incapaces para ganarse la vida,
medio aliviados de sus enfermedades, eran despedidos de los hospitales y
abandonados en las calles, “donde la mayoría, faltos de amparo y cuidados,
encontraban la muerte, no habiendo logrado con la hospitalización otra cosa que
prolongar por más días sus sufrimientos”.
142.
El corazón de Pedro, todo generosidad, se sentía
destrozado en presencia de tanta miseria y abandono; y era mayor su congoja, al
comprobar que en su pobreza no tenía medios para aliviar tanto mal. Concibió la
idea de organizar un hospital para convalecientes,
un lugar piados y amable que albergara aquellos enfermos, donde pudieran
prepararse a morir tranquilos y quizá recuperar su salud y volver a la vida
corriente, con fuerzas físicas y morales para sobrellevarla con valor.
143.
Pedro era consciente de sus limitaciones; no
bastaba su buena fe, sus sentimientos nobles de querer remediar tantas
necesidades; comprendía que se necesitaban ayudas económicas que respaldaran, y
proporcionaran de alguna manera, el servicio que quería prestar. El, en su
haber tenía muy poca cosa: “un hábito raído y una vivienda prestada”. Eso sí,
en cambio poseía “la fe, la esperanza, amor sincero y la renuncia de sí mismo”[9]
para poner todas las energías y voluntad al servicio de la causa de Dios, única
cosa a que aspiraba. Confiando plenamente en Aquel que le había llamado seguía
trabajando hasta realizar el ideal propuesto.
Miembro de la Orden Tercera de San Francisco
144.
Dios se valió de diversos medios para llevar a
Pedro a la realización de un servicio en el cual se buscaba el bien de los
necesitados.
Llevado
de su prudencia, buscó ayuda en Dios y en sus representantes. Habiendo seguido
los consejos del misterioso personaje que le insinuó buscara como morada la
ermita del Calvario y vistiera el hábito de la Tercera Orden, hizo la solicitud
al padre guardián del convento de San Francisco, manifestando estar dispuesto a
cumplir todas las pruebas necesarias para lograr este beneficio.
145.
Admitido sin dilaciones en la Orden Tercera,
ciñó el hábito que usaban los miembros de ella y se dispuso a organizarse en el
sitio indicado, para consagrarse con mayor recogimiento a sus oraciones y dar
comienzo a la obra de caridad que le obsesionaba. Se retiró entonces a la
ermita del Calvario y se constituyó en el sacristán del Templo. Se ocupaba del
aseo y ornato del mismo, desplegando su capacidad de trabajo, cultivando
hermosas flores para el altar y convirtiendo en breve tiempo el lugar, en uno de
los más frecuentados por los fieles que deseaban honrar a Cristo, secundando
las insinuaciones del celoso guardián y sacristán.
Inspiración fundamental de la obra
146.
Hemos visto cómo Pedro, ansioso de dar respuesta
a Dios, se conmueve hondamente por las miserias de los pobres enfermos y está
resuelto a poner en ejecución la inspiración divina.
Instalado
en la ermita del Calvario, después de cumplir con el aseo del Templo,
distribuye el tiempo en actividades diversas que tienden únicamente al servicio
del prójimo: visitas a los hospitales, a las cáceles, llegando hasta las minas
donde trabajan los negros esclavos; da el catecismo a los niños del barrio;
también visita la casa de los ricos pidiéndoles ayuda en dinero y alimentos
para aquellos que no los tienen.
Emplea
el tiempo en ir y venir de un lado a otro, proporcionando alivio donde
encuentra el dolor; completando el horario de su trabajo con interminables
horas de oración estimuladas con terrible penitencia.
En las
noches, poco descansa porque se ha propuesto recordar a todos, al compás de la
campanilla que “un alma tenemos y si la perdemos no la recobramos”.
147.
Estableció dos obras muy particulares para
ayudar al necesitado: el Hospital de Convalecientes y la escuela para niños y
niñas. Aunque en su corazón e ingenio cabían muchas otras cosas que practicaba
en orden a las diversas obras de misericordia.
148.
Seguramente el recuerdo de su niñez transcurrida
en la ignorancia, las penalidades sufridas como estudiante y principalmente la
sed de hacer el bien, en todas las formas posibles, le indujeron a establecer
la escuela de párvulos junto a la ermita del Calvario. La organizó con dos
jornadas: en la mañana las niñas, en la tarde los niños. Unos y otras fueron
confiados a un buen maestro que él pagaba con las limosnas que recogía, pero él
se reservó la cátedra de la Doctrina Cristiana, aprovechando los recursos que
le dictaba su ingenio pedagógico para llegar a todos con cantos, danzas,
juegos, parábolas y leyendas, con el fin de ilustrarlos en la fe de Cristo..
149.
La muerte de una piadosa mujer, María Esquivel,
quien frecuentaba el Calvario, fue la oportunidad para dar comienzo al
funcionamiento del hospital. Esta buena mujer había dispuesto que sus funerales
se hiciesen con la venta de su casita. Al saber esto, el Hermano Pedro, buscó
los medios necesarios para comprar la propiedad, para que este lugar fuera el
punto de partida de su obra. Fácilmente encontró dos benefactores quienes
entusiasmados al oírlo explicar con elocuencia y entusiasmo el proyecto del
servicio que tenía en mente, le facilitaron los 40 pesos que valía la casita.
Con esto se daba el primer paso[10].
150.
Con todos estos hechos se ve cómo el hermano
Pedro seguía dócilmente el impulso del Espíritu Santo que lo fiaba en cada
caso. La acción de Cristo, mediante su Espíritu, ponía en él, el “deseo” y
luego “los medios” para realizarlos.
La
misma noche de la compra de la casita, al recorrer la ciudad, llamando a las
gentes a la penitencia y exhortándolas a la conversión, tuvo noticia de una
mujer que necesitaba inmediata protección. Era una pobre esclava, maltratada y
abandonada por sus amos; el Hermano Pedro, la cargó sobre sus hombros
llevándola al rancho pajizo que él denominó “Hospital de Bethlem”. Iniciando
con esta mujer, su labor caritativa asistencial.
151.
Cumplidor celoso de su deber y sumiso a las
leyes, quiso responder con los requisitos tanto en el orden civil como
eclesiástico al iniciar su benéfica fundación. Obtenidas las licencias
necesarias se entregó con ahínco a la tarea propuesta. Ante la duda del
funcionamiento público y el éxito feliz de su obra, al preguntarle el Señor
Obispo con qué medios contaba para llevarla a cabo, el Hermano Pedro, sin
inmutarse y con bondadosa sonrisa contestó: “Eso Padre, yo no lo sé: mas Dios
que todo lo puede, me ayudará”. Palabras que revelan su gran confianza en Dios
y la certeza de que en su nombre saldría adelante, aunque las apariencias
humanas fuesen otras.
EL HOSPITAL DE BETHLEM
152.
El pequeño hospital lo llamó “Bethlem” en honor
al nacimiento de Jesús, misterio que Pedro amaba y celebraba con gran júbilo y
regocijo espiritual. La contemplación del misterio del amor de Dios al hombre,
que hace que el Hijo se encarne y tome la naturaleza humana, sumerge el alma de
Pedro en arrobamientos de gozo, de amor, de humildad y generosa entrega.
Contemplar
a Dios hecho Niño indefenso, vacilante, débil, necesitado de todo, lo saca de
sí y lo convierte en un pregonero que recorre las calles buscando a quién
decirle que Dios le ama, que Dios está cerca, que la salvación está en Belén.
De su
amor al Misterio de la Natividad, nace también en Pedro, su gran veneración a
Nuestra Señora, la Madre de Belén, quien nos da al Salvador del mundo y bajo su
protección coloca el servicio hospitalario que inicia, y a San José, fiel
custodio, representante del Padre, constituido en fidelísimo guardián de María y
Jesús.
153.
Sus biógrafos relatan ampliamente cómo, con gran
esplendor, júbilo y devoción, celebraba la “Noche de Navidad”, invitando a
todos a vivir con fervor la festividad. Después de la imponente procesión, de
la celebración de los oficios litúrgicos y solemne Eucaristía, regalaba a los
pobres con especial generosidad.
Saludaba
a todos con gran alegría, pero en primer lugar la felicitación era para la
Emperatriz de los cielos, visitándola en los santuarios de la ciudad y
prolongando hasta la Epifanía las alegres manifestaciones, en honor al gran
Misterio de la inefable ternura de Dios hacia la pobre humanidad[11].
Su
amor al misterio de Belén le hacía salir de sí, sin poder ocultar aquella llama
de amor que quemaba su corazón ante la suprema donación de Dios al hombre,
invitándole a la entrega de servicio sin reserva a los hermanos[12].
154.
En poco tiempo la obra fue desarrollándose de
manera prodigiosa. Los que en un
comienzo dudaban del éxito de ella y le negaban su ayuda, fueron más adelante
sus benefactores más insignes. Le llegaban limosnas de muchas personas que en
sus manos se multiplicaban, llegando en diversas ocasiones a verdaderos
milagros. Las gentes se asombraban por el adelanto de la construcción, hasta
pensar que los ángeles venías también a prestarle ayuda. Lo que sucedía era muy
sencillo: obreros, albañiles, carpinteros y muchos más de escasa fortuna que no
tenían dinero ni materiales para ofrecerle, acudían en las noches, robando
horas de su descanso para trabajar en tan benéfica construcción[13].
Celoso misionero, buscador de almas
155.
El hermano Pedro consagraba sus delicadas
atenciones, no sólo a los males físicos; también las enfermedades morales del
prójimo le preocupaban de igual manera y le merecían análogo interés. Para
ello, aprovechaba las altas horas de la noche para recorrer las calles de la
ciudad, más que en busca de enfermos del cuerpo, de doloridos del alma. “Aquel
hombre sin letras, sabía encontrar, no en las luces de la inteligencia, sino en
la bondad de su corazón, la palabra adecuada que curaba la herida”. Sus frases
sencillas salidas de su corazón ardiente, penetraban en las almas de sus
oyentes e iban transformando poco a poco hasta lograrse verdaderas
conversiones, teniendo el poder de modificar el curso de toda una vida.
Ejemplar digno de este cambio radical es la conversión de Don Rodrigo Arias
Maldonado, más tarde Fray Rodrigo de la Cruz.
156.
Su permanente comunicación con Dios y la
capacidad de entrega y servicio, dieron como fruto, múltiples milagros que
brotaban de sus manos, sin que él se envaneciera por ello; al contrario, todo
lo atribuía a la bondad de Dios y a la liberalidad de algunas personas
caritativas.
Los
necesitados, tanto en el orden material como espiritual, acudías a él en
demanda de auxilio, saliendo de su presencia confortados y aliviados, bien
fuera por su palabra bondadosa o por la donación material que solucionaba su
problema.
Fundador de la ORDEN BETHLEMITA
157.
Basándonos en la manera de ser del Hermano
Pedro, podemos afirmar, que seguramente él no había pensado ni remotamente, en
la posibilidad de establecer una nueva Orden religiosa. “Su timidez, pero mucho
más su humildad”, no le permitían semejante aspiración. Sencillamente él era un
instrumento en las manos de Dios[14].
Su
pensamiento era el de constituir una vida santa y caritativa de hospitalidad y
servicio, donde se viviese con ejercicios de oración, penitencia, testimonio y
virtud para servicio de los pobres.
Por
ley de la Orden Tercera, los miembros de ella no podían agruparse para vivir
como religiosos en comunidad. Pero el Hermano Pedro consideraba que no era
posible que el hospital de convalecientes llenase en debida forma sus
funciones, si[h1]
las personas que lo integraran y sostuvieran con sus servicios, no viviesen
unidos bajo el mismo techo y sometidos a una regla invariable y fija.
158.
Poco a poco, se van agrupando varios Hermanos
Terceros alrededor del caritativo en el hospital. Ellos, sus hermanos, se
sienten atraídos, no por la fascinación de sus palabras, sino por las actitudes
y costumbres de un hombre generoso, apasionado de Cristo y dadivoso con los
enfermos y necesitados. Ven en él, el Evangelio traducido en vida. Estos
hermanos, son los primeros compañeros o Cofundadores que el bautizó con el
nombre de “Bethlemitas”.
El
Hermano Pedro, les exigió una vida tan regular, que más “parecía vida de
religiosos, que de ocupados seglares”[15].
Lo que Pedro vivía, también lo vivían sus hermanos. Y así fue cristalizando un
modo de vivir en común, un espíritu y una práctica de orar, trabajar, servir y
santificarse en comunidad.
159.
El Hermano Pedro, llevó al descubrimiento de
Cristo en Belén, a este pequeño grupo, sencillo, y de alto espíritu de
servicio. Con estos hermanos, amantes de la oración, de la penitencia y
generosos servidores de los enfermos, estableció las primeras normas y
observancias que fueron dando una forma de vida que nacía de la misma vida.
Todos se sentían llamados por Cristo a ser sus seguidores y a colaborar en el servicio
de los convalecientes de ese pequeño Hospital de Bethlem.
160.
Anhelaba el Hermano, que la comunidad naciente
no sólo cumpliese los fines hospitalarios, sino que fuera un testimonio de
virtud y ejemplo de Cristo, como un rechazo a la vida un tanto superficial que
predominaba en el ambiente. Quiso ofrecer a la Iglesia un servicio de carácter
benéfico, sin pretensiones de grandeza, en oposición a la poca austeridad y
pobreza que se llevaba en algunos conventos de la época. Su deseo era el que,
tanto sus compañeros, como él mismo, se comportaran como verdaderos discípulos
de Cristo.
Por
tal motivo organizó el pequeño grupo, señalándole los ejercicios de piedad y
prácticas de penitencia, que en momentos determinados debían realizarse como
motivación y estímulo para el quehacer apostólico.
Su
casa de Belén, es la casa del pan material y espiritual del que se alimentaban
sus hermanos y en donde debían encontrar la fuerza para la donación a Cristo en
el servicio al prójimo.
Carisma particular
161.
El carisma del Hermano Pedro es ese don que Dios
le dio a contemplar con especial intensidad y vibración espiritual, el misterio
del Verbo Encarnado en dos momentos particulares de su vida: Belén y la Cruz.
Estos
dos misterios constituyeron el gozne de su vida. Fue Pedro, el enamorado de
Belén y el compañero de Cristo doliente. La contemplación profunda de estos
misterios del Señor le llevaron a expresiones concretas en su vida de pobreza,
humildad y servicio a los hermanos, particularmente a los más necesitados y
pobres.
Es
pues el carisma de Pedro: la contemplación del anonadamiento de Cristo
manifiesto en Belén y la Cruz.
162.
Toda la vida de Pedro, fue guiada por la fuerza
del Espíritu Santo que le fue preparando para la donación total. Su entrega al
servicio y obras que realizaba, nacían de una actitud de contemplación del
Misterio de Dios hecho hombre, en la que Pedro iba descubriendo el amor
profundo de Dios y la necesidad de una respuesta de amor.
163.
Belén es la cátedra de Pedro. La experiencia
religiosa de este misterio va transformando poco a poco su vida en búsqueda de
la identificación con Cristo. En esa cátedra descubre la humildad de un Dios
que se hace hombre; la pobreza del que siendo rico y poderoso se anonada; de un
Dios que se despoja del brillo de su divinidad hasta ocultarse en la carne
humana de un Niño que nace del seno de María y que se nos entrega sin condición
alguna. Pedro aprende de esta donación generosa de Dios, la forma incondicional
del servicio que como su seguidor debe prestar al débil, al pecador, al
menesteroso, al más despreciado de la humanidad.
164.
Pedro contempla también el dolor de Cristo en la
Pasión. Es esta contemplación encuentra la fuerza para ir dando cada día su
vida, en una inmolación continua como la de Cristo. De ahí la razón de tantas
horas de prologada oración ante el Crucifijo y el estímulo para realizar
acerbas penitencias, inconcebibles hoy, pero que él practicaba en prueba de su
amor. Esa inmolación a semejanza de Cristo, lleva a Pedro a descubrir el dolor
de los hermanos ya fueran indios, negros, esclavos o pobres vagabundos que
circulaban en la ciudad, sin amparo ni consuelo[16].
El
amor a la Pasión de Cristo y el anonadamiento del Verbo en Belén llevaron a
este hombre de Dios a la entrega y servicio de los necesitados sin medida,
hasta agotar su vida en pocos años.
165.
El gran amor a la Pasión del Redentor le hizo
convertirse en el Profeta de Dios. Anunciaba a Cristo y denunciaba el pecado,
particularmente con el testimonio de su vida. Sentía el aislamiento de Dios del
hombre pecador, al mismo tiempo que se reconocía también pecador; buscaba
afanosamente a quienes veía alejados de Dios y empleaba todos los medios
posibles para volverlos al redil de la Iglesia. ¡Cuántas conversiones se
realizaron movidas solamente por la fuerza de su testimonio y con la oración!
166.
Dios regaló al Hermano Pedro dones místicos
encaminados a descubrir en él las llamadas particulares para ser mensajero o
heraldo de Dios y el bienhechor de los hombres. Dones a los que Pedro respondió
con fidelidad. Estas gracias particulares que fortalecen su corazón e iluminan
su mente le impulsaron a la organización de un servicio apostólico que
respondía a las necesidades del pueblo y de la Iglesia en su momento histórico.
La
respuesta en fidelidad a los dones concedidos por Dios, hicieron de él un
testimonio de vida para quienes llamados por el Señor, siguieran su Carisma en
la familia Bethlemita.
167.
Para prolongar el Carisma y trasmitirlo a
generaciones futuras, Dios se valió de un instrumento válido que supo acoger el
mensaje y dar debidamente su respuesta. Tal es la persona de Fray Rodrigo de la
Cruz, hombre de dotes naturales y gran caballero, convertido a Cristo por
mediación del Hermano Pedro. Fray Rodrigo, dócil discípulo de la escuela de
Pedro, es nombrado por éste como Hermano Mayor de la Orden y quién más tarde,
logra la institucionalización de la familia de Belén.
168.
Fray Rodrigo de la Cruz, organizó jurídicamente
la Orden Bethlemita. Es él el hijo predilecto y sucesor del Hermano Pedro. En
fidelidad a su padre y maestro trasmitió a la Orden las normas y vida
espiritual que su Santo Fundador le infundió. En el testamento que hizo el
Hermano Pedro antes de morir está la organización dada a la Institución y las
costumbres establecidas. Basándose en este manuscrito, Fray Rodrigo y sus
compañeros, formaron después los primeros estatutos para la nueva fraternidad
de Bethlem. En este testamento aparece una síntesis del orden de vida que se
llevaba en el hospital.
Espiritualidad de Pedro Betancur
169.
La espiritualidad no es otra cosa que el conjunto
de actitudes que Pedro manifestó en su vida. Actitudes que fueron conformando
su fisonomía espiritual y estilo propio. Esta espiritualidad es la consecuencia
de su contemplación del Misterio de Belén y de la Cruz[h2] .
Por eso su vida se distinguió por la práctica de muchas virtudes cristianas que
hoy son estímulo para quienes quieren vivir su carisma:
Destacamos
los siguientes:
—
Humildad sincera que lo mantiene en una íntima
relación de confianza en Dios, sintiéndose al mismo tiempo gran pecador y
miserable.
—
Pobreza radical que lo lleva a un total
desprendimiento de los bienes terrenos y al correcto uso de ellos.
—
Generosidad sin límites al servicio del prójimo.
—
Dulzura, bondad y comprensión con sus hermanos.
—
Compasivo y misericordioso ante el dolor ajeno.
—
Alegre, sencillo, jovial.
—
Abierto y atento a la acción del Espíritu Santo
en él.
170.
La obra del Hermano Pedro, llevó su acción
consoladora y fortificante por medio de sus seguidores a muchos campos
invadidos por la miseria, el dolor y la desgracia. Los Bethlemitas estimulados
por su ejemplo, guiados por su consejo, seducidos por su vida, establecieron
hospitales y escuelas en lugares apartados de América, en los que se empeñaron
en llevar la palabra alentadora en nombre de Cristo y ser profetas de Dios,
haciendo el bien como lo hiciera su Fundador.
171.
El Hermano Pedro fue Beatificado por S.S. Juan
Pablo II en Roma el 22 de Junio de 1980 y Canonizado el 30 de Julio de 2002 en
Guatemala.
B.
MADRE MARIA ENCARNACIÓN ROSAL
INTRODUCCION
Vamos
a considerar ahora la vida de la Madre Encarnación Rosal, a quien la
Congregación Bethlemita honra y venera como a su Madre y Fundadora, seguidora
fiel del Carisma y Espiritualidad de Pedro de S.an José Betancur.
En
aras de la fidelidad histórica, hemos de remontarnos a la época en que se
organizó la Orden Bethlemita, para encontrar la fuente en donde[h5]
ella bebió la espiritualidad que valientemente vivió y trasmitió a la
Congregación enriquecida a su vez con su carisma personal.
La
Madre Encarnación, adornada con muchos dones y virtudes llevó adelante una obra
para el servicio evangelizador de la Iglesia.
Una
de las notas características de su vida fue la de ser fiel a la espiritualidad
de Belén y defender su espiritualidad a costa de múltiples sacrificios y
sinsabores. Dios la llevó por el camino de la contradicción, las incertidumbres
y hasta la expatriación; todo lo superó con gran fortaleza para salvar a su
Belén y ponerlo en camino de crecimiento espiritual en servicio del Señor.
Iniciación de la rama femenina
172.
El 25 de abril de 1667, muere el Hermano Pedro
de San José, dejando a la Iglesia el inicio de una obra hospitalaria al
servicio de los pobres, cuyos miembros aspiraban a ser discípulos de Cristo y
servidores de los más necesitados y enfermos.
El
beneficio de la hospitalidad sólo se proporcionaba a los hombres, aunque el
Hermano Pedro “llegó a pensar en la construcción de un pabellón para mujeres,
pero aún no se veía quiénes pudieran encargarse de las enfermas”.
173.
Contiguo al hospital de Belén, vivían dos
matronas de noble alcurnia, muy piadosas y bastante ricas; eran ellas Doña
Agustina Delgado de Mesa y su hija Mariana Mesa de Teba y Moratalla, quienes
también vestían el hábito de la Orden Tercera y se dedicaban en su viudez a las
obras de beneficencia.
Estimuladas
por el trabajo apostólico, testimonio de oración y penitencia de los Hermanos
Bethlemitas, quisieron seguir su ejemplo y entregase al servicio de los
enfermos, como ellos lo hacían.
Inspiradas
por Dios, acuden a Fray Rodrigo de la Cruz, Prior del Hospital de Belén y le
comunican el deseo de sumarse a la obra benéfica que él dirigía y por
consiguiente, estaban dispuestas a someterse en todo al reglamento de vida que
los Hermanos Bethlemitas practicaban.
174.
Fray Rodrigo de la Cruz, guiado por el Señor,
consideró el asunto como algo providencial y de acuerdo a sus deseos de
extender también los servicios hospitalarios a las mujeres. Este ofrecimiento
le daba luces para solucionar lo que en mente tenía. Aceptó la propuesta y se
dispuso a llevarla a cabo. Alquiló cerca del Hospital, una pequeña casa, a
donde se pasaron a vivir Doña Agustina y su hija. Ellas donaron sus posesiones
y se comprometieron con un reglamento de vida, similar al de los Hermanos,
dedicándose generosamente al cuidado de las enfermas. Es así como se dio
comienzo a la rama femenina.
Hay
algunas reseñas históricas que dan a entender que estas señoras conocieron al
Hermano Pedro y sus obras caritativas.
175.
Esta primera obra se conoció con el nombre de
“Portal de Belén”. Su progreso fue rápido tanto en el orden material como
espiritual. Pronto varias jóvenes de la ciudad, estimuladas con el ejemplo de
las dos piadosas viudas, pidieron la admisión, vistieron el hábito y formaron
comunidad.
Su
piedad, abnegación, espíritu de penitencia y entrega a los pobres y enfermas
eran ejemplares. Su organización era semejante a la de los Hermanos Bethlemitas
y dependían de ellos tanto en lo espiritual como en lo disciplinario.
176.
Esta situación de dependencia duró hasta la
extinción de la Orden en 1820, fecha de los Decretos provenientes de las Cortes
Españolas. Al suprimirse la Orden, el Beaterio de Belén logró subsistir con
aprobación diocesana. Desde 1795, además del trabajo hospitalario, también
ejercían el ministerio de la enseñanza de las niñas.
177.
La rama femenina no se extendió a otros lugares
de América, como la Orden masculina. Se redujo a un único convento existente en
Guatemala y que se le conocía con el nombre de “Beaterio de Belén”. Sus
miembros llevaban una vida piadosa, ejerciendo la hospitalidad y la enseñanza,
dentro de su vida de clausura. Disfrutó de vida espiritual y penitente, ya que
vivían según la espiritualidad de la Orden Bethlemita; aunque también sufrió
los vaivenes de una vida lánguida y mediocre debido a las circunstancias de la
época.
En el Beaterio de Belén
178.
El primero de enero de 1838, llega al Beaterio
de Belén, existente en Guatemala, una joven procedente de Quezaltenango,
llamada Vicenta Rosal, quien guiada por Dios, manifiesta su anhelo de formar
parte de la familia Bethlemita.
Vicenta Rosal. Primeros años en su hogar.
179.
Vicenta Rosal nació el 26 de Octubre de 1820 en
Quezaltenango, ciudad de Guatemala. Coincide su nacimiento con la fecha de
supresión de la Orden de Belén. Dios Regalaba a la Iglesia con una hija que con
el tiempo prolongaría el espíritu de la Orden, revitalizando la Congregación
Bethlemita y orientándola para un servicio evangelizador.
180.
Su familia fue su primer hogar y escuela;
Vicenta recibió de sus padres y hermanos una educación integral. De una
naturaleza rica en dones y gracia; tenía facilidad para las letras, números,
música y poesía. Progresaba en todos estos aspectos de la formación femenina de
aquella época y en todo lo relacionado con las labores hogareñas.
181.
En el aspecto religiosa aprendió de sus padres y
hermanos mayores “la fe como vivencia, es decir, la piedad filial con Dios, la
orientación amorosa a Cristo en el misterio de la Eucaristía”, una profunda
devoción a Nuestra Señora y gran caridad para con los pobres y menesterosos a
quienes ayudaba con generosidad[17].
Dios
le había favorecido con una familia que disfrutaba de bienes materiales; en su
casa se vivía con holgura. Vicenta aprendió de sus padres a compartir los
bienes con los demás y muy gozosa ayudaba en la distribución de productos de la
hacienda y de la despensa entre los pobres.
182.
Gozaba de un temperamento alegre, jovial, un
trato muy agradable que encantaba a cuantos la conocían. También como toda
joven de su edad, gozaba de “galas y vanidad”, razón por la cual de vez en
cuando recibía amonestaciones de su hermana mayor, quien le recordaba que las
promesas del Bautismo, debía cumplirlas lo mejor posible. Observación que
Vicenta aceptaba con modales corteses pero manifestaba con cierta gracia que sí
cambiaría su proceder pero después de los 20 años.
No
obstante, la joven ya sentía en su corazón, una voz interior que la invitaba a
entregarse de alguna manera a Dios, por eso hablaba con frecuencia de vestir
algún día “el hábito de una orden Tercera”[18].
Vocación a Belén
183.
En la vocación de Vicenta influyeron varios
factores: en primer lugar, el ambiente cristiano de su hogar, en donde su
espíritu inclinado a la piedad, a la caridad con los demás y el deseo de hacer
el bien, fue creciendo en esa escuela en donde sus padres y hermanos
colaboraron en su formación religiosa.
También
vino a sumarse a esta favorable circunstancia la oportunidad de entablar
amistad con una joven hondureña, Manuela Arbizú, quien movida sobrenaturalmente
habló a Vicenta con gran entusiasmo, sobre el ideal de servir a Dios en la vida
consagrada, y de manera inesperada hizo alusión a las monjas de Belén.
184.
El nombre de Belén, llamó mucho la atención a la
joven, en cuya mente y corazón florecían anhelos de servir a Dios de una manera
total. La amistad que se inicia, es la ocasión propicia para recibir
información sobre la vida que llevaban las monjas, y las características de su
quehacer espiritual y apostólico.
Recibidas
las respuestas a sus interrogantes y después de la consulta a sus padres y
Director espiritual, vencidas varias dificultades, realiza el viaje a Guatemala
con el fin de dar cumplimiento a sus deseos de consagrarse a Dios.
185.
Al llegar al convento, la joven inicia su
entrega y donación a Dios. Pero desafortunadamente a los pocos días de su
ingreso, se va dando cuenta de que el ambiente no era propicio para sus
ideales: vida de oración intensa, silencio, penitencias y austeridad, lo cual
llenó su alma de tristeza y desilusión, hasta llegar a pensar que se había
equivocado de camino.
186.
Animada por la Superiora y Director Espiritual,
se mantiene en la vida de oración entrega a Dios, recibiendo el hábito de la
comunidad, ceremonia que se realizó el 16 de Julio de 1838. Con la
particularidad de este hábito fue impuesto por el último Bethlemita que allí
vivía, Fray Martin de San José. Hecho muy significativo para la Congregación:
el último Bethlemita, entregando el hábito a quien por designios de Dios, más
tarde daría nuevo[h6]
vigor y vida a la Institución que trataba de mantenerse y vivir la
espiritualidad de Belén. En el día de la toma de hábito, Vicenta cambió su nombre[h7]
por el de Encarnación, con el cual se le denominará en todo el curso de su vida[19].
Los caminos de Dios son difíciles
187.
Con una generosidad llevada hasta el heroísmo,
Sor Encarnación se entrega fácilmente al cumplimiento del Reglamento del
Noviciado, pero el ambiente se le hace pesado, por algunas de sus compañeras
poco dadas a la oración, a la vida de silencio y austeridad y particularmente
por la situación personal de sentirse ella misma muy a disgusto en la vida que
había escogido.
Sin
embargo, fiel a Dios en todo momento y siempre obediente a los Superiores,
cumple el tiempo exigido por el Reglamento y realiza todo el plan de formación
hasta que, no obstante la repugnancia interior que experimenta, hace sus Votos
en Belén en la fecha escogida, día de la Maternidad Divina, 26 de enero de 1840
y en que la Orden por concesión de la Sagrada Congregación de Ritos celebraba a
Nuestra Señora de Belén.
188.
El camino de Belén, se va haciendo para la joven
profesa bastante difícil; hay en su interior una desazón intensa causada por la
incoherencia de la vida que ella observaba en algunas beatas y lo que su
corazón anhelaba. A pesar de esta circunstancia, es ostensible a todas sus
hermanas su vida de fe y humildad, dejándose guiar en todo por los
representantes de Dios. Cumplía con exactitud sus deberes y a sus hermanas
llegaba con amor, compresión y respeto. Su situación interior la obligaba a
guardar silencio en espera de que Dios iluminara su corazón y le ayudara a
salir de la angustia que le oprimía. Su único refugio era la oración continua y
permanente comunicación con Dios.
189.
“Profesa ya -dice la misma Madre Encarnación-
veía mejor las cosas del convento y conocía la dificultad que había de seguir
mi llamamiento, porque por el transcurso de los tiempos había decaído de su
primitivo espíritu, aunque así había almas grandes, y éstas me contaban el
silencio y fervor de los tiempos pasados, cuando estaba en la primitiva
observancia de este convento”.
La
Madre Encarnación, al oír las narraciones de esos mejores tiempos de
observancia regular, soñaba mucho más en poder lograr que esos cambios se
realizaran en el presente para gloria de Dios.
190.
Dios que la lleva por los caminos de lucha
interior, permite que se le conceda la autorización para pasarse al Convento de
las Catalinas, donde disfrutará de paz, silencio y la austeridad anhelada por
su espíritu. En sus prolongadas horas de oración, compara la vida de las
Catalinas fervorosas y observantes y la que se vive en Belén.
Surgen
nuevas perplejidades, pues Dios le hace ver que esa misma vida que llevan en el
convento a donde acaba de llegar, podrían tenerla en Belén y llevar la
comunidad por ella abandonada, a las alturas de una gran unión con Dios y
servicio apostólico[20][h8] .
191.
La vida de la Madre en el convento de las
Catalinas es de una relativa tranquilidad, encontrándose en ambiente que había
soñado y que ella necesitaba; las religiosas estaban dedicadas a la vida de
trabajo y contemplación de manera ejemplar.
Pero
Dios no la tenía para esto solamente; de pronto recae su alma, dice la misma
Madre: “un peso insoportable, una oscuridad comparable al purgatorio, una
desolación espantosa, como si jamás hubiera querido lo que actualmente poseía…”
“Y al mismo tiempo, me sobrevino un gran amor a Belén, como jamás lo había
sentido…”[21]
Continúa
pues, en su alma una lucha quizá más intensa que la de épocas anteriores.
192.
Humildemente expone de nuevo sus congojas, dudas
y perplejidades. Las superioras con el consejo de los Directores Espirituales,
le proporcionan medios de reflexión, oración y discernimiento que le llevan a
solucionar por sí misma la dificultad de seguir el camino que crea es la
voluntad del Señor.
Después
de unos fervorosos ejercicios espirituales, toma la decisión de volverse a
Belén; es en la oración donde Dios le hace ver con claridad que perfectamente
podría unir la vida monástica que se
llevaba en Santa Catalina, con la apostólica de Belén, en donde se practicaba
las obras de misericordia.
Halló
en el encuentro especial con Dios, la posición de unir contemplación y acción, tener obras educativas y ejercitar la piedad y
misericordia, al mismo tiempo que permanecer con el alma muy unida a Dios.
Animada
y fortalecida por la luz del Señor, logra nuevamente su deseo de volver a Belén
en donde quiere vivir para siempre.
La luz sobre el celemín
193.
Superada esta terrible crisis y nuevamente en el
Beaterio, la Madre Encarnación, encuentra la paz interior que la estimula a
darse cada día en donación a Dios. Sus hermanas le han recibido con gran cariño
y le hacen demostraciones de afecto y acogida. Ella s u vez, se entrega con
verdadera fidelidad a servir a Dios allí
donde la llamaba para realizar una misión.
Se le
confía inmediatamente la obra del Colegio. U es allí donde inicia su labor de
cambiar, plantar y fortificar. Había mucho que reformar en lo tocante a la
disciplina y horarios de clase. Ella, movida de gran celo por la gloria de
Dios, empieza la poda que más adelante proporcionará sazonados frutos a favor
de la sociedad guatemalteca y aún dentro de la misma comunidad.
194.
Como educador, se entregó a su tarea con gran
entusiasmo y generosidad. Su conversación era animada, viva y cordial; corregía
con amabilidad y exhortaba a la práctica de la virtud con exigencia y estímulo.
Rápidamente
fueron logrando frutos visibles en la obra educativa; reforma que se daba no
sólo externamente sino a nivel interior, inculcando el amor de Dios y la
práctica de las virtudes cristianas. Entre los medios eficaces que empleó
estaban la frecuencia de los sacramentos y la devoción a nuestra Señora.
195.
Las cosas marchaban muy bien; las gentes que
disfrutaban del servicio apostólico del Beaterio manifestaban alegría y las
mismas hermanas de comunidad veían la transformación que en todos los aspectos
se iba logrando.
La
Madre en su interior, aunque era muy consciente de su dedicación al trabajo
educativo, no sentía plena satisfacción espiritual ya que según ella misma lo
confiesa, “no estaba satisfecha de su vida interior en la que ella era muy
delicada y exigente”. En su labor concreta, “estaba experimentando las
dificultades para poder realizar esa alianza contemplación y acción y guardar el equilibrio”[22]
Soportaba
pacientemente esta realidad y con ello manifestaba su empeño de permanecer fiel
a Dios. “A medida que se progresa en la vida interior, se perciben con más
claridad los defectos personales…”
No
obstante estas deficiencias, su alma sólo tiene como referencia a Dios,
buscando en todo, solamente su gloria. La comunidad no veía en ella nada
negativo, apreciaba su trabajo y poco a poco le iban confiando cargos de
importancia en el gobierno de la misma.
196.
Aunque le comunidad valora la labor apostólica
de la Madre Encarnación, no todas las hermanas comparten sus criterios, por
respetan su dedicación y organización, comprendiendo que es conveniente
aprovechar las dotes y cualidades de que está adornada para beneficio de todas.
197.
Siendo elegida Vicaria de la comunidad, su tarea
no está centrada solamente en lo tocante al colegio y pedagogía del mismo, sino
que su misión se concreta ante todo en la comunidad, en donde había mucho que
mejorar.
La
Superiora del Convento era la Madre Mercedes Dardón, de edad muy avanzada y que
por razones especiales no podía desempeñar ya a cabalidad su cargo;
desafortunadamente había tolerado muchas costumbres que lesionaban el espíritu
de observancia y tenía que sufrir desobediencias de algunas hermanas que
quebrantaban el reglamento con gran facilidad.
La
Madre Encarnación gozaba del afecto de la Madre Superiora; le tenía gran
confianza y estando en el cargo de vicaria podía ofrecerle una ayuda eficaz en
la dirección de la comunidad. Tarea que cumplió con empeño y dedicación.
198.
En su cargo de Vicaria, “se propone fijar la
atención de su programa en dos puntos importantes y decisivos: La Oración y el
trabajo y como ambiente indispensable, el silencio. No compartía la ociosidad.
Hizo una estudiada distribución de oficios, marcó horarios y exigió que cada
hermana cumpliera con sus propias obligaciones…”
La
transformación interna del convento se iba realizando poco a poco, hasta tener
su proyección fuera de él. Especialmente en los ámbitos de la Curia
Eclesiástica se hacían comentarios favorables sobre el cambio en el Beaterio,
pensando que el ascenso al priorato de la Madre Encarnación sería providencial
para la restauración de la observancia y fervor en él. Había muchos detalles conocidos por todos que
manifestaban cierto estado de decadencia espiritual del Convento, por eso la
Madre Encarnación constituía para un ellos una esperanza de renovación en el
Beaterio.
199.
Otro cargo que la Madre desempeñó con magníficos
frutos, fue el de Maestra de Novicias; fue así como pudo ir formando el pequeño
grupo de hermanas que fueron más tarde la base para la Reforma de la
Congregación.[23]
Elegida Priora del Convento
200.
El año de 1855 hay elecciones para cargos de
gobierno en el Beaterio. Son 16 las profesas reunidas en Capítulo; bajo la
presidencia de su Obispo eligen a quien desean dirija la comunidad. Es nombrada
la Madre Encarnación para este cargo con 10 votos a su favor.
Por
su oficio de Vicaria, desempeñado durante seis años, ya tenía experiencia de lo
que su nombramiento implicaba. Con gran humildad acepta lo que ella considera
voluntad de Dios y conocedora de sus limitaciones y de las dificultades que
encontrará en su camino, deposita toda su confianza en la protección de Nuestra
Señora la Virgen María, entregándole la Comunidad.
Inicia
el trabajo espiritual de animadora y orientadora de ese grupo de hermanas,
llamadas por el Señor a convivir con ella en Belén.
201.
Consciente de la misión que Dios le confía, se
entregó más de lleno a la oración para pedir la sabiduría y prudencia
necesarias para su desempeño.
Muchas
cosas había que cambiar en el ritmo de la vida conventual y veía con claridad
que la reforma debía iniciarse aunque era tarea costosa. Especialmente las
infracciones contra la vida común, la falta de recogimiento interior y
silencia, el trato demasiado familiar con las personas de fuera y las faltas de
pobreza, le causaban gran aflicción. Comprendía que era urgente y necesario
cortar de raíz cuanto estaba impidiendo el crecimiento espiritual.
202.
Como hija fiel de la Iglesia, sus relaciones con
la Jerarquía son especiales y aprovecha esta coyuntura para pedir al mismo
Prelado le ayude en la tarea de corregir abusos y llevar a la comunidad a la
observancia regular.
Dócil
a las indicaciones del Prelado, no ahorra esfuerzos para cumplir las órdenes
recibidas. Algunas hermanas le colaboran; otras en cambio se manifiestan
remisas y un tanto rebeldes.
Vienen
para la Madre momentos de aflicción, pues no es fácil arrancar de raíz
costumbres ya tan avanzadas y mucho más impedir o poner obstáculos a una vida
fácil y cómoda que se iba imponiendo como costumbre.
Dios
le guiaba en su trabajo espiritual y sólo en él encontraba la Madre la fuerza
para no desmayar en su intento de reforma y continuar avanzando por el sendero
que la Providencia le iba señalando.
Cualidades que posee como Superiora
203.
Según las declaraciones de quienes convivieron
con la Madre la encontramos:
—
Amabilísima en el trato.
—
Respetuosa con todos.
—
Firme en sus decisiones.
—
Siempre dulce y de suaves modales.
—
Velaba porque a ninguna le faltara nada.
—
Solícita con las enfermas y ancianas.
—
Igual en el trato con todas; imparcial, sin
preferencias.
—
Corregía con dulzura y caridad.
—
Observante de las prácticas comunes.
—
Fiel en el cumplimiento de los deberes.
Redacta las Constituciones para el Instituto
204.
En los comienzos del Beaterio, sabemos que las
Hermanas se regían por un resumen de las Reglas de los Hermanos Bethlemitas.
Dadas las circunstancias, se colige que,
si aún esta síntesis de leyes se cumplían a cabalidad en la época en que
Encarnación Rosal vive en el Beaterio. Se imponía la necesidad de unas
prescripciones que dieran unidad y estabilidad a la vida espiritual y
apostólica.
Fue
providencial el hecho de la llegada de dos jóvenes a solicitar admisión en el
convento, quienes por orden de su Confesor pidieron el testo de las
Constituciones para saber a qué se iban a comprometer.
La
Madre Encarnación les dio a conocer lo que las Hermanas tenían como “Regla y
Constituciones de la Sagrada Religión Bethlemita”, o sea, un resumen de
reglamentaciones bastante minuciosas pero carentes de sólida y densa
espiritualidad.
205.
El diálogo tenido en esta ocasión por la Madre
con el Padre Orbegozo, confesor de las aspirantes, fue la oportunidad para
comprender mejor lo que tanto tiempo sentía en su interior como una necesidad
apremiante para que la Comunidad avanzara por los caminos de la perfección:
unas leyes estables o normas que las librara de alternativas, según el parecer
o capricho de las distintas personas.
Emprende
pues la Madre, estimulada y apoyada por algunos sacerdotes, la tarea de
elaborar las Constituciones que debían regir su Convento.
206.
La tarea encomendada no es fácil; el redactar
las Constituciones según el mandato del Prelado debe hacerse por “quien ha
tenido la inspiración, aconsejada y apoyada por sus religiosas”.
La
Madre comprende que quienes podrán ayudarle no lo harían, porque no están de
acuerdo en los cambios que ella pretendía hacer; estas eran las más antiguas; y
las que estaban de su parte, las jóvenes no podían hacerlo… “Yo me aconsejé de
Dios, se dijo, Él sabe mejor las necesidades” y en su nombre comenzó a
escribirlas.
En
esta tarea pasaba buena parte de las noches; en la oración asidua imploraba las
luces necesarias, logrando en pocas semanas tener la redacción del texto.[24]
207.
Las Constituciones elaboradas por la Madre en
base a su experiencia de Dios y fundamentadas en la espiritualidad de la Orden Bethlemita,
el sacrificio y la oración, fueron revisadas por el Padre Superior de la
Compañía de Jesús, quien después de leerlas las consideró bien hechas, dignas
de ser presentadas en la Curia Eclesiástica para su debida aprobación.
Dificultades
208.
Revisadas las Constituciones por el Prelado y
hechas las convenientes observaciones, son puestas en consideración a la
Comunidad. Una lucha se desata entonces; varia hermanas se oponen abiertamente
y llegan hasta el punto de manifestar que no están dispuestas a cumplirlas.
La
Madre insiste y poco a poco varias de las simpatizantes con la reforma empiezan
a ponerlas en práctica. Pero la historia nos dice que fue tarea demasiado
difícil; sólo en la fundación de Quezaltenango en el año 1861, logó la Madre
una comunidad integrada y renovada que las llevó a la práctica con gran
fidelidad.
Confidente del Corazón de Jesús
209.
En medio de las grandes dificultades y luchas de
todo género, la Madre Encarnación supo mantenerse fiel al Señor en la práctica
de la oración; en ella encontraba luces para su mente, fortaleza para su
corazón y crecimiento para su fe. Multiplicaba intensamente las penitencias,
uniéndose a los sufrimientos de Cristo en su Pasión, y ofreciendo sus dolores y
penas por la salvación del mundo.
Escogida
por Dios para realizar una misión en la Iglesia, El mismo la prepara en el
crisol del sufrimiento moral que va purificando su corazón, haciéndola
merecedora de una gracia de predilección del mismo Corazón de Jesús.
El
Señor, pródigo en bondad, responde generosamente a la fidelidad de su sierva,
manifestándosele de manera confidencial. “Un día, la vigilia del jueves santo
de 1857, próxima ya la hora del amanecer, fue al coro de la Iglesia y comenzó a
meditar sobre la traición de Judas y el dolor que Cristo experimentó en la
agonía de Getsemaní”. Estando en oración –narra la misma Madre- “oí una voz
interior que me decía: ´No celebran los Dolores de mi Corazón´”[25]
Palabras
que fueron para la Madre, una llamada, una invitación particular a honrar y
desagraviar el Corazón de Cristo por la maldad, ingratitud y pecados de los
hombres. No había duda alguna: el mismo Señor premiaba a su fiel sierva con una confidencia que la
convirtió en depositaria de una misión especial en la Iglesia: Honrar el Corazón de Jesús en sus Dolores. Misión
que la Madre cumplió con todo el ardor de su corazón.
Carisma Personal
210.
El don particular que Dios ha concedido a la
Madre Encarnación, podemos describirlo como la gracia especial para
“Revitalizar la Congregación Bethlemita y extender en el mundo la devoción a
los Dolores del Corazón de Cristo”. Para ello, le otorgó la gracia de
predilección y medios para hacerlo aún en medio de trabajos, sinsabores y
preocupaciones.
211.
En cuanto darle nueva vitalidad a la
Congregación, es manifiesta su gran fidelidad al espíritu primitivo de la
Orden, espíritu que se empeña en revivir llevando a la práctica actitudes de
vida que se fundamentan en el Misterio de Belén. En esa “cátedra” de Belén,
aprende la Madre, el amor, la humildad, la pobreza, la entrega generosa, la
austeridad que fueron características en su vida.
212.
La experiencia de Dios que tiene la Madre en su
caminar hacia la consolidación del Instituto, en medio de penalidades,
contratiempos y problemas, halla su fundamento en la íntima comunicación con el
Señor. Es la Madre una persona de oración profunda, de meditación constante
hasta llegar a tener el privilegio de ser confidente de Cristo.
Fiel
hija de Pedro Betancur, ha heredado su intenso amor a Cristo doliente, de ahí
la razón de sus constantes meditaciones sobre la Pasión del Señor que la
señalan como verdadera contemplativa.
Su
experiencia de amor, de entrega al Señor, de inmolación permanente, le hacen
escuchar la queja del mismo Corazón de Cristo pidiéndole la “celebración de los
Dolores”.
213.
El carisma personal que enriquece la
espiritualidad heredada de Pedro, es el amor al Corazón de Jesús, manifestados
en los diez dardos que traspasan su Corazón. La Madre comprende el sentido de
esta alegoría y se empeña en dar una respuesta como verdadera reparación y
manifestación del amor.
Devoción reparadora
214.
Dios en sus designios, escogió a la Madre
Encarnación para que trasmitiera a la Congregación en la Iglesia la Devoción al
Corazón Dolorido de Jesús.
Lo
específico de esta devoción que la Madre quiere difundir sol los “diez aspectos
particulares de la Pasión del Señor en la Iglesia, Cuerpo Místico, asociándolos
a los diez momentos de la Pasión de Cristo”.
Esto
simboliza la Madre en los 10 dardos que traspasan el Corazón de Cristo; o sea
los diez Mandamientos de la Ley de dios, quebrantados por los hombres.
Iluminada
la Madre, con una luz interior, llegó a explicitar ampliamente el fin
particular de la devoción reparadora, al comprender “el significado y las
repercusiones morales de cado uno de estos dardos en el Corazón de Cristo”.
El
Señor la iluminó para entender el afecto que en su Corazón podían producir las
distintas actitudes negativas y pecados de los hombres en relación con el
mandamiento de la Ley Divina, sobre todo por parte de aquellos que se llaman
sus amigos. Esa visión universal del pecado, proyectada en el Corazón del
Redentor, la Madre la puntualiza en 10 causas principales que comprendían
diversas situaciones de pecado que predominaban es su época y que continúan
siempre presentes en la historia.
215.
Llevada de su amor y con deseo de propagar la
devoción pedida por el Corazón de Jesús, organizó celebraciones especiales en
homenaje de la Eucaristía, los días 25 de cada mes.
Escribió
también un ejercicio piadoso en grupos de 10 personas empeñadas en reparar y
consolar al Corazón Divino y en brillar como “lámparas” ardiente de amor. La
dinámica de este ejercicio tiene como finalidad:
—
Repara por las ofensas que se hacen a Dios.
—
Rogar por la conversión de los pecadores.
—
Orar por las necesidades de la Iglesia.
—
Ejercitarse en obras de misericordia a favor de
los que sufren.
La
devoción reparadora es una devoción profunda que hace parte de la
Espiritualidad Bethlemita y que invita también a practicarla a aquellos
cristianos comprometidos en la misión de Cristo en la salvación del mundo,
mediante el amor y la reparación.[26]
Características comunes con Pedro de San José Betancur
216.
La Madre Encarnación hereda del Hermano Pedro su
devoción al Misterio de Belén y a la Pasión
Para
ella Belén es:
—
La fuerza de atracción que la impulsa a llamar a
las puertas del
Beaterio, para vivir con generosidad y firmeza su compromiso con Dios.
Beaterio, para vivir con generosidad y firmeza su compromiso con Dios.
—
Es el Espíritu que la invita a la contemplación
del Verbo Encarnado en su humildad y pobreza.
—
Es el ideal de vida que logra con su respuesta
personal y con el cual quiere orientar a su comunidad para revivir el espíritu
primitivo Bethlemita.
—
Es el misterio en cuya contemplación asimila la
sencillez, la pobreza, la humildad, el servicio universal. Este misterio es el
“altar de los primeros sufrimientos de Cristo y cátedra de sus más grandes
virtudes”.[27]
217.
El amor a la pasión de Cristo, lleva a la Madre
a comprender el sentido verdadero de la reparación y a buscar la manera de
consolar y desagraviar al Corazón de Jesús por los hombres que quebrantan la
ley del Señor. Ese amor reparador, le hace encontrar prácticas de reparación
que expían el pecado no sólo personal, sino el pecado universal de la Iglesia.
En la
Madre su gran sentido Eclesial, la visión del mundo que vive, su deseo de
colaborar en la salvación de los hombres, la mueven a contemplar los Dolores de
Cristo en relación con los Mandamientos quebrantados, como sufrimientos morales
de la Iglesia.
El
anhelo de cumplir con la misión reparadora la comprometió en “prácticas de
devoción como las Lámparas, la celebración de los 25 de cada mes y a las obras
de misericordia corporales y espirituales hacia el prójimo, ya patrimonio
Bethlemita.
218.
El Santo Hermano Pedro Betancur y la Beata Madre
Encarnación Rosal, supieron responder a la misión que Dios les dio y que
tradujeron cada uno en su tiempo con características especiales.
Ambos
contemplaron el Misterio de Cristo manifestado particularmente en Belén y en la
Cruz, su amor Redentor y Salvador. Esta contemplación les llevó a una vida
sencilla, pobre, humilde y austera, de entrega y servicio, siempre en actitud
reparadora y explicitada en obras que cada uno realizó según las necesidades
del momento, desarrolladas en beneficio de los demás.
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