Tenemos que reconocer el mérito de quienes movidas por su interés y amor a la Congregación iniciaron un trabajo que nos ha proporcionado luz, verdad y seguridad sobre los fundamentos espirituales de nuestra vida Bethlemita. Belén es hoy para la Congregación, como lo fuera para el Beato Pedro, fuente que nutre su espiritualidad y misterio del que nacen los compromisos que debemos vivir como seguidoras de Cristo humilde y pobre, que se hace hombre para salvarnos.
Igualmente estamos convencidas que el
misterio del amor de Cristo nos exige una respuesta de “reparación” que debemos
dar a través de todas las situaciones de nuestra vida.
Este libro que hoy nos presenta la Hermana
Ana Lucía Otero es un nuevo esfuerzo en línea de investigación sobre el Carisma
y la espiritualidad Bethlemita. Ella que vivido a la luz y sombra de la
Congregación, ha puesto en este trabajo su experiencia de vida y su amor por la
verdad.
Íntegramente fue aprobado por el Consejo
General y por las Hermanas Provinciales y las representantes de cada Provincia,
durante las reuniones que se efectuaron en 1990.
El libro que debe servirnos como hilo de unidad, no agota el tema, por
el contrario, su lectura y comprensión debe animar a muchas Hermanas a
continuar profundizando el misterio de Cristo, para sacar de sus honduras la
riqueza de vida que debe impulsar y renovar a la Congregación en cada momento
de su historia.Berenice Moreno Bethl.
Superiora General.
I.
SENTIDO GENERAL DE CARISMA Y ESPIRITUALIDAD
Si bien
es cierto que el tema del Carisma es bastante conocido, como se trata de algo
fundamental en el trabajo que intentamos desarrollar, iniciaremos la reflexión
con algunas definiciones y explicaciones acerca del Carisma, teniendo muy en
cuenta lo que al respecto nos dan la doctrina de la Sagrada Escritura y las interpretaciones
del Magisterio Eclesial.
Carisma
1.
“Don” concedido gratuitamente por Dios a
una persona, para la común edificación de la Iglesia. Carisma en sentido primario es “gracia” y
puede referirse a cualquier beneficio concedido. Es una gracia permanente que
puede ser identificada con la vocación personal. También puede ser la vocación
a un género de vida cristiana, celibato o matrimonio.[1]
2.
Al hacer uso del término carisma habla esencialmente
de la presencia del Espíritu Santo que se manifiesta con toda clase de “dones gratuitos”.
3.
Todo carisma, “gracia de Dios”, “don gratuito”
concedido al hombre, tiene la característica de ser orientado especialmente al
servicio de una comunidad; es la acción salvífica que Dios realiza en una
persona para responder a las necesidades concretas en la situación histórica
que se vive.
Sagrada Escritura
4.
En el Antiguo Testamento se habla de personas carismáticas que fueron enriquecidas por
Dios para el servicio de la comunidad. Podríamos citar a Moisés, Josué, Samuel,
los Reyes y principalmente los Profetas, hombres en general guiados por el
Espíritu Santo para realizar una misión en medio del su pueblo
5.
En el Nuevo Testamento, el libro de los Hechos
manifiesta la acción del Espíritu Santo en los Apóstoles quienes en todas las
lenguas “publican las maravillas de Dios”[2]
Es
el cumplimiento de la promesa que Cristo que ha recibido del Padre el Espíritu,
y lo ha derramado sobre los hombres[3].
6.
En las cartas de San Pablo, el término carisma
tiene significados diversos. El Apóstol habla de “don de la Redención”,
“liberación de la muerte”, pero espacialmente designa las manifestaciones del
Espíritu Santo en la formación y actividad de la Iglesia[4].
En
la carta a los Efesios el Apóstol acentúa:
—
la inmensa variedad de los carismas,
—
la libertad de Dios en distribuirlos como
quiere,
—
la ordenación al bien colectivo de la Iglesia,
7.
En las cartas pastorales, 1ª. Tim 4,14; 2ª. Tim
2,6, aparecen los carismas vinculados con los oficios eclesiásticos cuya
comunicación significa y realiza mediante la imposición de las manos. Es
evidente un proceso de institucionalización y sacramentalización.
8.
Hoy se habla de carismas que abundan en la vida
de los fieles más sencillos, tales como: caridad, abnegación, paciencia,
servicio. Estos carismas o dones tienen a veces un radio de acción muy reducido
como la familia, su grupo de trabajo, etc. Pero todos y cada uno pueden
recibirlos dentro de su estado de vida y contribuir con ellos a la difusión de
la Iglesia.
9.
Todo carisma verdadero tiene siempre un sentido
social. No se da sólo para el provecho o enriquecimiento de quien lo recibe,
sino en beneficio de toda la Iglesia. Por esta razón, lleva siempre consigo una
misión, una tarea apostólica en la misma Iglesia. Por lo mismo también el
carisma es transmisible, puede extenderse a un grupo y continuarse en una tradición.
10.
Los carismas en general, si se sabe utilizarlos
con humidad, despiertan el amor de quien se ve favorecido de manera visible por
Dios. El carisma ayuda a cumplir los deberes de estado de una manera evidente y
en este sentido tiene grande influjo en santificación personal, como gracia de
estado.
11.
Hoy día se valora mucho más el carisma y se
considera en cada individuo como un llamamiento particular de Dios. San Pablo
en la 1Cor. 7,7 llama carisma tanto a la virginidad como al matrimonio; ambos
estados pueden ser una gracia señalada cuando expresan la voluntad divina
concreta sobre la persona. Los carismas ordinarios son variados y cada cual
debe contribuir con el suyo a la edificación del Cuerpo Místico de la Iglesia,
sin despreciar ni envidiar a los demás[6].
12.
Lo definitivo del carisma, no es la apariencia,
ni la grandiosidad de los fenómenos, sino su carácter de servicio, de utilidad
a la comunidad cristiana, a los hombres. Cuando San Pablo hace listas de dones,
lo que resalta el carácter funcional de ellos: exhortar, consolar, servir,
enseñar palabras de sabiduría y ciencia, camino de fe, dirección de espíritus,
asistencia, gobierno[7].
Los
carismas son algo ordinario y el mayor de todos es la caridad, sin la cual
ninguna de otros sirve para nada[8]
13.
Si los carismas pertenecen a la vida común del
cristiano son múltiples y variados. No se pueden reducir a un solo tipo, ni a
una solo función. Ellos son siempre una respuesta a las necesidades de la
Iglesia, que por ser viva, requiera la variedad en todos sus aspectos.
14.
Hay carismas de predicación: apóstol, profeta,
doctor, evangelista, consejero: de asistencia: diáconos, dar limosna, visitar
enfermos y viudas, servir al prójimo en sus necesidades; de dirección: los
obispos, presbíteros, etc. Incluso la enfermedad asumida en la fe y el amor,
puede ser un carisma. Toda vocación en la Iglesia tiene un carácter carismático
en la vida del cuerpo total. Todo cristiano recibe de Dios su gracia particular
y su participación en el carisma de la Iglesia.
15.
Podemos agregar que carisma es un “llamamiento”
de Dios dirigido a cada persona para que realice un determinado servicio en la
comunidad y en cuanto “misión” de Dios la capacita al mismo tiempo para
llevarlo a efecto. Siendo dones de Dios en el Espíritu para servicio común,
cada persona debe poner los medios para desarrollar su propio carisma. No se
trata de caprichos ni de uniformidad, sino de un “Orden nuevo de libertad”.
Donde está el Espíritu del Señor, ahí está la libertad[9].
16.
El verdadero carisma en el sentido que le da San
Pablo, nace del Espíritu y conserva siempre una íntima relación con El. No es
reductible a una simple cualidad humana de la persona que lo ha recibido. Es
cierto que el carisma enriquece a quien es favorecido por Dios y lo prepara y
capacita para desempeñar una misión particular, pero su condición de carisma se
mantiene en relación y dependencia directa del Espíritu Santo.
17.
Según la 1ª carta Cor 13,1-13, todos los
carismas se integran y mantienen su unidad en la caridad; desvinculados de
ella, pierden su verdadera significación y contenido.
Magisterio Eclesial
18.
El Concilio Vaticano II asume el sentido Paulino
del término carisma y con el Apóstol lo aplica a realidades salvíficas
diferentes.
Según la Constitución LUMEN
GENTIUM, el carisma es una gracia especial con la cual el Espíritu Santo
hace a los fieles “aptos y prontos” para asumir obras y funciones diversas,
útiles a la renovación y mayor expansión de la Iglesia[10].
La Constitución se refiere a funciones y cualidades que entran dentro de las
manifestaciones normales de la fe cristiana. El Magisterio eclesial reconoce a
estos dones un significado general en cuanto a edificación de la Iglesia.
19.
Lo característico de los carismas es que pueden
pertenecer a todos sin distinción de clases. Se reconoce la libertad del
Espíritu en la distribución de sus dones
20.
La Iglesia instituida por Cristo como comunidad
de vida, caridad y verdad, está puesta por Él como instrumento de redención
para todos, como la luz del mundo y la sal de la tierra. Los dones del Espíritu
Santo sirven para manifestar este misterio. Ellos son por eso, un servicio a la
humanidad y manifiestan ese profetismo de la Iglesia, colaborando en la
realización del plan de la salvación de Dios. Cada servicio de ayuda necesita
de ciertas personas dotadas por el Espíritu de un don especial para colaborar
en la construcción del mundo.
21.
Los carismas son esenciales para la Iglesia y
son dados al pueblo de Dios como a un todo, a cada uno según su capacidad y
vocación para ponerlos al servicio de la salvación de todos. “El Espíritu Santo
guía a la Iglesia, la unifica en comunión y ministerios, la provee y gobierna
con diversos dones jerárquicos y carismáticos
y la embellece con sus frutos”[11].
“La Iglesia es enriquecida con los dones de Cristo, su
Fundador y observando con fidelidad los preceptos de la caridad, humildad y
abnegación, recibe la misión de anunciar el Reino de Dios e instaurarlo en
todos los pueblos”[12]
22.
Expresa la LUMEN GENTIUM que, “los carismas
tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos deben ser recibidos
con gratitud y consuelo porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de
la Iglesia”[13].
23.
El Decreto AD GENTES dice: “el Espíritu Santo
unifica en la comunión y en ministerio y provee de diversos dones jerárquicos y
carismáticos a toda la Iglesia a través de todos los tiempos, vivificando a la
manera del alma, las instituciones eclesiásticas e infundiendo en el corazón de
los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo[14].
24.
El Magisterio eclesial al hablar de los dones
recibidos de Dios que han de ser para la edificación de la Iglesia misma,
exhorta a los Pastores a cumplir con su deber de juzgar la naturaleza de dichos
dones: “cada creyente tiene el derecho y el deber de ejercitar los dones
recibidos para bien de la humanidad y edificación de la Iglesia, en el seno de
la propia Iglesia y en medio del mundo, con la libertad del Espíritu Santo que
“sopla donde quiere”, y en unión al mismo tiempo con las hermanos en Cristo, y
sobre todo con sus pastores, a quienes toca juzgar la genuina naturaleza de
tales carismas y su ordenado ejercicio con el fin de no sofocar el Espíritu,
sino examinarlo todo y retener lo que es bueno”[15].
Notas esenciales del
carisma auténtico
25.
Todo verdadero carisma tiene unas notas
esenciales que lo definen y comprueban como auténtico, es decir, como don, que
procede del Espíritu Santo y permanece en comunicación El. Estas son:
—
espontaneidad creadora,
—
vigor y fortaleza,
—
audacia en las iniciativas
—
constancia en las pruebas,
—
eficacia y perseverancia en el servicio de la
comunidad,
—
docilidad activa al Espíritu Santo en sumisión a
la autoridad de la Iglesia, aún en los momentos más difíciles y de incómoda
tensión,
—
cierta novedad y entusiasmo,
Estructura Interna del
carisma
26.
En todo carisma se constatan algunos elementos o
pasos fundamentales, entre los cuales anotamos:
—
una experiencia religiosa,
—
una experiencia histórica,
—
una dinámica de llamada y respuesta,
—
estructuración concreta del carisma.
27.
En cuanto a la experiencia religiosa: se ha de
buscar como fuente primera del carisma el encuentro religioso de la persona o
grupo con Dios. El será siempre el horizonte último de toda realidad y de toda
experiencia; se puede afirmar que toda la persona está polarizada hacia Dios.
En esta experiencia religiosa hay una valoración trascendente de la existencia y una valoración nueva del hombre.
28.
En la experiencia religiosa, en efecto, se tiene
una valoración trascendente de la existencia; el Dios que salva la historia
está por encima de la pequeñez del hombre; lo final está por encima de lo
superficial y momentáneo. Y juntamente
con esta valoración trascendente, hay también una valoración nueva del hombre ya que en Cristo,
el hombre ha entrado en la esfera de Dios y la Experiencia religiosa cambia
toda la visión reducida. El cristiano sabe que Dios se ha hecho asequible al
hombre, se ha hecho carne con nosotros, se ha hecho visible en Jesús y todos
los hombres que van a entrar en comunidad con Él.
29.
También en esta experiencia religiosa hay un
sentido profundo de Iglesia. De esta
Iglesia viva como Cuerpo de Cristo, que vive y se extiende mucho más allá de lo
meramente institucional. Iglesia que es signo o como dice el Vaticano II
“sacramento de salvación”, y cuya razón de ser es el amor del Padre en Cristo a
todos los hombres. Se considera la Iglesia como comunidad que camina; comunidad
formada por un pueblo que ha sido escogido por Dios y con quien ha sellado una
alianza.
30.
Hay en esta experiencia religiosa una apertura
permanente al Espíritu. Es un proceso de liberación de la propia pequeñez, del
pecado, de todo aquello que va siendo obstáculo para esa pertenencia a Dios. Es
una libertad que, por la acción del Espíritu, se abre a la verdad de Cristo, a
la realidad de los hombres y al desarrollo y desempeño de un mundo en el que
vivimos y sobre el cual tenemos una responsabilidad.
31.
Esta libertad es la superación de todos los
límites personales, de los prejuicios, de las ataduras sociales, de las
marginaciones, de la cerrazón a la verdad, a la belleza, al amor. En esta
experiencia hay una intuición profunda, dinámica, espiritual y humana de un
misterio pascual de muerte y resurrección. Es así como el cristiano vive la
dinámica bautismal de la muerte a sí mismo, la muerte del hombre viejo, para
participar en una vida nueva; vive la permanente necesidad de un “nuevo
nacimiento” para entrar en el Reino.
32.
En cuanto a la experiencia histórica, ésta
consiste en constatar que vivimos un momento específico de la historia dentro
de una comunidad humana muy concreta; que vivimos un momento determinado en el
cual nace y germina el carisma y donde nos encontramos llamados a servir. Esta experiencia
histórica nos sitúa en una sociedad donde hay problemas, dolores y esperanzas;
una sociedad que busca el cambio y la renovación. Es una sociedad que anhela,
sueña y también lucha. En esa sociedad se debate el hombre que se experimenta
como dividido entre sí, ante unos bienes materiales que le atraen y le
absorben, a merced de una sociedad avasalladora y de un materialismo enervante,
pero al mismo tiempo es un hombre que cree en la vida y que por medios
diversos, a veces equivocados, lucha por encontrar a Dios.
33.
Las dos experiencias religiosa e histórica serán siempre una experiencia personal y por
consiguiente el individuo es quien tiene que discernir ante los hechos y el
deberá tomar las decisiones. Estas experiencias van unidas y producen tensión
en nosotros; ambas son necesarias, y contribuyen a definir la orientación de la
vida con una visión de esperanza.
La
experiencia religiosa nos mantiene “alertas al paso de Dios, a la novedad de la
vida que viene de Él; nos conserva y da fortaleza en los momentos difíciles de
cada día; nos da la esperanza para no desfallecer en la ardua tarea de todos
los momentos y nos enseña cómo lograr la unión con Cristo, en el Espíritu,
camino hacia el Padre”[17].
La
experiencia histórica nos hace vivir y participar en las diferentes situaciones
de nuestros hermanos los hombres, compartir sus alegrías, sentir el dolor de la
injusticia, del pecado, del hambre, de la marginación. Este experimentar el
dolor y la situación de los demás pondrá en tela de Juicio nuestra experiencia
religiosa y le dará más solidez, consistencia y autenticidad.
Dinámica de llamada y
respuesta
34.
A la luz de las dos experiencias mencionadas se
comprende mejor el sentido de la respuesta
carismática, que la persona movida por Dios intenta dar a situación
interpelante. Viene a ser el punto de partida de tantas obras apostólicas que
han surgido a través de los siglos. “Grupos de hombres y mujeres que quieren
hacer puente entre el Reino de Dios y la historia todavía alienada de los
hombres”[18].
Es el colaborar de una manera concreta en el Plan de Dios en la instauración de
su Reino. Es la respuesta que se da, en la historia, a la llamada de Dios, con
repercusión de eternidad.
35.
El cristiano “carismático”, llamado por la
Palabra y la experiencia de Dios, se compromete en cuerpo y vida a realizar en
el mundo, lo que ha intuido en el interior de su corazón y que no puede dejar
sin respuesta. Él ha comprendido con claridad que es la voluntad de Dios
colaborar de una manera concreta en transformación de la sociedad.
36.
El compromiso de colaborar en la salvación del
mundo de una manera particular puede ser personal o comunitario. Pueden ser
grupos de personas que quieren seguir a Cristo y colaborar en la extensión del
Reino en una sociedad concreta, empleando diversos medios, en servicio de los
que sufren y dando testimonio de una vida que se propone llevar a todos el
mensaje de amor universal del Padre a los hombres.
Desarrollo del carisma
37.
La realización
de un carisma ha de ser de manera concreta, práctica y operativa a las
necesidades urgentes que han provocado la respuesta de que se trata. Se debe
tener en la realización un sentido práctico y conocer muy bien las condiciones
sociales y psicológicas del ambiente. Es indispensable el recurso a Dios y la
docilidad constante al Espíritu y acompañar esto con un realismo del momento y
un análisis de las circunstancias ambientales. Cada carisma tiene su ambiente,
su cultura y sus condiciones propias.
38.
La forma concreta de realizar un carisma se da
en el tiempo determinado en que se vive, con personas concretas que lo elaboren
dentro de una cultura constituida, con una mentalidad apropiada y un conjunto
de circunstancias y experiencias varias; todo esto en base a un profundo discernimiento.
39.
La respuesta al carisma es un proceso que nunca
termina, el punto de partida es el encuentro con Dios que define este proceso
como “conversión continua”; el contexto es el momento histórico que exige un
“análisis permanente” de la realidad; y la dinámica es una respuesta concreta y
adaptada a cada situación, la cual no puede ser realmente significativa sin una
“evaluación también permanente” de la vida y de los servicios apostólicos que
se prestan.
Carisma y vida religiosa
40. Teniendo
en cuenta el significado que recibe la palabra “carisma” en los textos paulinos
que se refieren a gracias recibidas por los diferentes miembros del pueblo de
Dios, vemos una gran coincidencia entre este sentido neotestamentario y el que
le ha dado el Magisterio de la Iglesia al hablar de los varios carisma que
caracterizan a la vida religiosa.
41.
Las formas diversas de interpretar y vivir los
Consejos Evangélicos aprobados por la Iglesia no han surgido del capricho o de
la voluntad de los hombres, sino por “inspiración del Espíritu Santo, por el
designio divino”[19].
“El carisma de la vida religiosa, lejos de ser un impulso nacido de la carne y
de la sangre, es el fruto del Espíritu que actúa siempre en la Iglesia”[20].
42.
Pentecostés que fue el comienzo y puesta en
marcha de la Iglesia, fue un acontecimiento carismático. Y el surgir en la
Iglesia de la vida religiosa, en sus diversos estilos, es también un hecho
carismático. Es fruto de un designio divino[21].
43.
El Espíritu Santo es el inspirador de la vida
religiosa suscitando en la Iglesia y para la Iglesia ese estilo de vida y para
eso se sirve de los Fundadores a quienes les hace vivir una experiencia humana
y sobrenatural y les comunica el espíritu profético de Cristo, haciéndoles
comprender una determinada necesidad apostólica y la manera más apropiada de
realizarla.
44.
En todo caso se trata de dones concedidos para
el bien de toda la Iglesia y que determinan la situación existencial de un
religioso o de un grupo de personas en el Cuerpo de Cristo. Por eso es
importante conocer cómo los Fundadores descubren su vocación, es decir, toman
conciencia del carisma que les ha sido concedido.
EL FUNDADOR
45.
Casi todas las familias religiosas comienzan su
historia con el llamamiento de un cristiano o cristiana que luego se convierte
en vocación de un grupo. Cada Instituto religioso supone una intervención
particular del Espíritu en beneficio de la Iglesia entera. Para poner en marcha
una nueva forma de vida consagrada, el Espíritu Santo se sirve de un Fundador.
Acción Divina
46.
Cada Fundador tiene una experiencia diferente.
La Historia de la vida religiosa abunda en descripciones sobre los diversos
medios con que cada uno de ellos descubrió su propia vocación y llegó a
concretizar la forma de vida, estructuración y servicio apostólico de su
Institución. Muy diferentes la vocación de un San Benito, San Bernardo, San
Agustín Francisco de Asís, Beato Pedro de San José Betancur, por sólo citar
algunos.
47.
En ciertos casos los santos descubrieron su
vocación en una experiencia personal de Dios extraordinaria; visión, locución e
iluminación especial de la mente. Otros, descubrieron su vocación apostólica,
mediante luces y mociones especiales recibidas en la lectura y meditación de la
Sagrada Escritura o ante sucesos extraordinarios, o también en las mismas
experiencia de la vida familia, o por insinuación y consejo de un amigo, etc.
48.
Todos los Fundadores han atribuido a Dios la
obra realizada por ellos. Sea de un modo y otro, lo cierto es que toman
conciencia de ser llamados por Dios para organizar o estimular un nuevo grupo
de cristianos o religiosos en la Iglesia. Esa luz se produce ordinariamente en
la reflexión y diálogo profundo y continuo con Dios. Ese influjo de gracias
ordinarias del Espíritu atrae con luz divina su atención hacia determinadas
necesidades de la Iglesia, mientras que un impulso interior mueve sus
voluntades a ofrecerse como instrumentos del querer de Dios[22].
49.
No siempre es fácil que un Fundador descubra su
propia vocación a un modo de vida peculiar y a un misterio en la Iglesia, y que
ello implique ser voluntad de Dios la fundación de un Instituto o familia
religiosa. Entre una cosa y otra puede darse un cierto tiempo, aún años. La
Historia muestra que los Fundadores ordinariamente recorrieron un proceso largo
antes de decidirse a fundar sus familias religiosas y a definir los elementos
característicos de ella. Algunos han muerto sin haber visto cristalizada su
obra.
Misión profética del Fundador
50.
Los Sumos Pontífices al hablar de la inspiración
de los Fundadores los comparan de alguna manera con los Profetas. En la
Constitución LUMEN GENTIUM, 12, se describe la función de la Iglesia ante los
carismas de espíritu profético: “discernirlos, juzgando su autenticidad y
formulando reglas para su uso apropiado”.
51.
Además de la “inspiración”, rasgo que tienen los
Fundadores en común con los Profetas, S.S Pablo VI, sugiere que recibieron una
“misión” particular de Dios. Y la “misión” es también un rasgo propio del
Profeta. Hemos de recordar, que no se trata de alguien que hace ´profecías´ es
decir, que anuncia sucesos futuros. Profeta no es quien predice, sino es quien habla
en nombre de Dios transmitiendo un mensaje a su pueblo[23].
52.
Los Profetas ejercen una mediación humana a la
intervención de Dios en la Historia. Su mensaje está destinado a iluminar y
modificar el curso de aquella, y se supone para esto un conocimiento, desde el
presente, del sentido profundo de la misma.
En no pocos casos los
profetas tratan de confrontar la situación presente constatando las
deficiencias con la bondad, pureza y santidad de los orígenes y predicando una
vuelta a la vida de los primero tiempos. Así lo hicieron los Profetas del
Antiguo Testamento.
53.
El Profeta es quien efectivamente sabe leer en
la trama de los acontecimientos los designios de Dios, el que sabe interpretar
el sentido religioso de los hechos. Está atento a todo el acontecer de la vida política
y nacional, internacional, social y religiosa. Posee una capacidad de lectura,
esa visión de los acontecimientos inscritos en el Plan de Dios.
54.
El Profeta al mismo tiempo está vuelto al
pasado, está orientado hacia el futuro. Así el Fundador lee y juzga, basándose
en una visión escatológica que anticipa, aquilata el sentido de las cosas, su
valor, los medios de acción, de acuerdo con las realidades últimas y
permanentes.
55.
El Profeta reacciona frente a las interpretaciones
acomodaticias. Del mismo modo el Fundador tiene que ir contra corriente y ser
signo de contradicción. Denuncia con su propia vida y su acción, atrayéndose a
veces el odio, la persecución de quienes se sienten amenazados con su manera
cómoda de vivir el Evangelio.
56.
Dios suscita los Fundadores como una respuesta a
ciertos problemas que afectan a la Iglesia en un momento especial. De esto se
colige que la inspiración de ellos puede tener dos objetivos inmediatos:
—
ya situación histórica de la Iglesia y sus
necesidades en el momento,
—
y la necesidad de volver al Evangelio y la
manera de hacerlo.
57.
Casi siempre lo que la Iglesia necesita en modo
particular es una renovación de vida. Los Fundadores descubrieron una necesidad
particular y decidieron ponerle remedio. Esa es la razón por la cual aparece en
los Institutos el ministerio de sus Fundadores y de sus primeros compañeros.
58.
Muchas congregaciones femeninas comenzaron como
asociación piados, dedicadas a ciertas actividades caritativas como colaboración
a otra ya existente. La regla de vida, la espiritualidad, las estructuras, la
formación de los nuevos miembros, se desarrollaron gradualmente alrededor del
eje original del ministerio.
Dones concedidos a los Fundadores
59.
Las gracias o dones concedidos a los Fundadores
pueden ser de diversos géneros:
—
gracias místicas dirigidas directamente a
descubrir su vocación personal de la que había de nacer el Instituto;
—
gracias que los iluminan y mueven para que
funden alguna Orden o Congregación;
—
otros favores que le son otorgados para su
crecimiento espiritual.
Pero
todos estos dones están ordenados a su fecundidad espiritual en la Iglesia.
Dios les da una profunda experiencia de sí mismo para que otros puedan
aprovecharse. Autor de estas gracias es el Espíritu Santo, que así va
construyendo la comunidad cristiana con los dones otorgados a cada uno de sus
miembros.
60.
Los Fundadores ejercen un papel activo en la
transmisión del don recibido a sus familias religiosas. Ante todo oran mucho
por sus Institutos y ofrecen sus vidas y sufrimientos por la supervivencia de
los mismos. Las vidas de todos ellos, sus cartas, exhortaciones y demás
escritos señalan hasta qué punto sus obras estaban presentes en sus relaciones
con Dios.
61.
Todos los Fundadores han tenido un don especial
de persuasión. Siendo personalidades extraordinarias en cierto modo han sabido
llegar a sus seguidores de manera convincente más que con palabras, con el
testimonio de sus vidas.
Sufrimiento de los Fundadores
62.
La mayoría de los Fundadores estuvieron
sometidos a pruebas de todo género. Muchos tuvieron dificultades iniciales en
su vocación, otros al definir los rasgos del espíritu que habría de animar sus
obras, y la mayor parte tuvieron que soportar la dura oposición, a veces entre
sus mismo compañeros o discípulos. La oposición suscitada entre los suyos, les
traía momentos de angustia, temores y no pocas veces desalientos. Tuvieron que
reflexionar y pedir consejo en muchas ocasiones y ante todo orar
insistentemente.
63.
Casi todos los comienzos de una Congregación han
tenido que afrontar dificultades dentro del grupo inicial y aún con las
autoridades eclesiásticas; llegando en varios casos a sufrir la incomprensión
de la misma Jerarquía, a veces hasta el extremo de ser quitados de sus cargos y
excluidos de la propia Congregación. Estas situaciones han sido para los
Fundadores una forma de purificación en la que Dios probaba su amor y
fidelidad, acrecentando en ellos su amor e interés por su familia espiritual.
El sufrimiento fue siempre motivo para confiar más en Dios, crecer en el amor y
continuar la obra iniciada únicamente por la gloria de Dios y la extensión de
su Reino[24].
Personalidad del Fundador
64.
Los Fundadores, en la forma de vivir la vocación
que tienen en común con sus seguidores, actuaron como individuos concretos. La
gracia divina se da siempre a una persona real, dotada de temperamento y
cualidades, con defectos y limitaciones, pero también formada a través de una
serie de experiencias, y condicionada por el ambiente que vivió. Además del
carácter y temperamento propio, el tiempo y la sociedad tienen un influjo
profundo en la experiencia religiosa de los mismos.
El Fundador como individuo
65.
Los Fundadores tienen derecho, como lo tiene
cada uno de sus hijos, a ser ellos mismos, y no sólo origen de su grupo. Y este
ser uno mismo, no pertenece al carisma comunitario. Tienen su propio
temperamento: algunos son más discursivos, otros más intuitivos, algunos
metódicos, otros más emotivos. También tienen sus opiniones, tanto en materias
filosóficas, teológicas como políticas.
66.
En sus relaciones con Dios, los Fundadores han
sido diferentes unos de otros. Han tenido inclinación a diversos modos de
oración, siendo hombres y mujeres de su tiempo les podrán gustar devociones y
prácticas piadosas caídas en desuso hoy. Algunos gozaron de gracias
extraordinarias: revelaciones, profecías, don de la bilocación y otros
milagros, todo esto es personal[25].
El Fundador y su relación con Cristo
67. Cristo centro de su vida:
El
Espíritu Santo, al hacerse presente en la vida de los Fundadores, los consagra a Cristo, haciéndoles penetrar
hondamente en el Misterio de su vida y de su Palabra. Esa experiencia de
intimidad con El, les lleva a identificarse con sus actitudes de vida. Pero
antes de expresar un aspecto particular del Misterio de Cristo, son llevados a
una experiencia total de intimidad con El.
68.
El anhelo de los Fundadores es vivir el
Evangelio en toda su integridad; su propósito es poder seguir la doctrina del
Señor, imitando su vida y sirviéndole con amor. En todo su actuar no tienen
otra mira que agradar a Dios y trabajar por su Reino.
69.
Todos los Fundadores, fascinados con la persona
de Cristo, conocido profundamente en la oración contemplativa y meditación de
su Palabra, han intentado identificarse con El. No fueron llamados solamente
para practicar virtudes, pobreza, obediencia, misericordia o a desarrollar
alguna actividad como la predicación, la enseñanza, cuidado de enfermos, etc.
Aunque todo esto forma parte de su actividad apostólica y de su fundación como
algo esencial y fundamental. Son llamados a seguir a una persona. Cristo, es el único objeto de su vida y la finalidad de su
obra apostólica[26].
Configuración con Cristo en uno de sus Misterios.
70.
El seguimiento de Cristo y su identificación con
El, se realiza en los Fundadores por modos diversos. Existe un seguimiento
común para todos, mediante la vivencia de los mismos consejos evangélicos, pero
en cada Fundador, esta vivencia tiene matices diferentes; ellos siguen a Cristo
en su totalidad, pero cada uno le contempla en su dimensión particular de su
Misterio.
Esta
es la razón porque cada familia religiosa tiene sus rasgos originales y una
identidad específica que las diferencia de las demás, ya que cada una tiene un
espíritu y “don propio”, de acuerdo a la inspiración y la dimensión del
Misterio de Cristo, que su Fundador intentó vivir. De ahí también surgen las
obras apostólicas a favor de la Evangelización, tales como atender a niñez
desamparada, el cuidado de los enfermos, la educación y tantas otras que se
organizan desarrollándolas y expresando en ellas las actitudes específicas del
Misterio contemplado.
Imitación particular de Cristo
71.
La identidad
de una Congregación está ligada a una visión
particular del Misterio de Cristo, el Espíritu Santo ilumina al Fundador y
proyecta una luz particular sobre un aspecto del Misterio de Cristo, que él
está llamado a revivir.
La
historia de la vida religiosa constara esta identidad diversa de los
Fundadores; San Francisco de Asís, siguió a Cristo en el misterio de su pobreza
y humildad; San Ignacio de Loyola, en el misterio de su obediencia a la misión
que el Padre le confió; San Pablo de la Cruz a Cristo en el misterio de su
Pasión y Muerte; el Beato Pedro de San José Betancur en el anonadamiento del Verbo
en el Misterio de Belén. Todos expresaron un aspecto particular del Misterio
del Señor.
72.
La contemplación
de Cristo en uno de sus Misterios,
adquiere una resonancia tan particular en el Fundador, que se convierte en
fuente de inspiración para la obra que
está llamado a crear, encontrando en ella, una forma expresiva, concreta y
actual. Ese Misterio le obsesiona, por así decirlo, lo entusiasma de tal modo,
que en todo su actuar no busca otra cosa que asumir en cuanto sea posible las
actitudes de vida de Cristo, propias del Misterio, bien sea la pobreza, la
humildad, la obediencia, el servicio caritativo o varias de ellas al mismo
tiempo, empeñándose en que ese espíritu dinamice la vida de toda su familia
religiosa.
73.
El propósito del Fundador es seguir fielmente a
Cristo, de la adhesión total a su persona, y de revivir el Evangelio, lo
traduce al acentuar determinados momentos de la vida de Cristo. No es su
intención fraccionar el Misterio, sino expresar una dedicación especial a
aquello que más impresiona su vida, como un camino más concreto para llegar al
Cristo total.
En
la configuración con Cristo, adquiere mayor intensidad un aspecto de su vida, y
con él alimenta preferentemente a su familia religiosa y lo lleva a querer
realizar obras concretas con las cuales intenta remediar en parte las
necesidades de los hombre, en el momento histórico que vive[27]
Dimensiones del Carisma del Fundador
74.
En la vida de todo Fundador, el Espíritu Santo
se hace presente para:
—
Llevarlo a Cristo.
—
Para reproducir en él sus rasgos,
—
Y para hacer de él un consagrado.
75.
El Espíritu Santo, enviado a lo largo de la
historia de los Fundadores, para realizar en ellos una conformación más
profunda con Cristo, so en el plano ontológico realizada ya en el Bautismo,
sino como continuación de aquella en el plano del seguimiento. Esta intención de “seguir a Cristo con mayor libertad
e imitarlo más de cerca” por medio de la práctica de los consejos evangélicos,
no nace de un propósito humano puramente natural, sino como fruto típico del
“impulso del Espíritu Santo”[28].
76.
La fuerza del Espíritu Santo, que aparece en
cada Fundador, va dirigida a reproducir más fielmente en él la misma vida de
Cristo, conformándolo con un aspecto de su Misterio, de su misión. De hecho, el
Misterio de Cristo es inagotable, insondable[29];
sus riquezas son inescrutables y su amor rebasa todo conocimiento[30].
Pero nadie podrá reproducir en sí plenamente los rasgos de Cristo, puesto que
son los rasgos del Verbo de Dios, divinidad infinita[31],
en el cual habita corporalmente la plenitud de la divinidad. Si bien es cierto
que el carisma del Fundador se da para conformar un aspecto particular del
Misterio del Señor, esta conformación comprende el Cristo total.
77.
El Espíritu Santo concede a cada Fundador la
capacidad de comprender el Misterio de Cristo, mostrándole con viva intensidad
su significado profundo, la mayoría de las veces, sin que haya en ellos
preparación científica e intelectual adecuada. Se convierte para ellos en
intérprete y exégeta de Cristo, revelándose también como servidor de Cristo y
de su Palabra.
78.
Los Fundadores forman parte de aquel grupo de
personas que contribuyen a la comprensión cada vez mayor del Evangelio gracias
a la experiencia otorgada de una
inteligencia más profunda de las cosas espirituales, que le comunica el
Espíritu Santo.
Carisma comunitario
79.
El carisma comunitario es en su esencia aquella
vocación común a todo el Instituto que primero descubrió para sí mismo el
Fundador. Es decir, el carisma de una familia religiosa que coincide con el
objeto de la inspiración que fue concedido a quien le dio el ser en la Iglesia.
80.
El carisma y la vocación son siempre dados por
el Espíritu Santo directamente a una persona. Es el Señor Resucitado a través
de las mociones y luces de su Espíritu, quien distribuye carismas y llama a
estados de vida a distintos ministerios. El Vaticano II dice que le corresponde
a la Jerarquía discernirlos y regular su ejercicio: discernir no es conferir.
Es
importante saber cuáles son los aspectos del carisma del Fundador que pasan a
sus familias y que deben ser considerados como elementos del carisma comunitario.
Elementos de la personalidad del Fundador que se convierten en carisma
de grupo.
81.
Estos elementos son aquellos que una familia
religiosa tiene en común con quien le dio la existencia. Se consideran los
siguientes:
—
Vocación o llamamiento a un tipo de existencia
cristiana consagrada al servicio divino a través del celibato y la vida
fraterna.
—
Espiritualidad enraizada en los elementos
comunes de la vida religiosa y en la forma concreta de vida.
—
Misión apostólica realizada según la
espiritualidad propia.
—
Particular experiencia del Misterio de Cristo a
partir del cual se ha desarrollado una doctrina espiritual y un modo de vivir
la vida del Espíritu. Aspectos de la vida de Cristo que atraían más su
atención, modo de vivir la comunión eclesial. Etc.[32]
82.
Los primeros seguidores se reúnen con el
Fundador porque participan en su llamamiento personal; esto implica
determinadas gracias que disponen a realizar una misión de la Iglesia. Más
tarde, cuando el grupo comienza a establecerse o institucionalizarse, el
carisma es descrito o expresado en las Constituciones o Estatutos. El Fundador
es el primero en recibir la vocación, y los primeros seguidores oyen también la
llamada, bien sea propuesta por él, o al verla realizada en él.
Aspectos del carisma del Fundador que no pasan al Instituto
83. Aspectos:
—
Los
sufrimientos: El llamamiento a sufrir es ordinariamente una vocación
personal, no comunitaria. No se funda un Instituto para sufrir más en la
Iglesia. Las pruebas las reparte directamente el Señor a quien le place. Pero
sí puede ser parte de la vocación de un grupo, el espíritu de oblación y reparación,
o una comunión particular con la Pasión de Cristo. En este caso, los
sufrimientos del Fundador tienen un valor de testimonio.
—
Ni el
grado de santidad alcanzado se transmite: La comunión con Cristo y las
gracias relacionadas con El son algo directamente personal y por lo tanto
intransferible. Esa santidad ha sido fuente de gracias para todo el grupo;
también es fuente permanente de inspiración para las generaciones venideras.
—
Tampoco se
transmite el carisma de Doctor: con que fueron enriquecidos no pocos
Fundadores. Sin embargo, algunos de ellos han creado una escuela de
espiritualidad que en cuanto a formación doctrinal, no pertenece al carisma,
pero se halla vinculado a éste y por lo mismo le pertenece a la tradición del
Instituto.
84.
No están obligados los religiosos a seguir a la
letra las opiniones del Fundador. La escuela es una tradición viva, que se
completa, se enriquece, se interpreta.
Pero
los Fundadores tienen un modo especial de ver la vida religiosa, relacionada
con los fines asignados por ellos a sus Institutos, Esta visión del fundador es
ciertamente reflejo y proyección de su carisma.
Patrimonio espiritual de un Instituto Religioso
85.
Toda familia religiosa posee un legado o
patrimonio espiritual que ha recibido como herencia de su Fundador y que se va
acrecentando a través de los años de existencia.
Ese
patrimonio lo integran:
—
El carisma fundacional,
—
La tradición comunitaria de dicho carisma
fundacional,
Carisma fundacional o Espíritu del Fundador
86.
Hemos dicho que el carisma es el efecto de una
donación gratuita, es decir, el don de la gracia otorgado a una persona. Es un
don de Dios que enriquece a alguien y lo capacita para el cumplimiento de una
misión.
El
fundador como tal, recibe una gracia especial mediante la cual constituye un
Instituto dentro de la Iglesia. Es él, quien dirigido por el Espíritu Santo,
determina la naturaleza de la Institución, su manera de vivir, y la misión
apostólica que debe desempeñar de acuerdo a las necesidades concretas de la
Iglesia y el mundo. Esto supone por parte del Fundador una conciencia del don
sobrenatural recibido.
87.
Cada Fundador tiene un modo particular de
asimilar y de vivir los elementos constitutivos de toda vida cristiana y
evangélica. En su deseo de responder a Dios, se siente impulsado a reproducir
en su propia vida algunos rasgos de la vida de Cristo. De esto nace un estilo de vida y un comportamiento ante
Dios, ante los hombres y ante las cosas, lo que pidiéramos llamar
“espiritualidad”[34]
La tradición o vivencia comunitaria del Carisma
88.
Tener vocación como miembro de un Instituto,
implica haber recibido el mismo don-carisma que los demás miembros de ella,
para vivirlo con los demás en comunidad. El carisma en cuanto vivido
comunitariamente se llama Tradición.
Es la misma experiencia del Fundador revivida, custodiada, profundizada y
desarrollada por la comunidad.
89.
Una Congregación religiosa, dice un autor, es
“el desarrollo armónico de un carisma, es decir, de una experiencia y de un
modo de vivir la fe en Jesucristo; redescubriendo la experiencia del Fundador,
su manera de releer el Evangelio y configurarse con Cristo en una dimensión de
su vida y así mismo la respuesta que el Fundador intentó dar a una determinada
necesidad de la Iglesia y de la sociedad de su tiempo[35].
Espiritualidad
90.
Es un conjunto de rasgos o actitudes de vida que
le dan fisonomía propia a un Instituto dentro de la Iglesia. Toda
espiritualidad crea un estilo particular de santificación, de apostolado, que
va creando una tradición, cuyos elementos objetivos pueden ser fácilmente
conocidos[36].
91.
Toda espiritualidad se define en referencia
explícita a Cristo y en dependencia activa del Espíritu Santo. Es una forma o
manera de “configuración real con la persona de Jesucristo obrada por el
Espíritu”. El carisma-espíritu debe informar y matizar todos y cada uno de los
elementos comunes del patrimonio general de la vida religiosa[37].
Tradiciones
92.
Son las realizaciones concretas, permanentes o
mudables que expresan una forma válida, aspectos generales esenciales del
carisma vivido comunitariamente. Deben cumplir tres condiciones:
Ser:
—
Sanas
si conservan su vigor para fecundar la vida del Instituto, si ayudan
positivamente. El criterio para determinarlas no es su antigüedad, sino su
vitalidad y positiva eficacia actual.
—
Universales,
si afectan realmente a toda la Congregación; si tienen vigencia no a nivel de legislación,
sino de vida en la Congregación entera. Si es sana pero responde solamente a
una región o uso local no pertenece al Patrimonio espiritual del Instituto, ni
puede ser recogida en las Constituciones[38].
—
Permanentes,
“no son mudables al paso del tiempo”[39].
Deben tener una vinculación al carisma y expresar un aspecto esencial del
mismo; no pueden desaparecer sin que el carisma sufra un deterioro o pierda
algo importante en su contenido o en su expresión[40].
Desarrollo y trasmisión del carisma
93.
Comprender el carisma del Fundador, es penetrar
la dinámica interna de su diálogo con Dios en su momento histórico; es comprometerse con esa dinámica de
inspiración y decisión; es entender el mundo en que vivimos y del cual formamos
parte, desde una visión vocacional cristiana, como algo que necesita
“conversión”.
94.
Hay “necesidad de un continuo interiorizar” la
experiencia religiosa del carisma. El religioso necesita una vuelta continua a
su interior para encontrar allí la Palabra de Dios que llama. Es decir, hay una
exigencia de vivir en “estado de conversión”, en estado de éxodo, de pascua, de
superación continua de los propios esquemas para encontrar a Dios en todas las
circunstancias de la vida. Oración, lectura y meditación de la Palabra divina,
apertura a Dios en la vida diaria, comunicación espiritual en un proceso de
liberación permanente.
MISION DEL FUNDADOR
95.
Los Fundadores son conscientes del gran don que
Dios les hace y exaltan su riqueza y gratuidad en oposición a su propia
pobreza, bajeza e indignidad. Es el mismo Espíritu, quien con gracias
especiales los “hace prontos y aptos para ejercer un cometido[41],
es El quien promueve en ellos la capacidad y disponibilidad para realizar una
determinada obra necesaria en la Iglesia, para lo cual los Fundadores se
consideran como “instrumentos” en las manos de Dios.
96.
Dios por medio de los Fundadores, quiere
establecer en la Iglesia una nueva forma
de seguimiento de Cristo; reavivar determinadas dimensiones evangélicas y
atender especiales necesidades. Lo que el Espíritu obra en el Fundador es la
comunicación de “un carisma” mediante el cual puede dar vida a una Institución
que colabore en el Plan de Dios. Pero siempre es Dios quien toma la iniciativa.
97.
Dios va formando poco a poco al Fundador
haciéndole sensible a determinadas situaciones sociales y señalándole por
medios diversos los caminos que debe elegir para responder a la misión que le
confía. Las circunstancias y la organización que se va dando son maneras en las
que se manifiesta la intervención de Dios que se vale en muchas ocasiones de
elementos humanos que contribuyan a la realización de la obra.
98.
Generalmente la fundación de una familia
religiosa, se realiza después de que Fundador ha sido preparado a través de la
prueba, de la angustia, de la incertidumbre y de haber avanzado en la relación
de unión con Dios y particularmente en el ejercicio de la caridad. Supone un
trabajo de disponibilidad y docilidad.
99.
El Fundador hace suya la misión que se le
confía. Tiene necesidad de vivir él mismo esta misión, antes de comunicarla. Es
portavoz de algo intrínseco en él. Es el primero en comprender el camino que
quiere inaugurar. Se deja invadir por la acción del Espíritu, poniéndose
activamente a su disposición y cooperando en la realización de su vocación.
100.
En la misión de los Fundadores, no es el hombre
que a Dios, sino Dios que se hace presente, manifestándole su plan de
salvación. Dios escoge al que quiere, y como quiere para que se haga su
voluntad según el querer divino. A medida que el Fundador va haciendo
conciencia de la elección divina, va entrando poco a poco en una íntima
relación de comunión. “Para ellos, el Señor no es solo objeto de reflexión,
sino un ser vivo con el cual entra en comunión permanente”[42]
Los Fundadores responden a las necesidades de la Iglesia
101.
El Espíritu Santo capacita a los Fundadores,
para intuir las exigencias de la Iglesia y descubrir en profundidad sus lados
débiles, sus necesidades concretas y urgencias del momento. Los hace
particularmente sensibles a la llamada que se oculta en tales situaciones. Es el
Espíritu el que proyecta su luz, sobre los acontecimientos, permitiéndoles
leerlos como “señales de los tiempos”[43]
102.
Los Fundadores ejercen gran influjo a través de
los siglos. La fecundidad de su carisma, se manifiesta en formas múltiples.
Muchos discípulos que se inspiran en su ideal, pasa a constituir nuevas
familias religiosas. La obra perdurará por siglos, con una prosperidad
espiritual, bajo la guía del mismo Espíritu que la inició.
103.
Las diversas familias religiosas son expresiones
diferentes de la misma persona, Cristo, y del mismo Evangelio. El Cristo único,
aunque bajo un aspecto particular, es el que todo religioso está llamado a
seguir en pos de su Fundador. Cristo no está dividido.
Todas
las familias religiosas, salvando su diferente carisma, forman una unidad, para
ofrecer a la Iglesia, la imagen viva del Cristo total.
LOS SEGUIDORES
104.
Los fundadores recibieron un don para servir a
Dios y a sus hermanos, para anunciar el Evangelio y llevar a la práctica sus
obras de Evangelización; en torno a ellos se forma una familia que participa de ese carisma y que a través del tiempo
trata de mostrar al mundo el Misterio de Cristo que el Fundador se empeñó en
vivir e imitar.
105.
El Fundador, al comunicar a sus discípulos su
propia experiencia y la visión del Evangelio que a su vez le comunica el
Espíritu Santo, les introduce en la comprensión de la Palabra de Dios y les
enseña a vivirla correctamente, llevándolos por un camino evangélico
particular, a la plena adhesión a la persona de Cristo.
106.
Quienes entran a una familia religiosa, lo hacen
porque, llamados por Dios, se dan cuenta de que su vocación coincide con la de
los demás miembros de dicha institución y con los fines que ella se propone. En
cierta manera, los atrae la figura del Fundador, aunque esto puede descubrirse
en el momento posterior, pero quieren seguir a Cristo y prestar un servicio
eclesial como él lo hace.
107.
Los miembros de una Congregación han de recibir
el carisma fundacional como don gratuito
y como una responsabilidad. Tienen el
deber de acogerlo, incorporarlo a la propia vida, custodiarlo, acrecentarlo y
enriquecerlo progresivamente.
Cada
miembro de la Congregación debe vivir el carisma desde su vocación personal y
seguir a Cristo e imitarlo según el espíritu del Fundador. De este modo el
Instituto se conserva y acrecienta su carisma, su índole propia, su manera de
ser, su aire de familia.
108.
La obra de cada Fundador, tiene a través de los
siglos su fecundidad respectiva. Ese
elemento de fecundidad, le capacita para trasmitir a otros los contenidos de la
inspiración fundamental. Atraídos por Dios, quienes siguen su Carisma,
descubren en él, una perfecta consonancia con sus aspiraciones y deseos de su
seguimiento, y experimentan una fuerza de atracción y de satisfacción
espiritual. Por tal razón, en fidelidad al Espíritu, continúan la misión en el
mundo, contribuyendo a la Evangelización y “cristificación” del mismo.
109.
La fidelidad al carisma ha de llevar a los seguidores
a un conocimiento crítico del momento
histórico. Este conocimiento conlleva “una información” que conduce a la
participación en la experiencia de vida de nuestros hermanos. Supone tener
“contactos normales” con ellos, saber sentir cómo sufren y luchan para
compartir su dolor y mostrarles el camino de salvación.
110.
El carisma fundacional exige educar una
sensibilidad abierta y delicada hacia el hombre de nuestro tiempo, sus
problemas, sus necesidades, sus esperanzas. En todo ello tratar de encontrar a
Dios y descubrir su voluntad sobre las personas y las cosas.
111.
La vivencia del carisma implica una liberación
de todo elemento que no sea su espíritu. No somos hijos de leyes, tradiciones,
costumbres… sino que somos hijos de Dios por el Espíritu que vive en nosotros.
Solamente cuando hay libertad tiene sentido discernir. Esa libertad nos
permitirá poner al día la vida religiosa, los servicios apostólicos, como lo
hicieron nuestros Fundadores.
112.
Es deber de los miembros de un Instituto
religioso saber releer el carisma del Fundador, y dar una respuesta adecuada,
capaz de encontrar los medios e instrumentos aptos para expresar en “sintonía
con el hoy, la presencia, el mensaje y la acción de Cristo”.
Mediante
una constante fidelidad a su carisma, continúan por el mundo la misión de su
Fundador y actúan como Él lo haría, en el presente, contribuyendo así al logro
del ideal forjado por él, de la extensión del Reino de Cristo y el servicio a
los hermanos.
113.
A estilo de los Fundadores, los miembros de toda
familia religiosa, han de permanecer disponibles para la escucha de Dios y para
la acción de su Espíritu, con miras a descubrir en cada situación, en cada momento
de la historia, el quehacer apostólico que demuestre la fidelidad al espíritu
primitivo, en conformidad con Cristo y su Palabra eterna de vida. Esto exigirá
cambios de mentalidad, seguramente orientación diferente de las obras
existentes, apertura o renovación de otras, pero ante todo esto, una “continua
conversión de corazón”.
[1] 1a. Cor 7, 7
[2] Hech. 2,4,8-11
[4] Cf. Rom.
5, 15-16; 2Cor 1,11
[7] Cf. 1ª Cor 12,7; Rm 12,7
[8] 1ª Cor 13,1-13
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